Distorsiones

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  • El recado

    5 de noviembre de 2005

    Me llama mi amigo holandés y me pregunta si puedo hacerle un favor porque está malo. Voy por su casa y me encarga la tarea. Tengo que ir por la calle mirando las tiendas de ventas de teléfonos móviles y electrónica y preguntando si tienen cargadores de coche para su Organizador personal, también conocido como PDA. El pobre se va en unos días de vacaciones y el trasto no funciona y anda un poco inquieto. Lo veo allí en su casa, postrado y de paso me río de él y de sus enfermedades.

    La misión está clara. La zona en la que me moveré es Amsterdamstraat, una calle que sale desde el centro de la ciudad y que como su nombre indica, si uno la toma y la sigue pues estará en camino para ir hacia Amsterdam. No lo he comentado hasta ahora, pero esa calle es también famosa por estar en la zona turca y a partir de cierto punto en la zona marroquí, que son como lo peor de lo peor por estas tierras. Como yo tengo el pelo castaño pues casi doy el pego como turco, aunque mi carisma y mi encanto personal me ponen bastante lejos de esta gente. Mi amigo vive en el lado turco, cerca de una torre de agua (Watertoren). Tendré que caminar en dirección al centro.

    Salgo a la calle y voy andando mirando tiendas. Encuentro la primera, un sitio de venta de tarjetas prepago para llamadas internacionales, cibercafé y supermercado 24 horas. El tipo vende cargadores pero no el que estoy buscando, así que sigo adelante. Tengo otras tres experiencias negativas cuando llego al lugar en el que mi amigo me dijo que me detuviera. Como ando en dirección al centro, lo llamo y le digo que sigo y me voy a Media Markt o cualquier otra tienda más normal. Frente a mí hay un puente sobre el que pasan los trenes. Paso por debajo y tras el puente aparece otra de esas tiendas. Esta es de teléfonos móviles y veo que tiene un montón de cargadores y cachivaches. En su puerta está el turco Salam tomando té en un vaso de plástico y escupiendo unos lapos radiactivos hacia la calle cada veinte segundos. El hombre bloquea la puerta. Como me ve la intención, me deja pasar y vuelve a bloquear la entrada.

    Dentro de la tienda hay dos turcos más. Uno está tras el mostrador y el otro por fuera. El de fuera está gritando como un poseso y gesticula como un loco. Se quedan callados y me miran. Les explico la situación enseñándoles la agenda y el cargador estropeado. El tío lo agarra, lo mira, lo remira y empieza a chillarle a su colega. Ambos mantienen una discusión y tras medio minuto o así me dicen que él no lo tiene pero que el otro los tiene en su tienda y que por ser yo me lo dejan en veinte euros. Acepto el trato ya que está en el rango de precios que mi amigo está dispuesto a pagar.

    Los tipos se vuelven a pelear, señalándome de vez en cuando. Parece que el que lo tiene no se quiere marchar, aunque no entiendo la razón, ya que aún no domino el idioma otomano. Se chillan y mueven las manos que da gusto. Me da la impresión de que allí van a haber hostias, aunque por el momento la cosa está bajo control. El tercer turco sigue impasible bloqueando la puerta. Al fijarme más veo que detrás del mostrador hay cuatro portátiles abiertos y trabajando. Están desbloqueando teléfonos móviles. Tienen un laboratorio de cojones y están trabajando a destajo. El tipo ha optimizado el proceso y cada vez que un ordenador acaba, quita el teléfono desbloqueado, pone uno nuevo y recomienza la secuencia. A veces ha de cambiar los cables y para eso tiene una caja con decenas de tipos.

    El que me debe vender el cargador le grita y señala una pila de teléfonos. Imagino que le está diciendo que se los quiere llevar y que hasta que no termine no se marcha. Me usan como moneda de cambio y al final me informan que en cinco minutos vamos a la otra tienda. También me dicen que son hermanos, aunque yo lo dudo e imagino que son hermanos de religión o de estafas. El que está desbloqueando teléfonos sigue con su trabajo mientras su colega lo insulta, algo que parece habitual.

    Después de un cuarto de hora y de ver que estoy poniéndome nervioso tras tanto tiempo mirando las estanterías de productos en venta, estoy por marcharme. Ellos lo notan y comienzan otra acalorada discusión. El portero también entra y discute con ellos. Uno saca un maletín enorme y empieza a meter dentro teléfonos, tarjetas de teléfono prepago y un par de portátiles. El maletín está que revienta. Me dicen que ya nos vamos y que el turco me lleva en su coche a la tienda, que está a cinco minutos.

    Se me caen los huevos al suelo y tengo que recogerlos del pánico que me entra. En un momento de sus discusiones llamo a mi amigo, le cuento la situación y le digo que si no doy señales de vida en media hora que avise a la Interpol y mande un par de comandos para rescatarme. Los turcos me llevan a un coche, me meten dentro y después se marchan de nuevo discutiendo a la tienda. Estoy allí solo unos cinco minutos. Vuelvo a llamar al holandés y le informo. Ahora estoy casi convencido de que no sobreviviré. Debo haber perdido hasta el color porque cuando llegó finalmente el hombre y me vio me tranquilizó y me dijo que era bien cerca. Arranca el coche y hace un giro en U en el que no mató a nadie de milagro. El hombre parece que consiguió el carnet de conducir en una tómbola. Ignora todas las normas elementales de tráfico. Vamos de rally esquivando bicicletas, viejas en sillas de ruedas e individuos de dudosa reputación que corren por los lados. Me mete por unas calles en las que jamás entraría solo.

    Finalmente llegamos a nuestro destino pero no hay aparcamiento, así que tenemos que ir a una zona azul. Aparca, saca una caja archivadora y empieza a rebuscar. Tardo un poco hasta que veo lo que está haciendo. Tiene tickets de aparcamiento de todos los días del año y de diferentes horas y está buscando el adecuado. Como el sistema sólo pone el día y el mes sin el año, este ha debido recoger los papelillos durante siglos para completar su colección. Encuentra el correspondiente al día y al mes y lo pone en la ventana. Al salir del coche nos cruzamos con una patrulla de policías. El tipo se mueve nervioso, sabedor de que lleva una carga ilegal de cuidado. Yo me muevo aún más inquieto, sin saber si sobreviviré a este encuentro.

    Los polis nos echaron unas cuantas miradas pero al final no nos dijeron nada. Supongo que mi falta de color y la sonrisa sin dientes del turco les parecieron lo suficientemente normales como para dejarnos en paz. Vamos entre callejones y tras una corta caminata llegamos a la tienda, que luce el cartel de abierto aunque la reja está echada. Hay una mujer en la puerta que comienza a gritarle al tío también en turco cuando llegamos. Abre la puerta y entramos. Me señala el sitio de los cargadores y ellos siguen peleándose a gritos dentro de la tienda. Después de mirar todos los cargadores no veo ninguno que sea similar al que yo quiero. Se lo digo y el hombre me dice que alguno tiene que valer. Yo los vuelvo a mirar y mi conclusión es la misma. Le vuelvo a decir que no hay nada. El tipo llama por móvil a su hermano y me lo pasa. El otro me dice que esos son los cargadores y yo mantengo mi postura. De alguna manera consigo terminar la conversación y decido marcharme de la tienda. El turco y la turca me persiguen para que no me marche pero corro más que ellos y salgo a la calle. Sigo a los policías, que no están muy lejos y tras un rato vuelvo a estar en zona cristiana.

    Desde allí me fui disparado a la zona comercial y a una tienda normal en la que completar mi recado.

  • Vidas efímeras

    5 de noviembre de 2005
    Seta en la hierba

    Seta en la hierba, originally uploaded by sulaco_rm.

    En el claro no hay nada. Un día deja de llover y el tiempo permanece así digamos que por cuatro o cinco días más. Es octubre y se produce el milagro. El suelo se llena de setas que realizan su ciclo vital a una velocidad alocada, sabedoras que el tiempo cambiará pronto y que deben completarlo antes de ese cambio. Hoy no hay nada, mañana parece que va a haber una seta y el segundo día ya está ahí. Si las visitáis por la mañana y por la tarde y hacéis una foto podréis notar como crecen.

  • Setas pequeñas

    4 de noviembre de 2005
    Setas pequeñas

    Setas pequeñas, originally uploaded by sulaco_rm.

    No todas son grandes, rojas y vistosas. También las hay pequeñas y sin color. Les gusta esconderse y con todo el suelo cubierto de hojas no es nada fácil encontrarlas. Esta familia la fotografié en septiembre del 2003.

  • Dios y el hombre

    3 de noviembre de 2005

    El otro día iba en el tren camino de Bruselas desde Gante hablando con mi tío y una señora que está sentada junto a nosotros comienza a prestar atención y resulta que habla español, aunque mezcla palabras en inglés. La mujer se mete en la conversación y se queja de la mala calidad de la sanidad belga, sobre todo comparada con la americana y más concretamente con la sanidad pública norteamericana, que parece ser increíblemente buena y gratis, todo basándose en que a su hermana le han hecho dos operaciones en las manos. La hermana de dicha señora dio el pepinazo el día que se descubrió que el dispositivo que le habían puesto para no tener hijos era mala cosa y con el juicio y la indemnización correspondiente se pasó años sin trabajar, viviendo la vida hasta que se le acabó el dinero que le dieron. Ahora está en la más rotunda de las pobrezas, pero como la operan de gratis, sigue contenta. También está contenta porque en América se puede sacar dinero en esos juicios. En Europa hubiera sido pobre toda su vida, o la habrían dejado morir en el hospital. Parece que nuestros doctores europeos carecen de escrúpulos y practican el digno y sagrado oficio de matarifes.

    La mujer nos cuenta todo esto en un trayecto de media hora. También le da tiempo a quejarse del sistema judicial belga, basado en la corrupción según ella. Parece que tiene un problema con alguien, aunque no me queda muy claro cual es el problema, solo que sus abogados son menos poderosos que los del otro y que por eso no podrá hacer nada. Está un poco amargada y resentida con el sistema. Sigo sin entender muy bien de qué va la cosa. De tanto en tanto nosotros lanzamos algo de información al ruedo y eso parece ponerle las pilas. Así sigue hablando y hablando, aprovechando para desahogarse. Nos cuenta que viaja a los Estados Unidos todos los años para ver a la familia y que consigue billetes muy baratos. Un montón de información en la que no estoy interesado pero que no puedo evitar recibir. Es mi sino el cruzarme con gente rara y cuanto antes lo asuma, mejor.

    En un momento dado se sale del sendero marcado. Mete a Dios por medio y pasa a la Biblia, libro en el que está todo. Nos cuenta que las religiones tergiversan la verdad y la alteran, que el diablo está entre nosotros haciendo su trabajo y que tenemos que hacerle frente y luchar. Pone mucha vehemencia defendiendo esta tesis. Yo aún no entiendo como hemos podido pasar de hablar de juicios y médicos a filosofar sobre el bien y el mal. Imagino que me despisté en algún momento y ella metió el tema que realmente le interesaba. Esta nueva línea argumental no me agrada demasiado. Por suerte el tren está casi en la estación y ella reconoce que es testigo de Jehová, esa plaga que nos acosa, junto con la de los mormones. Yo me desentiendo de la señora completamente y me preparo para salir del tren mientras mi tío sigue rebatiéndole sus argumentos. De pequeño tenía un amigo que era testigo de esos y recuerdo que siempre que iba a su casa a jugar me endosaban una Biblia con dibujos. También recuerdo que su abuelo, que era el barbero que se encargó de mi cabezón hasta los quince años tenía Biblias semejantes en su barbería. Nunca entenderé estas religiones extrañas. Eso de que no te puedan hacer transfusiones de sangre me da mal rollo. También las reuniones en esos salones enormes en los que se juntan todas las semanas y lo que más mala espina me da son las salidas en manada de los domingos de todos los jóvenes de ese grupo religioso. Son de naturaleza endogámica y eso nunca es bueno. Recuerdo ver en la playa de las Canteras a mi amigo y su hermana, Rubén y Patricia se llamaban, amparados en la manada de los suyos. A veces nos saludábamos. A la barbería de su abuelo dejé de ir cuando le entró el tembleque en la mano. Me daba mal rollo que ese hombre me cortara el pelo con aquel meneíllo. ?l no parecía darle importancia pero en un año tuvo que cerrar porque quedó sin clientela.

    Volviendo a la mujer, llegamos a la estación de Bruselas Zuid y salimos del tren. Vamos andando por la estación despellejando a aquella tipa cuando la vemos venir corriendo hacia nosotros para recordarnos que hemos de ser buenos y cambiarnos a su religión que es la única que nos permitirá la salvación. Giramos noventa grados y salimos a escape.

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