Distorsiones

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  • Lápida en Lafayette No 1

    30 de septiembre de 2005
    Tumbas en Lafayette No 1

    Tumbas en Lafayette No 1, originally uploaded by sulaco_rm.

    ¿Qué se siente cuando estás en esta tumba completamente atestada? En un espacio minúsculo ya han metido trece fiambres y la cuenta sigue creciendo. Fijaros que han tenido que pulir la piedra en varias ocasiones para recomponerla y añadir nombres.

    Imagino que no habrá trece ataúdes apilados, ni trece individuos bien vestidos esperando el día del juicio final. Hay rumores de que Henry y Charles no se llevaban nada bien y han terminado uno encima del otro. Es lo bueno que tiene la muerte que pone a cada uno en su sitio.

  • Moby Dick

    29 de septiembre de 2005

    La historia de hoy creo que no había aparecido en la primera versión de esta bitácora, esa que podéis visitar aquí. Forma parte del legado de Distorsiones que solo fue conocido por aquellos que estaban subscritos a mi lista de distribución. En ella aparece nuestro amigo el turco y la inglesa, una chica que en aquella época nos regaló momentos legendarios. El departamento de Grandes Historias de esta bitácora tiene el placer de ofreceros un sucedido que apareció por primera vez un veintidós de octubre del 2002.

    Transcurría tranquilamente el mes de Agosto y cada fin de semana organizábamos alguna actividad al aire libre para aprovechar el buen tiempo que hacía por estas tierras. Muchas de esas historias ya las conocéis. En esta ocasión yo quería ir al Norte pero mi amigo el Turco unió fuerzas con mi amiga la Británica y decidieron que era hora de hacer algún tipo de visita más comercial, así que tras una exhaustiva búsqueda en Internet eligieron el que se supone es el mayor parque acuático de Europa, Duinrell.

    Me levanto esa mañana con la excitación de un chaval y salimos para el sur del país en donde se encuentra ubicado ese parque. Cualquiera que lee esto y no ha visitado Holanda se cree que hicimos miles de kilómetros, pero lo cierto es que en una hora estábamos al sur del País habiendo partido desde el centro. Pillamos el segundo mejor día del año con temperaturas de unos 35 grados y un sol que rajaba las bragas, así que todo parecía perfecto.

    Llegamos al parque y nada más entrar aquello me dio un mal rollo de cojones. El parque era cutre-salchichero. Unas mierdas de atracciones y la promesa de 2 kilómetros de toboganes acuáticos en una especie de recinto cubierto. Comenzamos nuestro paseíllo para ver todas las atracciones y entre lo único decente encontramos una montaña rusa de agua. Nos vamos a la cola y vemos que se divide en dos: los que se quieren mojar y los que quieren bajar ?secos??.

    Por descontado nos ponemos en la cola de los que se quieren mojar. Cuando nos llega el turno y llega el vehículo simulando un ?tronco?? que nos iba a lanzar a la aventura nos subimos gozosamente. En ese momento el turco de mierda y Yo nos miramos y nos damos cuenta al unísono del problema. La Hostia Divina, nos vamos a tirar en esta coña con la británica. Nos apresuramos a quitarnos las camisas y guardarlas para protegerlas y ponemos todo lo de valor en nuestras mochilas. La gente nos miraba asombrada pero nosotros sonreíamos sabiendo lo que se nos venía encima. Algunas holandesas se frotaban de puro gusto ciertas partes con la visión de esos dos pechillos peludillos. Esta gente será muy rubia y muy guapa, pero al final lo latino les pone un montón.

    Dan la señal de salida y las máquinas comienzan a tirar del carro (en el que íbamos unos quince) aunque sin mucho éxito. Los motores rechinaban mientras aumentaban la potencia, arrastrando centímetro a centímetro nuestro vagón en una agónica subida. En esos terribles momentos pudimos ver como algunos se daban cuenta del terrible error que habían cometido y nuestra sonrisa se agrandó en nuestras caras. El carro seguía su lento subir con la gente revolviéndose en sus asientos. La causa de semejante trastorno estaba clara. Nuestra amiga la británica. Con sus al menos tres toneladas de peso aquello prometía convertirse en una debacle, en lo más parecido al día del Juicio final que veríamos en nuestras vidas.

    Justo por debajo de esta montaña rusa pasaba otra más pequeña. La gente que en ese momento cruzaba pudieron comprobar horrorizados que la estructura se bamboleaba sobre ellos y comenzaron a gritar histéricos, sabedores de que su suerte estaba echada y no podían salirse de la montaña rusa. Nosotros continuábamos nuestra ascensión, indiferentes a los estremecimientos de las vigas. Una vez se estabiliza el vagón en la parte superior de la montaña rusa y con toda la estructura crujiendo por semejante esfuerzo comenzamos la bajada.

    Quien se haya montado alguna vez en estas atracciones sabrá que al principio parece que no lo vas a conseguir y que el cacharro se va a quedar parado. Todos están con los brazos levantados pese a los carteles que lo prohíben y te imaginas las caras de decepción si el trasto se detiene. Finalmente aquello comienza a moverse, primero tímidamente y luego más rápido y va cogiendo algo de aceleración y más y más y más. La gente que iba en la primera fila comenzó a sentir como el viento les cortaba la cara y todas las gargantas al unísono entonan un desgarrador lamento: Aaaarrrrggggghhh.

    Seguíamos cogiendo velocidad, bajando por esa maldita rampa que se balanceaba hacia los lados ante semejante presión, derramando agua por los laterales. En los alrededores de la montaña rusa el tiempo quedó en suspenso. La gente se quedó absolutamente atónita mirando incrédula lo que sucedía. Aquel bólido descendía a una velocidad terrorífica con un grupo de gente que gritaba desesperadamente. Los gritos ya no eran de excitación sino de puro y simple miedo.

    Justo al final de la bajada de la montaña rusa hay un mirador aéreo desde el que se puede contemplar la llegada de los carros protegido por un cristal para evitar que el agua salpique a la gente que mira. Los que allí se encontraban trataron infructuosamente de escapar corriendo a resguardarse en algún lugar seguro. La vendedora de perritos calientes salió despavorida hacia el bosque cercano y trató de sujetarse a un árbol para salvarse. Una madre puso su cuerpo sobre el coche de su bebé en un vano intento para tratar de protegerlo de la inminente debacle.

    Tras unos segundos en los que muchos vieron pasar sus vidas ante sus ojos y los nuestros, nuestro carro, a una velocidad endiablada y con los patines lanzando chispas al contacto con el tobogán alcanzó el final del camino.

    El tsunami que se levantó continuó creciendo y creciendo, tragándose toda el agua de la piscina en la que debíamos aterrizar y subiendo más y más alto. La gente del mirador vio horrorizada como una inmensa ola los alcanzaba, los que estaban a los lados comprendieron claramente unos instantes antes de que sucediera, que no saldrían de allí secos, que la madre de todas las olas los iba a alcanzar. Esa agua de color marrón, turbia, infectada, movida una y mil veces a través de esos toboganes finalmente alcanzaba su liberación, se emancipaba y escapaba a su sino.

    Por supuesto que entró agua dentro del vagón. Cientos y cientos de litros. Acabamos totalmente bañados, pero gracias a nuestra previsión, todas nuestras cosas estaban a salvo en nuestras mochilas. Los frenos de la montaña rusa trabajaron a destajo tratando de detenernos. Tras nosotros quedó el vacío, la falta de agua, la piscina totalmente desecada. Frente a nosotros, cientos de personas gritando, secándose, protestando y todos tratando de comprender qué había pasado y por qué les había tocado a ellos. Los empleados miraban los paneles intentando descubrir lo que había fallado, lo que había torcido esta atracción de feria y la había convertido en una pesadilla. Junto a nosotros estaba la británica gritando: Oh Dear! Oh Dear!, inconsciente del daño que había hecho, feliz en su ignorancia y sin siquiera comprender que por primera vez en los últimos diez años, en Holanda, el agua había escapado al control de los Holandeses.

  • Cañón roto

    29 de septiembre de 2005
    Cañón roto

    Cañón roto, originally uploaded by sulaco_rm.

    La mayor potencia del mundo crea una serie de fortificaciones a finales del siglo XIX para defenderse de agresiones externas, pone en ellas unos cañones espectaculares y estos no duran ni cien años.

    El cañón de la foto jamás fue usado. Se descompuso sin haber pegado un pepinazo. Digo yo que los cañones con cientos de años que hay repartidos por toda Europa y que aún siguen de una pieza son un claro ejemplo de que a veces la tecnología nos permite fabricar cosas más vistosas pero menos duraderas.

  • Temporada de caza: Garota de Ipanema

    28 de septiembre de 2005

    Uno tiene una tendencia horrorosa a estirar las historias como el chicle y por desgracia no puedo hacer nada para remediarlo ya que está en mi naturaleza. Es una pena que no logre enlazarlas todas y sacar un libro de todo esto, aunque imagino que forma parte de mis limitaciones y carencias. Aquellos que pasan por aquí de manera recurrente sabrán que lo que vas a leer a continuación es la continuación de un relato que comenzó en Temporada de caza y que después de un silencio de años pude continuar en el elegido. Si aún no las has leído no te voy a adelantar nada pero si te aviso que no entenderás el asunto sin haber explorado esas historias previamente.

    Dicen los que saben que los cerdos van al matadero con gran alegría, felices porque los sacan de paseo. Lo mismo se puede decir del turco. Sabedor de la semana que le esperaba, era todo felicidad y buen rollito. Para todos tenía una sonrisa, un guiño de ojos, una mano con la que ayudar. Yo no puedo hablar por el resto, pero en mi caso aproveché para que me pagara un par de cenitas y se dejara unos euros en unas cañas, que el mamón siempre consigue que yo sea el que acoquine con la cuenta. Pasó unos días de un empalagoso subido, tanto que me hacía recordar aquellos dibujos de tarta de fresa que veía cuando era un pipiolo. Aquella serie conseguía que vomitara los sesos día sí y día también. La jodida niña vestida de rosa con su voz de gallina clueca me enervaba hasta el máximo más absoluto, pero no conseguía desengancharme y fueron muchas las mañanas en las que me despertaba agarrotado con la imagen de ese dibujo animado aún fresca en mi memoria. En los días que pasaron hasta el lunes se convirtió en una sombra horrorosa del machote que solía ser. Ese fin de semana lo tuve que acompañar de compras, a renovar su ajuar y aportarle algo de estilo fresco y desenfadado. No creo que lo consiguiéramos ya que su mal gusto es de leyenda pero al menos lo intentamos.

    El lunes el hombre se levantó a las seis de la mañana y se sentó frente a su ordenador a esperar el correo con las instrucciones. Era el primer día de su nueva vida, su renacimiento como producto de consumo de masas. Después de un par de horas de mirar la pantalla, se cansó y se tuvo que marchar al trabajo. Algunos tienen la ventaja de vivir frente a la empresa de la que reciben las copiosas transferencias a fin de mes y él es uno de esos afortunados. ?nicamente tiene que cruzar un puente sobre el canal Amstel y ya está en la oficina. Miraba fijamente su teléfono móvil y lo mismo sucedía con el programa para recibir el correo. Finalmente apareció el mensaje deseado. El programa FO-YA-MÁS le mandaba su primera cita. El asunto no podía ser más claro: FO-YA-MÁS día uno.

    Miró a su alrededor para comprobar que nadie lo estaba observando y se lanzó a la lectura del mensaje:

    La primera cita será esta noche con Renata DoSeso-Faccile, una joven soltera que vive en Ámsterdam y que trabaja como dependienta en una de las infinitas tiendas de productos para turistas e incautos. Renata busca a su príncipe azul y espera encontrarlo en ti. Le gustan los hombres románticos y es muy melosa y cariñosa. Acudirás a su encuentro llevando en la mano un clavel para que ella pueda reconocerte. Sabrás quien es porque estará leyendo el libro El profesor de piano de Elfriede Jelinek.

    El colega me llamó inmediatamente para leerme el texto. Sonaba genial y más teniendo en cuenta el nombre de la colega, Renata DoSeso-Faccile. Como no todo el mundo nació hablando la única lengua verdadera, le expliqué que en el idioma que hablamos todos nosotros y los ángeles del cielo mismamente, aquello sonaba a que esa noche mojaba más que un temporal del mar del norte. La línea se quedó en silencio durante un rato y tuve que despertarlo de su sueño erótico y devolverlo al mundo real.

    Por la tarde se encontró con ella en el lugar acordado. Llegó con su BMW, vestido de chulo-putas riguroso, con su clavel en la mano para ser reconocido. En la terraza en la que se debían conocer habían varias chicas solas, pero sólo una de ellas estaba leyendo un libro, o al menos haciendo que lo leía porque lo tenía del revés. No todo el mundo está preparado para leer un premio Nóbel de literatura. El turco pensó que estaba cruzando las puertas del cielo. Sub-intelectuales como el que esto escribe sólo aspiran a escribir un libro y plantar una palmera a lo largo de su vida. Otros, como el otomano, son más prosaicos y sólo quieren llegar al fin de sus días habiendo cumplido el sueño de curar a dos lesbianas a base de polvos y follarse una mujer de color. El primer deseo tiene unos enormes signos de interrogación, pero el segundo nunca lo tuvo tan cerca como en ese instante, ya que la tan mentada Renata DoSeso-Faccile era lo que hoy en día se denomina persona de color y lo que antes, cuando la hipocresía no campaba a sus anchas, solíamos llamar una negra.

    La chica encajaba en el grupo de mujeres de las que solemos decir que son monas, no pensando en la hembra del mono sino más bien en que era bonita, linda y aparentemente simpática. Su enorme sonrisa desplegaba unos piños como pantallas de cine, blancos como la nieve. Vestía como cualquier Jenny de centro comercial español, es decir, con menos ropa de la que debería. Se saludaron dándose los tres típicos besos neerlandeses y después de tomar un cafelito se pusieron en ruta. El turco había elegido un restaurante francés para impresionarla. Como las reservas en esos sitios se hacen con varios días y él no podía saber lo que le iba a tocar, se lo jugó todo a la carta romántica y parecía que le iba a salir bien. Llegaron a la puerta del restaurante y el turco hizo un alarde de poderío cuando le dio las llaves de su BeMeTa al aparcacoches y le dejó una propina de treinta y tres pesetas de las de antes o eso que conocemos ahora como veinte céntimos. Un propinazo que le hizo merecedor de una mirada de odio infinito por parte del turco que recogió las llaves. No hay nada mejor como la generosidad con tu propia raza para sentirse bien y este hombre lo sabe y si no que os explique por qué tenemos que bloquear como sea la entrada de su país en la Unión Europea si no queremos que sea el fin de Europa.

    Pasaron y el julandrón que siempre está en una tarima en la puerta de estos antros los recibió, cogió sus abrigos aprovechando para medir la capacidad de la taleguilla de mi amigo y los condujo a su mesa, en donde dos velas perlaban el espacio con su brillo y se veían acompañadas de una botella de champán del caro que descansaba en una champanera esperando que la abrieran. El rictus que mostraba Renata daba fe de lo impresionada que estaba. En aquel lugar, un pianista tocaba música en vivo, una melodía suave que invitaba a cruzar miradas con tu pareja y cuchichear al calor de los cirios. La gente hablaba en voz muy baja y todos buscaban la proximidad con sus compañeros. Se acercó el maitre para ofrecerles la carta y lamerles un poco el culo, que para eso le pagan. La chica a estas alturas ya no tenía capacidad para la sorpresa. Cogió el menú y cuando posó sus bellos ojos en el mismo, se llevó un disgusto. Aquello estaba en francés, idioma del que no tenía ni puta idea. Como no lo quería reconocer, torció un pelín la cabeza, haciendo como que meditaba y después de un rato, cerró la carta. El turco, acostumbrado a este tipo de restaurantes, tenía también muy claro lo que quería. Su conversación transcurría apaciblemente. Pidieron la comida, momento en el que quedó patente el poco dominio de la lengua gabacha de la chica. El maitre lo intentó cuanto pudo pero no consiguió averiguar lo que quería y al final terminaron con el menú abierto y ella señalando el plato.

    Mi amigo se pegaba más que un condón a un cipote y la chica no le hacía ascos. Le susurraba tonterías al oído y ella se reía y se tapaba los dientes con la mano. A veces cogía el vaso de champán y mantenía bien tenso el dedo meñique como cualquier dama de alta cuna. Ella lo quería saber todo de la vida de este hombre que se podía permitir estos lujos asiáticos y él solo buscaba la forma de endiñársela allí mismo. Tras la frugal ensalada que comieron de entrante llegó la carnaza, el plato principal. En el caso de mi amigo era un pato a las finas hierbas con una presentación soberbia. El cocinero había dado el do de pecho al hacer tremenda obra maestra. Para ella era un filete con habichuelas recubierto de una salsa que despedía un tufo horroroso. La pobre había pedido una mierda intragable, pero por no reconocer su ignorancia hizo de tripas corazón y sonrió aún más si cabe. Comenzaron a comer en silencio, aunque el turco rompía aquel vacío con oportunos comentarios con los que lucirse. Tras engullir unos cuantos bocados, la chica de Ipanema estaba en serios problemas. No es que la comida fuera mala, es que era asquerosa. Se echó un trozo bien grande al gaznate para tratar de bajar aquello lo antes posible y cuando intentaba tragarlo se le atascó en el esófago. Comenzó a dar arcadas y a ponerse roja. Sus pujidos alertaron al colega, que después de depositar su servilleta sobre la mesa se levantó para ver si podía hacer algo. La chica sufría unos tremendos espasmos y la tuvo que agarrar por detrás y hacer ese gesto que hemos visto decenas de veces en el cine. El pedazo de carne salió efectivamente volando y vino a caer en la mesa que estaba a su lado, en la que una pareja ya entrada en años miraba con estupor aquel trozo de animal muerto y medio masticado que les había tocado. El maitre llegó corriendo y agitando los brazos como un molino de viento, mientras lanzaba mil y una excusas en francés para la pareja que sufrió los daños colaterales.

    Renata mientras tanto trataba de recuperar la respiración y se fue al baño a refrescarse y muy posiblemente a vomitar aquella mierda. De esta forma tan tonta se jodió la noche. Tras aquella debacle no hubo forma de rectificar la cosa. La chica se recubrió de una coraza protectora y lo dejó todo fuera. Ya no tenía sentido continuar con aquello. Estaba claro que esa noche no iba a suceder nada más. Después de pagar, esperaron el coche en la entrada y el hombre la dejó en la puerta de su casa, en donde se despidieron con un frío apretón de manos. Toda la alegría de la mañana se había esfumado. No hay palabras para describir lo que sentía. Con ésta estaba claro que no tenía ninguna oportunidad. El sueño de la chica de Ipanema se había esfumado tan rápido como había llegado.

    Así acaba la primera cita. Esto continuará aunque no os puedo dar una fecha concreta. Puede ser mañana o el día después de mañana, por lo que tendréis que permanecer alerta.

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