La cerveza Heineken es conocida en todo el mundo y por descontado, todos saben que se fabrica en los Países Bajos. En el corazón de Amsterdam, cerca del Rijksmuseum y el Museo de Van Gogh tienen una fábrica que reconvirtieron en museo, muy al estilo de la que hay en Dublín. Hace poco la han remodelado y mejorado añadiendo nuevas atracciones. Posiblemente lo que más me gusta de este particular museo es que en el precio de la entrada van incluidas tres cervecillas y un pequeño regalo. Vimos la foto de hoy por primera vez en julio del año 2007 en la anotación Fábrica de cerveza Heineken y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Cuarto día. Arriba, en el cielo
El relato comenzó en Los preparativos y el comienzo del viaje a Polonia
Yo me acostumbro rápidamente a los nuevos ambientes y para el cuarto día ya era como si hubiera vivido durante años en la pensión. Ya no me despertaban los ruidos extraños que se oyen en el lugar y el entorno me era totalmente familiar. Al igual que hice en los días precedentes, nada más abrir los ojos miré por la ventana y pese a que según los pescadores el día iba a ser soleado, el cielo estaba encapotado, la bruma cubría las aguas y no parecía que fuese a mejorar mucho más. Me duché y antes de bajar al comedor desperté al Moreno.
La chimenea crepitaba y calentaba la habitación y los compañeros que ya habían bajado hablaban entre ellos sobre lo mal que pintaba el día. Estábamos al borde de la lluvia, se podía respirar en el aire la humedad. Aún así, era nuestro último día yendo en los botes y no había alternativa alguna. Después de desayunar bajamos al puerto y allí se volvió a repetir la estúpida conversación con el pollaboba que quería reorganizar los barcos. Nosotros ya teníamos pactado lo que queríamos hacer, así que lo ninguneamos y nos fuimos directamente a nuestro pescador, subimos en su embarcación y le dijimos que ese día queríamos ir por la derecha. Para cuando se dieron cuenta, nosotros ya salíamos del puerto y nos despedíamos agitando las manos. La cara de odio infinito de aquel tío no tuvo precio y nos sirvió para echarnos unas risas.
En la zona en la que anteriormente habíamos visto un montón de águilas pudimos observar unas cuantas en los árboles pero no se decidían a lanzarse a volar y recoger su comida gratuita. Desde allí seguimos hacia la isla y aunque vimos tres águilas, también se negaron a cooperar. Cruzamos la bahía y nos topamos con una que comenzó bien, se acercó, empezó a dar vueltas sobre nuestras cabezas y miraba el pescado pero no lo cogía. Estuvo allí casi diez minutos y aunque hicimos fotos, son vistas aéreas muy bonitas pero a las que les falta el toque de magia.
En nuestro siguiente encuentro vinieron dos águilas y tras rondarnos un minuto se marcharon. Ese día el viento pegaba fuera y en la barca hacía un frío del carajo. Yo me puse los pantalones chubasqueros para frenar la acción del viento en mis piernas. El aire levantaba olas y a veces entraba un poco de agua en la barca así que sacamos las fundas protectoras de cámara y objetivo y se las pusimos. A falta de otra cosa mejor que hacer hablábamos entre nosotros y buscábamos águilas en los árboles o hacíamos fotos de las gaviotas que incansables siguen el barco desde que salimos hasta que volvemos. Hablamos con el pescador y a base de gestos y de símbolos escritos en un papel le dijimos que queríamos prologar el viaje una hora más para ver si así había más suerte.
En nuestra media hora final se acercó un águila y asumimos que aquella era la última oportunidad. Nos preparamos y le estuvimos haciendo fotos allá en el cielo pero no bajó. Miró y volvió a mirar, dio vuelta tras vuelta y en un momento determinado volvió al árbol del que había salido y se posó. Aún vimos otra águila que hizo lo mismo así que volvimos con una sensación agridulce. Por un lado sabíamos que tuvimos mucha suerte los dos primeros días pero por otro el tener dos jornadas perdidas te molesta. Cuando llegamos al puerto le pagamos y como no vimos a ninguno de los otros volvimos a la pensión.
Allí nos encontramos con los demás que nos dijeron que ellos no habían tenido mejor suerte. Ya sé que está mal que lo digamos pero lo cierto es que se te alegra el día cuando sabes que los demás tampoco han conseguido nada. Lo sé, soy malo pero al menos lo reconozco.
Esa tarde teníamos la actividad prevista era una excursión caminando por el pueblo para hacer fotos de la zona. Salimos todos juntos, cargados con nuestras cámaras y demás. El Moreno quería comprarles un detallito a sus hijos así que entramos en un par de tiendas pero los juguetes eran como de tienda de todo a un euro. Se nos ocurrió ir al único supermercado del villorrio y allí alucinamos en colores. Era de alguna empresa que no habíamos visto nunca y en las estanterías todos los productos eran de esa marca. Junto a la caja, separado de los clientes y controlado por dos dependientes tenían los productos de marca conocida como el Nescafé y similares. Lo flipamos. Ya tiene que estar chunga la cosa para que en el supermercado te pongan la Coca-Cola y el Nescafé en mostrador en el que cuando lo pides lo tienes que pagar sobre la marcha.
Al lado del supermercado estaba la parada de la guagua y justo en ese momento llegó una. Era como un autobús de hace veinte años y al detenerse las personas que esperaban tuvieron que abrir la puerta ya que no tenía el sistema automático que damos por supuesto en este lado del mundo.
Desde allí paseamos por casas abandonadas y por fincas decrépitas buscando contrastes y cosas interesantes para fotografiar. Estábamos haciéndole fotos a una de las casas cuando tuvimos que salir corriendo ya que un anciano salió de la misma gritándonos y agitando un bastón.
Después vimos un taller en el que los coches no parecían tener matrícula. Una de dos: o se las quitan para que no se las roben o los coches son robados en otras partes de Europa y estaban allí para distribuirlos por la zona. Sea lo que fuera procuramos no hacer fotos ya que uno de los empleados no nos quitaba la vista de encima.
Para cuando volvimos a la pensión habían pasado tres horas y comenzaba a anochecer. En la cena nos pusieron pollo al horno, la sopa de siempre y las dos tartas de postre. Justo cuando terminamos de cenar vino el jefe de los pescadores para despedirse y aprovechamos para encender el proyector y enseñarle las fotos que habíamos hecho y también para explicarle con ejemplos gráficos lo que sucede cuando el barco no está en una posición óptima. El hombre escuchó todo lo que le dijimos pero me da la ligera impresión que a él se la suda un huevo y no piensa mejorar. Nos dijo que al día siguiente iba a estar completamente despejado y el día sería increíble. Nos mintió. Amaneció lloviendo y con unas condiciones terribles.
Después de que se fue vimos algunas de las fotos del día, todas del pueblo y los alrededores ya que nadie tenía águilas. Al día siguiente se supone que pasaríamos gran parte conduciendo de vuelta a los Países Bajos pero con un desvío de unas horas podíamos ir a un sitio en Alemania en el que se concentran las manadas de grullas comunes (Grus grus) y hacerles fotos. Nos gustó la idea y nos organizamos. Uno de los coches volvía directamente al país sin desviarse y los demás iríamos a ese sitio, cercano a Stralsund, una ciudad alemana a orillas del mar Báltico.
Culminamos el día tomando unas cervezas y asegurándonos que la chimenea permanecía apagada durante la noche. Ese día no hubo problemas con el papel higiénico. Había bastante en el baño. Así acabó nuestro cuarto día.
El relato continúa en Quinto día. El largo retorno a casa y las grullas
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Palacio Alam en el club de las 500
A comienzos del año 2005 estuve en Omán y en aquella época aún no teníamos el formato actual de fotos por las mañanas. Todas las fotos que puse las incluí en las anotaciones que relataban el viaje. Una de esas fotos es la del Palacio Alam yla vimos en la anotación Omán octava parte ? Turismo en Moscate II en abril de aquel año. Hoy, más de cuatro años y medio más tarde le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Tercer día. No hubo mucha suerte
El relato comenzó en Los preparativos y el comienzo del viaje a Polonia
Nuestro tercer día en Stepnica comenzó cuando me desperté y cerré la ventana porque el frío que entraba de afuera era brutal. Por suerte soy de sueño fácil y al instante volvía a mi sueño y no salí del mismo hasta un minuto antes de la hora a la que tenía que sonar la alarma de mi teléfono. Miré por la ventana pero el cielo estaba cerradísimo, lleno de unas nubes que no presagiaban nada bueno.
Durante el desayuno se podía palpar en el ambiente nuestra desazón. No parecía que fuese a ser un gran día. Avisamos a los pescadores que llegaríamos una hora más tarde para ver si se desencapotaba y matamos ese tiempo ajustando los equipos y charlando. Cuando íbamos hacia el puerto aún no se veía el cielo despejado pero al menos ya no parecía que fuese a llover. Uno de los que iban en los otros barcos y que no había conseguido hacer ninguna foto estaba dándole guerra al organizador. Se quejaba de que era culpa nuestra el haber ido el primer día en la dirección en la que estaban las águilas, también era culpa nuestra que el segundo día ellas dieran con nosotros, acusaba al pescador que llevaba su barco de no ser bueno y no saber encontrarlas y alguna gilipollez más por el estilo. Pollabobas los hay en todo el mundo y ese es de los que nacen y se hacen, trabajando duro año tras año para destacar en su estupidez. Ese tipo fue el mismo que el primer día puso su cámara con una apertura de f/22 y no se dio cuenta hasta el final de la jornada. Para aquellos que no lo sepáis, la apertura del objetivo se rige por un místico sistema que se traduce a nuestro entendimiento al revés. A mayor apertura del objetivo en realidad este está más cerrado, entra menos luz en su interior y de esta forma se consigue que muchas más cosas estén enfocadas, incrementando la profundidad de campo. El precio a pagar es el tiempo de disparo, el cual es demasiado largo y requiere normalmente el uso de un trípode, sobre todo si tu apertura es f/22. Si estás haciendo fotos de águilas y disparas ráfagas, en la segunda foto te tienes que dar cuenta de que hay algo que estás haciendo mal. El hecho de que no se enterara hasta horas más tarde dice muy poco en su favor. El que se queje y acuse a otros de sus desgracias es otra buena muestra de su estupidez. Al regresar a los Países Bajos le hice un google y encontré el lugar en el que pone sus fotos y os diré que son mediocres.
Cuando la llorona se cansó nos subimos cada uno a nuestro barco y salimos. Nosotros fuimos hacia la izquierda de nuevo, otros hacia la derecha y el tercer grupo enfiló directamente hacia la isla. Hacía frío y el cielo estaba tan oscuro que tuvimos que incrementar el ISO hasta los 800 para conseguir que la velocidad de disparo fuese medianamente digna. Después de media hora y un café de mi termo estaba claro que aquel día no iba a ser como los otros. Las águilas brillaban por su ausencia. Seguimos buscándolas y para cuando vimos algunas, se quedaban en el cielo dando vueltas y no bajaban. Básicamente eso fue lo que sucedió durante las tres horas que estuvimos dando vueltas.
Regresamos un poco desmoralizados y pensando que los demás grupos habrían tenido más suerte pero después nos enteramos que ninguno consiguió la ansiada foto de las águilas capturando el pescado. Esa tarde teníamos libertad para hacer lo que quisiésemos y el Moreno, la jiñeira y un servidor elegimos irnos caminando al bosque que habíamos visitado el día anterior y perdernos en el mismo. Salimos andando e hicimos un par de fotos alrededor del puerto. Ir de marcha en el bosque con el equipo es cansado, muy cansado. Yo llevaba la cámara con el objetivo de 400mm por si veíamos águilas en los árboles, el 24-85mm para lo que pueda estar cerca, el ojo de pez para esas imágenes más impactantes y el 95 mm por si nos topábamos con setas. A todo eso añadid la linterna, las bolsas de basura y mil chorradas más y te ves con una pasada de kilos sobre tus hombros. El camino que queríamos seguir estaba inundado y no nos habíamos traído las botas así que tuvimos que coger otra ruta, una que tenía la pinta de haber sido creada por los ciervos. Al principio no vimos nada pero más tarde nos topamos con un grupo de aves y las estuvimos fotografiando. Después un ciervo se quedó quieto mirándome antes de salir corriendo pero no nos dio tiempo a hacerle fotos. Lo seguimos durante un rato por ver si encontrábamos un grupo más amplio pero no hubo suerte, o quizás sí porque vimos el nido de otro castor, una estructura dos veces más grande que la que habíamos visto un par de días antes. Era espectacular.
Cruzamos un vado y seguimos sin sendero alguno por el bosque. No habían muchas setas y cuando esa noche le preguntamos a la dueña de la pensión nos dijo que la gente las busca y las recoge para comérselas y venderlas y que por eso no es fácil encontrarlas. Al mirar la hora vimos que se nos estaba haciendo tarde y que teníamos más o menos el tiempo justo para deshacer nuestros pasos y volver al pueblo antes de que oscureciera. Escuchamos a alguien que caminaba por el bosque pero no dimos con la gente. Suponíamos que quizás había un camino más directo desde allí pero como no lo encontramos tuvimos que volver dando el mismo rodeo que nos llevó hasta el lugar. Para cuando salimos del bosque el sol estaba rozando el horizonte. Descansamos un poco junto a un riachuelo y después regresamos a la pensión. Los otros habían ido por el pueblo y sus alrededores.
A la hora de cenar tuvimos además de la consabida sopa un goulash de carne y las dos tartas de rigor. Después llegó el momento de la sesión para ver las mejores fotos de cada uno pero ese día la verdad es que nadie tenía nada bueno y acabamos bien pronto. Después unos cuantos nos quedamos de tertulia bebiendo junto a la chimenea y cuando la señora trató de echar más leña al fuego se lo impedimos y le explicamos que queríamos dormir sin asarnos. Hubo un momento tenso cuando el organizador de la semana intentó que nosotros cambiáramos a otro barco o que nos dividiésemos para que otros se aprovecharan de nuestro pescador. El Moreno le dijo que ni de coña y le explicó que ese día nosotros no habíamos conseguido nada, así que no podía ser cosa del hombre que llevaba el barco, fue la providencia la que nos dirigió por el camino correcto los dos primeros días.
Cerca de la medianoche nos fuimos a acostar y en eso descubrimos que no hay papel higiénico en el baño. El fotógrafo estaba caliente después de las movidas con el pollaboba mediocre y del cabreo que tenía fue a la parte de la pensión en la que dormía la dueña, la despertó y le dijo que allí no se podía cagar a menos que ella nos pusiera papel. La pobre salió corriendo a buscar un par de rollos.
Así, con la mierda o más bien con la imposibilidad de limpiarte el culo si era necesario, acabó nuestro tercer día.
El relato continúa en Cuarto día. Arriba, en el cielo