Este es la décima anotación de la historia Planta 33 que comenzó en Planta 33 – Capítulo primero.
En el interior del ascensor olía a desinfectante, a esos productos que neutralizan olores con otros más fuertes. La luz del fluorescente parpadeaba creando luces y sombras que se alternaban a mi alrededor. El segundo botón estaba encendido y en muy poco tiempo el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron tan bruscamente como se habían cerrado. Me quedé mirando hacia afuera sin salir. Miré de nuevo hacia los controles del ascensor y vi que solo había doce plantas. Ni siquiera sabía si Jorge había desaparecido aquí. Pulsé el número doce y las puertas volvieron a cerrarse. El ascensor cogió velocidad. Los números se sucedían rápidamente y de alguna manera parecían cambiar en perfecta sincronía con los parpadeos de la luz. En mi bolsillo el teléfono vibró al recibir un mensaje. De forma instintiva metí la mano para sacarlo y mirar en la pantalla. Aborté el gesto cuando fui consciente del mismo. El ascensor estaba a punto de llegar a la planta doce. Al abrirse las puertas salí.
Parecía una planta normal de un edificio de apartamentos. Nada extraño. Cerca del ascensor estaba la abertura para tirar la basura y el buzón de correos. Una puerta pequeña tenía una chapa que avisaba que estaba reservada para el personal de mantenimiento. El pasillo no estaba muy bien iluminado pero tampoco a oscuras. Busqué la puerta de la escalera y la abrí. Era de esas que una vez se cierra no te permite abrirla desde el otro lado así que antes de salir procuré buscar algo para trabarla. No había nada, salvo una papelera, la cual arrastré y bloqueé la puerta. Pulsé el interruptor para encender la luz y subí los escalones rápidamente. Las escaleras acababan en el siguiente tramo bloqueadas por una puerta con un candado. Allí no había más plantas. Recordé lo que me había dicho Jorge sobre el edificio y no cuadraba. Volví a la planta doce. Desde la puerta más cercana al ascensor un ojo me miraba a través de la mirilla. Lo podía ver moviéndose con curiosidad e incluso se escuchaba la respiración. Debía ser un anciano, alguien con los pulmones quemados por la edad y a quien le costaba empujar algo de aire allí dentro para mantener la maquinaria en funcionamiento. Volví al ascensor y en ese momento se abrió la puerta
– Kto as mekl ? o algo parecido que no entendí en absoluto.
– Perdón, no la he entendido, ¿qué ha dicho? ? Era una mujer mayor, muy mayor. Tenía un camisón viejo y sucio que le quedaba por encima de los tobillos. En su pelo se alternaban canas con rastros de viejos tintes y claros en los que directamente faltaba el pelo. Unas viejas gafas colgaban cansinamente de la enorme nariz y prevenían su caída con una cadena que rodeaba el cuello de la mujer. Me miró desconcertada durante unos momentos, como si estuviera procesando la información que le había suministrado.
– ¿Qué hace aquí? ? me dijo en inglés con un fuerte acento. Debía ser rusa, como todo por esta zona. Aún no conseguía entender lo que había traído a Jorge a un sitio como este.
– Nada, ya me iba. ? le dije sin entrar en detalles.
– Le he visto subir por las escaleras y sé lo que busca. No lo haga. Váyase y no vuelva más ? la miré extrañado. No sabía a cuento de qué venía el discursito pero en cierta forma sonaba a advertencia.
– ¿A qué se refiere? ¿Qué es lo que no debo hacer? ? dije. Ella me miró y por un instante vi en sus ojos lástima por mi.
– Será mejor que no busque porque al final puede que acabe encontrando aquello que no desea ? me dijo con su acento extraño, arrastrando las palabras y remarcando las erres. Se dio la vuelta y sin decir nada más cerró la puerta de su casa.
Me quedé boquiabierto. Esta sí que había sido una experiencia extraña. El ojo volvió a aparecer en la mirilla e inmediatamente se posó en mi. Me sentí incómodo y me di la vuelta para volver al ascensor. Entré y pulsé el botón del segundo piso. las puertas se cerraron. Yo miraba al frente y algo llamó mi atención. Por el rabillo del ojo juraría que había visto más botones en el ascensor, que las otras plantas existían. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y rápidamente miré hacia el panel de control en el que solo había doce plantas. Mantuve mis ojos fijos en los botones mientras bajaba. Ni siquiera parpadeé. Cuando alcanzamos la segunda planta y se abrió la puerta, salí sin dejar de mirar hacia los botones. La puerta se cerró y miré hacia el final del pasillo. Todo parecía normal. Era idéntico al de la planta doce. Mientras andaba miré todas las mirillas pero nadie parecía estar observándome. Llegué junto a la puerta y toqué el timbre.
Fin de la Primera Parte
Si quieres seguir leyendo, sigue hacia Planta 33 – capítulo undécimo
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