Ayer fue un día muy especial, uno de esos que se recuerdan y de los que queda constancia gráfica. Hace unos días mi amigo el Rubio me llamó desde el hospital. Eran algo más de las dos de la tarde y hacía poco más de una hora que había nacido el tercero de sus hijos, una niña. Es raro el día que no hablamos por teléfono o en el que no se produce algún tipo de comunicación y sé que esperaba con gran ansia ese momento, tener en sus brazos a la más joven de los miembros de su ya numerosa familia. A lo largo de los años he estado allí cuando han ido llegando cada uno de sus pequeños, primero una niña que ahora se ha convertido en una damita de cuatro años, un chaval de dos años que siempre que los visito se viene con nosotros a la cocina para preparar la cena, algo que hemos hecho siempre juntos su padre y yo y ahora esta nueva chica. Tras su nacimiento hubo algunos problemas y tuvo que volver al hospital durante unos días. En esos días lo único que podía hacer era dar soporte emocional, escuchar lo que me contaba y animarlo cuando su espíritu decaía. Ahora que la cosa está encarrilada, me invitaron a conocer a esta pequeña que se puede considerar mi sobrina ya que para mí su padre es como un hermano.
Ayer tenía clases de holandés y estas acaban a las cuatro de la tarde así que mi amigo el Rubio se vino a mi casa a buscarme a esa hora. Quería enseñarle el jardín y así mirábamos lo que hay que comprar para la pérgola que quiero hacer para mi parra, un pequeño proyecto en el que me va a ayudar. Después fuimos a buscar a su hija al colegio y cuando llegamos a la casa estaba en completo silencio, con su esposa y los dos pequeñines durmiendo la siesta. Nosotros nos pusimos a jugar con su hija y al rato bajó la madre con la pequeñita. La chiquilla me miraba con unos ojos enormes, la primera de muchísimas veces ya que suelo pasar por la casa casi todas las semanas. Yo llegaba cargado de regalos para todos y nos pusimos a abrirlos. En unos minutos la casa era un relajo, con carreras y juegos de todo tipo con los dos más mayores. Un rato más tarde nos fuimos a la cocina a preparar la cena mientras la mujer del Rubio daba de comer a su nueva hija y su hijo nos asistía en la cocina. Preparamos una lasaña mientras devoramos un montón de jamón Ibérico y fuet que traje de mi casa. Los chiquillos del Rubio cuando aprenden a hablar, una de las primeras palabras que dicen es jamón. Se han vuelto unos sibaritas y saben distinguir perfectamente un Ibérico de un pata blanca. Cuando me ven siempre buscan las cosas que he traído y siempre quieren que me quede en la casa a dormir para que prepare el desayuno al día siguiente, un ritual que los padres aprovechan para dormir más mientras a mí me torturan sus hijos.
Estuvimos mirando sus fotos de Malasia, país que yo visitaré dentro de poco y lugar en el que ellos estuvieron en el año 2001, poco después de comenzar nuestra amistad. Aunque trabajábamos juntos desde Julio del año 2000, no fue hasta enero del 2001 en que nos hicimos amigos. Nuestra empresa nos envió a trabajar y estudiar tres semanas a la ciudad de Núremberg y allí vivimos un montón de aventuras juntos, algunas de las cuales las podéis leer en las anotaciones más antiguas que existen en mi bitácora. Después de volver me invitó a su casa para que conociera a la que entonces era su novia, o su compañera sentimental ya que vivían en pecado, o como se diga. El día que comenzaban sus vacaciones en Malasia lo recuerdo perfectamente. Era un sábado de mayo y una de mis amigas de Gran Canaria venía a visitarme con su esposo. Llegaban por la tarde. A las siete de la mañana suena el teléfono y yo medio adormilado respondo. Era el Rubio con una emergencia. Salían para el aeropuerto y había perdido los pasaportes. Después de desmontar su casa y aguantar el chaparrón de reproches de la parienta, creía que los había dejado en nuestra empresa dentro de una de las fotocopiadoras. Me sacó de la cama y me dijo que fuera a la oficina, convenciera a los de seguridad para que me dejaran entrar y mirara en la fotocopiadora del ala en el que estaba nuestro despacho. Tuve que emplear todo mi encanto para convencer a los guardianes, que no se terminaban de creer el cuento y acompañado por uno de ellos encontré los pasaportes. Avisé a mi amigo el Rubio y me dijo que venían hacia Hilversum porque era muy tarde para esperar por mí y llevárselos a Utrecht. Llegaron diez minutos más tarde a mi casa y allí su mujer me informó que me iba con ellos al aeropuerto. El plan original era dejar el coche aparcado por su casa y viajar en tren pero por culpa de su olvido había cambiado y como ella sabía que a él lo que más le jode es que le toquen el coche, lo obligó a llevarlo y dejármelo durante las tres semanas que iban a estar ausentes rogándome que le hiciera tantos kilómetros como quisiera. A mí me vino de perlas y le saqué un montón de partido con mis visitantes. A partir de esas vacaciones me dejaban el coche cuando se iban y siempre teníamos algún drama con las vacunas, los pasaportes, las ventanas de la casa y demás.
Ayer celebrábamos la llegada de un nuevo miembro a la familia y recordábamos todos esos grandes momentos que hemos vivido juntos y todos sabíamos que aún nos quedan muchísimos por delante, que habrán aventuras de todo tipo y que en el año 2011, cuando se cumplan diez años del día en que nuestros caminos se juntaron, lo celebraremos yendo todos de nuevo a Núremberg y pasando allí unos días.