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  • Interior de una nave espacial abandonada

    8 de agosto de 2004

    Interior de una nave espacial
    Era el momento más importante de su vida. Estaba frente a un objeto no construido por humanos, algo que lo cambiaba todo. La transmisión ya había salido para la tierra, pero aún pasarían unas horas hasta que llegase su respuesta. No se habían podido esperar. Habían decidido entrar.

    Se lo jugaron a suertes y la suya estaba de cara ese día. La de Pedro también. Estaban allí, frente al objeto, mirándolo detenidamente, tratando de averiguar como se entraba a esa cosa. Los compañeros que quedaron en la nave lo veían todo por las cámaras de sus trajes y no dejaban de hacer comentarios, sugerencias, tener ideas locas.

    Ella tuvo un pensamiento divertido. En el vacío no hay sonido, no se escucha nada. Es muy fácil decirlo pero casi imposible imaginarlo, sobre todo para unos seres que siempre han vivido rodeados de ruidos. Sin embargo allí estaba ella, rodeada de vacío y con una algarabía tremenda en su cabeza, que la estaba volviendo loca.

    – «¿Queréis estaros callados? No puedo pensar con tanta gente hablando»

    Le hicieron caso. Sabían que ella es la mejor, la más capacitada del equipo, la número uno. Siempre había sido así. Lo que para otros eran tareas complicadas, para ella era el pan nuestro de cada día. Su cerebro era capaz de encontrar soluciones incluso para lo imposible. Ahora se enfrentaba a uno de esos retos imposibles.

    Miraban el objeto, una extraña nave con forma de platillo, perfectamente emplazada, lista para emprender el vuelo. No habían luces ni ningún tipo de gas saliendo de ella. Sólo el crudo metal. En aquel desierto metálico privado del óxido y el orín que se dejan ver en la lejana tierra, el metal seguía igual que el día que la nave alienígena aterrizó. Ni siquiera podían saber si había sido unos días atrás o unos milenios.

    La luz de su traje se reflejaba en el casco, al igual que la de Pedro. Pensó en una discoteca y en las bolas de espejitos que suelen tener en sus pistas. El efecto era el mismo.

    – «Vamos a mirar por debajo, Pedro. Quizás haya alguna escotilla«.

    La parte inferior de la nave parecía tan misteriosamente sellada como el resto. Desde abajo era aún más imponente. Debía tener el tamaño de un campo de fútbol.

    De repente algo cambió. El metal comenzó a derretirse cerca de donde estaban y surgió una plataforma. Habían luces. Con la excitación se quedó abobada mirando la rampa. Las voces de sus compañeros la trajeron de vuelta. Miró a Pedro, que se había aproximado a ella. Ahora estaban bastante juntos. Parecía que la proximidad les daba algún tipo de protección.

    – «Bueno, vamos a entrar«.

    Se encaminó hacia la rampa con paso decidido. Prefirió no pensar en nada, porque el miedo se alimenta de nuestros pensamientos y la mejor forma de combatirlo es no dándole de comer. Cuando subían ambos miraban hacia el agujero que los esperaba. No se veían luces viniendo desde dentro. Nada más entrar la puerta desapareció y los dejó encerrados. El enlace con los compañeros también se había perdido. Estaban aislados. Al menos se habían encendido algunas luces, o algo parecido, porque la iluminación llegaba directamente de las paredes, pero no se veían lámparas o algo parecido. Estaban en una pequeña cámara vacía. Por la altura de los techos, quienquiera que hubiese construido este trasto no debía ser muy alto. Con los trajes casi tocaban el techo. Avanzaron hasta el final del cuarto, en donde parecía haber un pasillo.

    Sus sensores no detectaban la presencia de aire. Puso una marca en la pared. Eran un Hansel y una Gretel modernos. Todo estaba asépticamente limpio. No se veía ningún tipo de deterioro. Siguieron avanzando por el pasillo. No habían intersecciones, no habían puertas ni ningún tipo de salas. Sólo el pasillo. Avanzaban casi en silencio. Ahora solo oía el sonido de su propia respiración dentro del traje. Aún tenían aire para un par de horas, así que no debían preocuparse excesivamente por buscar la salida. Continuaron caminando.

    Aquello era inmenso. En su imaginación nunca pensó que una nave de ese tamaño sólo tuviera un único y eterno pasillo. Siempre creyó que un trasto extraterrestre estaría lleno de laboratorios, salas en las que habitarían cientos de seres alienígenas. Debía ser todo el cine de ciencia ficción que había visto. El pasillo parecía estar a punto de acabar. Se veía algo diferente un poco más adelante. La luz se atenuaba en aquel sitio.

    Cuando llegaron se encontraron con otra sala. Esta era más amplia. Al acercarse a la pared esta se volvió transparente y pudo ver su nave. Estaban en algo parecido a una sala de control. Lo extraño es que no había ningún equipo. Sintió algo parecido al golpe de sonido que sucede a un cañonazo. Miró a Pedro cuyos ojos se habían dilatado. ?l también lo había sentido. Se repitió.

    De repente una voz sonó en su cabeza, o en sus auriculares:

    Hoy me ha dado por pensar …
    que estás más lejos que ayer …
    y sigo esperando …

  • Yo, Robot – I, Robot

    7 de agosto de 2004

    Este verano está resultando nefasto. Tras el susto del pasado domingo, temía volver al cine, pero es mi sino el tropezar repetidamente. Me dejé convencer por mi amigo el chino para ir a ver el nuevo superéxito taquillero yanki. I, Robot (Yo, Robot en cristiano) es una de esas películas de ver y olvidar. ¿Cuántas veces miré la hora durante los 110 minutos que dura? Pues no lo sé, pero tranquilamente unas treinta veces. En algunos momentos me aburría tanto que pensé en coger mi ipod mini y ponerme a escuchar música.

    Voy a tratar de ser un poco objetivo, cosa difícil para alguien que se ha leído toda la obra de ciencia ficción de Isaac Asimov. No creo que merezca la pena comparar la películas con los cuentos cortos y las novelas de este hombre, porque los sinvergüenzas que la rodaron ya lo anuncian al principio al decir que está ?inspirada por??. Básicamente respetaron el enunciado de las tres leyes, algún que otro nombre de personaje, la palabra positrónico y sanseacabó. Lo demás es una nueva película de acción de Will Smith, con sus bromas estúpidas, sus gilipolleces habituales, y con la novedad de que sale dos veces en calzoncillos (intuyo que el director pierde más aceite que el Titanic) y que ahora trabaja para la teletienda. Hay empotrados en la peli varios anuncios de teletienda. Will Smith vende zapatillas deportivas, equipos de música, coches, motos y lo que se le ponga a tiro. Todo ello con sus correspondientes segundos de elogio hacia el producto. ¡Vergonzoso!

    El guión es de juzgado de guardia. Dudo que tenga más de cinco páginas y en caso de que así sea, será porque usaron un tipo de letra grande. Lo resumiré en dos líneas: Panoli mongólico y retardado que odia los robots ve más conspiraciones que George Bush y es capaz el solito de salvar el universo universal, enamorar a la calentorra de turno y destruir muchos coches. ¿os suena familiar? Espero que sí, porque de estas el Will Smith tiene varias.

    Como película de acción no vale nada. Es totalmente previsible. Se ven venir las cosas con veinte minutos de antelación cuando menos. En los momentos culminantes te rascas la barriga, te miras las uñas, haces ejercicios musculares con tu cuello y esperas que la tortura acabe pronto.

    Del director, Alex Proyas, mejor no hablar. Me ha decepcionado profundamente. No me puedo creer que el mismo tío que hizo Dark City y El Cuervo haya parido semejante mierda. Espero que arda en el infierno muchos años por esto.

    Resumiendo. Iros a la playa y pasadlo bien, que esto no merece la pena. Si queréis más información en español, haced clic aquí
    gallifantegallifante

  • La mano en el fuego

    6 de agosto de 2004

    La mano en el fuego
    Cuando le dijo que se iba a casa a descansar porque estaba un poco cansada su corazón perdió el ritmo. Había esperado que todo fuera distinto, que no hubiera otra vez. Pensaba que si dejaba el tiempo correr todo pasaría, que no tendría que afrontarlo. No fue así. Ahora, sólo en el despacho, con los ojos llenos de lágrimas, pudo ver el abismo insoportable que se abría a sus pies y sintió una pena infinita por lo que acababa de perder. Se limpió los ojos y se puso la chaqueta de forma mecánica.

    Sin fuerzas, arrastrando los pies por el suelo, salió del edificio y fue a buscar su bicicleta. Mientras caminaba, trataba de convencerse de que todo era un loco desvarío, un capricho tolerable, pero mientras se escuchaba a sí mismo se daba cuenta de que no podía seguir ese juego, de que si lo hacía renunciaría al cielo, y sin cielo no hay amor.

    De camino a la casa trataba de poner su cabeza en orden, buscar sentencias con las que condenarla, no quería improvisar y mucho menos arrepentirse de algo de lo que dijera. Cruzaba las calles desiertas a esa hora, mientras una fresca brisa le daba en la cara. No se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor. Sólo había un destino y un cerebro atormentado que pensaba que el mundo era ese día un lugar muerto. Cuando llegó cerca a su casa, aparcó la bicicleta con la de ella y las ató juntas con su cadena, como hacía siempre, un acto reflejo.

    Entró en el portal y pensó en dar la vuelta. Su otro yo, la vocecilla que le gritaba desde hace semanas lo obvio, lo que él se negaba a creer, le susurraba que no habría otra vez, que era hoy o nunca, que fuera un hombre e hiciera lo que tenía que hacer. Volvió a dudar al llegar a la puerta. Los ojos se le estaban volviendo a llenar de lágrimas. Se quedó allí quieto, sin tener conciencia del tiempo, con la llave en la mano.

    En un momento dado algo despertó dentro de él. Abrió la puerta sigilosamente y entró. No se molestó en cerrarla. Cruzó por el salón. Ni siquiera notó que había música puesta, que su disco favorito, el disco de Fangoria, sonaba en esos momentos. ?l sólo tenía ojos para la puerta del fondo. Ya antes de llegar los pudo oir. Eran ruidos guturales, susurros marginales que le quemaban los oídos.

    Abrió la puerta de golpe. Ellos se volvieron con la sorpresa pintada en el rostro. Por una fracción de segundo sintió una pena infinita, por él, por ella, por ambos, por lo que pudo ser y no sería, por el camino dejado atrás y la autopista que nunca se construiría en el futuro. Se dió cuenta de que se estaba quemando por ella. El instante pasó y la ira lo ocupó todo. Los miró a ambos, lentamente, con una expresión de odio infinito en su rostro. Su ira le dilató las venas del cuello, le provocó un temblor en la mano, en la que seguían las llaves.

    Ellos lo miraban sin saber como reaccionar. Ella fue la primera que comenzó a moverse. Trataba de coger la sábana y taparse. El otro seguía allí, intentando adivinar sus movimientos para poder esquivarlo. Cuando por fin salió un sonido de su garganta, fue una negación cargada de dolor. Un «No» largo y sentido que barrió su cuerpo de una punta a la otra. Ya no era suya y él no quería que fuera de nadie más. Levantó la mano para atacarlos, pero justo en ese instante vio que de hacerlo sería segurles el juego.

    Con gran dignidad, los miró a ambos y le dijo a ella: «No quiero volver a verte«. Se dio la vuelta y cuando avanzaba hacia la puerta la oyó como le gritaba que no era lo que parecía. Cerró la puerta al salir.

    Salió a la calle. El cielo tenía un azul intenso. Decidió que prefería caminar de vuelta al trabajo. Tenía que despejarse.

    … no lo hago solo por ti
    y no me voy a arrepentir …

  • Las Brujas de Mayfair – The Witching Hour

    5 de agosto de 2004

    Las Brujas de Mayfair, nombre por el que se conoce en cristiano al libroThe Witching Hour The Witching Hour de Anne Rice es el primer tomo de las historias de una saga de brujas que viven en Nueva Orleáns.

    Revisitar este libro es siempre un gusto. Es posiblemente el mejor de la serie. En esta ocasión en que encima reconozco los lugares de los que hablan por haberlos visto, el gusto es mayor. En mis vacaciones en Nueva Orleáns pude ver la casa sobre la que gira todo el libro, así como varias de las zonas que se mencionan.

    Para aquellos que nunca hayan leído nada de Anne Rice, es una escritora bastante prolífica y con frecuentes altibajos. Su saga más conocida es la de las Crónicas Vampiricas, de la que se han llevado dos de los tomos al cine.

    Hablando un poco del libro, trata de una mujer que descubre que es bruja y que desciende de una dinastía de brujas y brujos. Aunque la trataron de apartar de la familia para evitar su sino, al final el destino la alcanza. La mujer se tendrá que enfrentar a un espíritu que ha acompañado a la familia durante cientos de años y que parece ser que les otorga el poder que tienen.

    Como en la mayor parte de los libros de Anne Rice, hay un fuerte componente sensual y una velocidad narrativa bastante suave, si la comparamos con otros escritores de super-éxitos. Definitivamente recomendado si os gustan las historias de misterio en plan ligero, la brujería y similares.
    gallifantegallifantegallifante

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