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  • Piratas en la ciudad

    1 de diciembre de 2005
    Piratas en la ciudad

    Piratas en la ciudad, originally uploaded by sulaco_rm.

    Un barco de piratas en el medio del siglo XXI. La bandera de los piratas a la derecha y el contraste con los nuevos edificios es fascinante. Qué dirían los auténticos piratas si se vieran de repente transportados a ese lugar …

    Hay más información sobre Holanda en la anotación Guía para el turismo en Amsterdam y Holanda y también puedes ver el Álbum de fotos del Ámsterdam Sail 2005 o el Álbum de fotos de Amsterdam

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  • A History of Violence

    30 de noviembre de 2005

    Un título tan extraño te echa un poco para atrás y te hace plantearte si merece la pena ir al cine a ver algo que probablemente no sea más que un calco de cualquier programa de sucesos de esos que abundan en la caja tonta. Sin embargo el saber que está avalado por David Cronenberg, un director por el que siempre he sentido bastante respeto elimina las dudas de un plumazo.

    Hay historias que han de ser contadas de una forma tangencial, que se deben ir desplegando poco a poco hasta que sin darnos cuenta hallamos caído en sus garras y no podamos despegar los ojos de la pantalla. Aquí tenemos una de esas. Comienza como cualquier road movie, con una parejita de delincuentes comunes haciendo de las suyas en algún lugar perdido de los Estados Unidos, uno de esos pueblos en los que el tiempo parece haberse detenido. No vemos como transcurrió la cosa, sólo somos testigos de su resultado. Desde ahí saltamos a una familia típica americana, pareja con dos hijos. Todos felices en sus mediocres vidas, todos con pequeños problemas que les parecen enormes. Y en algún lugar de la línea de su vida algo se tuerce, algo que no debería haber ocurrido en un millón de vidas paralelas pasa en esta que estamos viendo y comienza el Armagedón de esta familia, una espiral de violencia contenida pero insoslayable. Viajamos con ellos en este camino a la perdición y somos testigos de sus desgracias. Nada es lo que parece y todo aquello en lo que habías creído se rompe en pedazos frente a tus ojos.

    Llevar a buen puerto una historia rara y con unos personajes que deben ser tan flexibles no es cosa fácil. Hace falta un buen guión, un buen director para que la cosa funcione y unos actores competentes. Esta película lo tiene todo. No sólo David Cronenberg ha logrado que nos la creamos, la interpretación de Viggo Mortensen y Maria Bello como la pareja protagonista está muy lograda. Los vemos en los buenos y en los malos tiempos y siempre creemos en ellos, algo que no siempre sucede. Los secundarios también realizan una tarea soberbia, aportando la profundidad adecuada a sus interpretaciones.

    En definitiva, que no todo es cine de palomitas, que también hay cine pensado para gente que quiere disfrutar con una historia, que le apetece adentrarse en territorios ajenos y salir indemne de ellos. Ni se os ocurra ir con esos amigos descerebrados y simplones que todos tenemos, esos que comen, trabajan, beben, follan y ven fútbol. No podrán entenderla. Ir solos o bien acompañados.
    gallifantegallifantegallifantegallifantemedio gallifante

  • Remeros

    30 de noviembre de 2005
    Remeros

    Remeros, originally uploaded by sulaco_rm.

    Un grupo de remeros avanza por el canal entre los veleros. Esto es trabajo en equipo, todos unidos por una misma causa.

    Hay más información sobre Holanda en la anotación Guía para el turismo en Amsterdam y Holanda y también puedes ver el Álbum de fotos del Ámsterdam Sail 2005 o el Álbum de fotos de Amsterdam

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  • Metrosexual

    29 de noviembre de 2005

    Estás sentado en un local de copas, envuelto en esa emponzoñada capa de humo con la que los fumadores nos bendicen, esnifando ese olor maldito que se adherirá a tu ropa y la volverá inservible, que se pegará incluso a tu alma. Es una noche cualquiera de un fin de semana en Valencia. El local está ambientado con gran culto por el detalle, con carteles luminosos en las paredes que anuncian grupos famosos y otros desconocidos. Las paredes están pintadas en uno de esos colores que no podemos nombrar y mucho menos definir, una mezcla de todos que por alguna razón no produce el negro que en teoría debería ser el resultado esperado.

    Bebemos cerveza alemana al ritmo de sones tribales, música con un volumen lo suficientemente alto para que te obligue a gritar si quieres ser oído, lo cual siempre es bueno porque ejercitas las cuerdas vocales y además siempre puedes hacerte el sordo ante las cosas que no quieres responder. La conversación discurre por los canales habituales, esos meandros que tan pronto son transcendentes como vulgares, saltando del coño de aquella a la fascinación y el éxtasis que nos puede exaltar al escuchar sonidos creados por alguien a quien idolatramos. Juntamos nuestras almas en esos rituales de manada que afianzan nuestros lazos con la especie y nos unen a ese todo que no sabemos definir pero que llamamos humanidad.

    Estamos allí, en comunión con la especie cuando de algún lugar situado al otro lado del local lo vemos venir. No es ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, pero exhuma algo anómalo que nos vuelve suspicaces desde el primer instante. Sus andares de geisha patosa lo delatan, esos movimientos de ánsar borracho fruto de mover los pies sin levantarlos del suelo, avanzando como cualquier muñeca de Famosa camino del portal. Acompaña dichos meneos con el agitamiento de las manos, un meneo alocado y similar al que hacía la gente al bailar en los felices veinte, aquella época dorada que sucedió el siglo pasado y de la que tanto se ha hablado en cine y que sin conocer añoramos.

    Dejas de prestarle atención cuando una de esas hembras de rompe y rasga entra en el local, una de esas mujeres que son guapas hasta con el uniforme de cajeras de hipermercado, una chica que además lo sabe y que folla con quien quiere y cuando quiere, aunque al final se dejará llevar por la tontería y acabará con cualquier bruto descendiente del cerdo que le amargará los días y le destrozará la belleza a golpe de disgusto. Estas mujeres son estrellas fugaces, tienen una belleza efímera que además las ciega y las hace creer que conquistarán el mundo. Por desgracia, su autosuficiencia y su fe en que nada les puede ir mal las llevará por mal camino y acabarán con esos hombres, esas bestias que se cruzan en sus vidas y que nadie sabe muy bien por qué eligen. Son las ironías de la vida. Ellas lo podrían tener todo si quisieran y terminarán en el desguace de la sociedad como resultado de su propio destino, que está desde el principio torcido.

    Cuando su instante de gloria ha pasado retomamos la conversación donde la dejamos y al rato vuelve a pasar aquel que lleva andares tan raros. Esta vez me fijo en sus zapatos, deportivos y de último modelo, planos y con descarados colores. Los arrastra cansinamente en su extraño caminar. Su pantalón es de diseño, roto en lugares casuales e imposibles, perfecto en color y forma y descuidadamente colocado para que parezca que se está cayendo aunque nunca alcanza a tocar el suelo. Esos pantalones llevan mucha tecnología encima y duran una temporada, el tiempo en el que pasan de ser fantásticos a vulgares, porque la moda es cruel y no permite que las ropas crucen el umbral de las temporadas. Es la maldición consumista de nuestro tiempo. En la antigüedad uno podía estar con los mismos harapos media vida y ahora nos vemos impelidos a renegar de ellos tras unos meses, a saltar al ruedo del consumo y equiparnos una y otra vez con prendas que usaremos unas pocas veces. Modas tan extrañas que nos fuerzan a comprarnos cosas de marca y a tapar después esta con chapas para no sentirnos avergonzados mientras justificamos con nuestros colegas que en realidad hemos comprado esa ropa porque es de mejor calidad y nos gusta más su diseño. Esto lo decimos mirando hacia la chapa que cubre el cocodrilo del jersey de nuestro interlocutor, chapa que lanza su proclama inconformista y exótica al espacio: yo te saludo, María.

    El chaval no lleva cinto, accesorio totalmente fuera del circuito fashion actual y condenado a ser usado por viejos y descastados como un servidor, que le siguen viendo utilidad. La ausencia de este complemento cuya misión es la de sujetar el pantalón en su sitio se nota en la caidita del mismo, en ese ombligo al aire que parece la puerta por la que podemos entrar a otra galaxia.

    En sus manos carga unas copas de colores extraños, líquidos de diseño cuya existencia es tan fugaz como la de la ropa y que reciben nombres distintos en cada ciudad. En su cara muestra el esplendor máximo del metrosexualismo, una cuidada barba recortada al milímetro y teñida de pelirrojo, barba exactamente del mismo tamaño que el pelo que puebla su testa, el cual tiene el mismo tono de color. Su apariencia es la de un pervertido monje medieval que ha caído en los brazos del maligno. Sus ojos ligeramente pintados y sus impecables manos lo sitúan en la órbita de esos que han forjado el legendario grupo de los metrosexuales. Sin embargo, su camiseta de diseño lo expulsa de entre esa elite. Cayendo desde sus hombros con un descuidado toque perfeccionista, pasea con orgullo una leyenda que dice: Yo la chupo. Está escrito en cristiano y en alemán, o al menos eso deduzco al asimilar el mensaje en mi idioma. Es por esa camiseta que podemos gritar al cielo algo que ya nos temíamos desde el principio:
    Metrosexual NO, julandrón de mierda.

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