Esta semana con esta serie gratuita y totalmente innecesaria de mis fobias no estaría completa si no nombramos la última de ellas y la única que está sustentada por un problema físico. Yo soy alérgico a dos o tres cosas. Soy alérgico por ejemplo a un polen muy específico que se da en unas plantas que habitan en Gran Canaria entre los cien y los cuatrocientos metros de altitud. Lo descubrí cuando mudaron mi escuela de Campus y nos pusieron en el de Tafira. Desde ese momento empecé a moquear y estornudar sin razón aparente y tras algunos dimes y diretes se descubrió que era por culpa de dicha alergia y en la actualidad no me preocupa mucho porque no vivo en Gran Canaria y dicha flor parece ser endémica del archipiélago Canario. Sin embargo hay otra alergia que sí me afecta independientemente de donde esté. Soy alérgico a los gatos. Si entro en una casa en la que viva uno no tardo ni media hora en colapsarme, en que se me tranquen los pulmones, me lloren los ojos, me moquee la nariz y salvo que tenga las medicinas a mano es más que probable que acabe en una clínica. Si hay más de un gato la velocidad a la que esto sucede se dispara.
La culpa no es de esas putas bestias miserables y demoníacas sino que tenemos que mirar al cabrón del Dios de los musulmanes, responsable directo de la existencia de esos demonios sobre la tierra y también a aquellos que aún sabiendo que esos animales están malditos eligen tenerlos en su casa. Contra estos si puedo hacer algo y lo hago. No trato con gente que tenga gatos y no hace falta que me lo oculten, su hedor se pega en sus ropas y los delata. Tengo un mapa bastante preciso de todos los propietarios de gatos en mi oficina y en mi calle. Algunos de esos bichos intentan entrar en mi jardín para cagar pero el rifle de agua que me compré hace un año los ahuyenta y si eso falla, siempre hay métodos alternativos y bastante eficaces.
La cantidad de puntos de karma que se pierden por ser el propietario de un gato es similar a la de los fumadores y aplico este criterio selectivo activamente y sin que me tiemble el pulso. No dudo ni un instante en salvaguardar mi salud frente a algo tan dañino y puesto que solo evitando a esa gente no tengo que tomar medicamentos, os podréis imaginar cuantos propietarios de gatos forman parte de mi mundo.
Uno de mis amigos les tiene un odio aún más profundo ya que su hijo fue atacado por una bestia de esas y ha optado por una solución más drástica que devuelve a la bestia al infierno del que nunca debió salir cuando alguna osa poner una pezuña en su casa. Nunca me ha querido confirmar la cantidad de alimañas que han recibido su billete al infierno pero sonríe con una cara que da a entender que han sido varios.