Planta 33 – capítulo decimotercero


A trompicones y parando y arrancando de cuando en cuando pero aún así seguimos avanzando en esta historia que comenzó en Planta 33 – Capítulo primero y deja que te cuente un secreto, al llegar al final de cada capítulo hay un enlace para saltar al siguiente

Millones de personas han pasado por el Vaticano y seguro que hubo tantas razones como individuos. La mayor parte van allí porque es el corazón de la religión católica, el lugar en el que más de mil millones de personas depositan su fe y la casa del máximo gobernante de dicha institución. Para Paola y María la razón era mucho más sencilla, querían ver la Basílica de San Pedro, andar por ese espléndido templo construido entre otros por Rafael, Miguel Ángel o Bernini. Por eso, cuando llegaron a la parte superior de la cúpula diseñada por Miguel Ángel se miraron y se cogieron de la mano. Este era un momento mágico, uno de esos instantes que compartes con gente muy especial y que recordarás años más tarde en incontables conversaciones. Ellas salieron a la balconada en el instante en que uno de los últimos rayos de sol se abría camino entre las nubes y creaba un sendero dorado a través de la ciudad. Desde allí arriba Roma era un mar de cúpulas de basílicas, campanarios y edificios llenos de antenas de televisión y de satélite. Las famosas siete colinas y los edificios no muy altos le daban a la ciudad ese peculiar aspecto de ordenado caos en el que las iglesias parecían predominar y donde todo estaba presidido por el castillo de San Angel y el río Tíber. El instante era aún más especial porque estaban solas y allá arriba solo escuchaban el susurro del frío viento. La oscuridad comenzaba a ganar la guerra contra la luz y por todas partes se veían luces que se encendían para iluminar las calles.

Desde donde se encontraban hacían fotos y señalaban edificios que podían reconocer. Los jardines de la Ciudad del Vaticano se veían preciosos, exquisitamente cuidados y solitarios. En la Plaza de San Pedro los últimos turistas hacían fotos y los destellos de sus flashes se podían ver desde allá arriba como diminutas explosiones. Algunos operarios colocaban vallas en la plaza seguramente preparando algún evento del Papa y desde aquella privilegiada posición parecían un ballet que ejecutaba una curiosa coreografía.

Seguían admirando la ciudad desde allá arriba cuando escucharon un sonido peculiar que venía del otro lado de la cúpula. Paola tardó un rato en reconocerlo porque no es el tipo de ruido que uno espera en un sitio como ese pero al final dedujo que se trataba del timbre de un ascensor al abrirse la puerta. Escucharon voces quedas que comentaban algo en algún idioma extraño. Después de unos segundos las voces dejaron de oírse y se escuchó claramente la puerta de un ascensor que se cerraba.

De entre las cosas prácticamente imposibles en este mundo que haya un ascensor en la parte superior de la cúpula del Vaticano es una de ellas. Por algo es de pasar por una taquilla en la que ya te advierten que hay que subir un montón de escalones. Sencillamente eso no puede ser. Paola siempre ha sido la más osada y sin dudarlo un solo instante avanzó para ver lo que había al otro lado. María dudaba un poco pero cuando vio que se quedaría sola decidió seguirla. Dieron la vuelta al lugar y allí no había nada, ninguna puerta de ascensor que pueda traer visitantes de cualquier tipo.

?¿Qué crees que ha sido? ? preguntó María
? No lo sé. Sonaba a un ascensor y gente que se bajaba pero aquí no hay nada. Es imposible, estamos en la cúpula del vaticano y hasta aquí no llegan ascensores ? respondió.

En ese instante volvieron a oír el sonido de la campana del ascensor y el sonido provenía del otro lado, de aquel en el que habían estado hasta unos segundos antes. María sujetó la mano de Paola y se miraron desconcertadas. Algo extraño estaba sucediendo allí. Fueron avanzando lentamente hacia el lugar en el que se encuentra la entrada. Esta vez no se oían ruidos, estaba todo en silencio. Todo parecía normal con el aire frío golpeándolas y recordándoles que era invierno y que incluso en la Ciudad Eterna hay estaciones. María apretó fuertemente la mano de Paola cuando lo vio, clavándole las uñas. Se quedó quieta y si no es porque Paola la arrastraba no se habría movido. En el lugar en el que debía estar la puerta ahora podían ver no la familiar entrada de las escaleras sino un moderno ascensor, vacío y esperando a sus pasajeros. En el indicador luminoso aparecía el número treinta y tres. Se pararon frente a la puerta sin saber muy bien que hacer.

? Antes no estaba aquí y ni siquiera debería estar ahora. Esto debe ser una trampa, un truco de algún programa de esos en los que se ríen de la gente ? dijo Paola
? Pero en el Vaticano, en este sitio, no es posible, no creo que los curas lo permitan. ? dijo María.
? Vamos a entrar y comprobarlo, si es una broma, hagámoslo con estilo y que no vean solo nuestras caras de pánico ? animó Paola.
? No sé, no me hace gracia, esto no debería estar aquí
? Venga mujer, anímate, vamos dentro del ascensor y veamos que pasa

Entraron despacio y de verdad que parecía un ascensor, quienquiera que lo hizo realizó un trabajo perfecto. Cuando ya estaban dentro miraron el panel y Paola pulsó el botón de la planta baja. Un par de segundos después la puerta se cerró y el ascensor se puso en movimiento.

??

La cúpula del Vaticano estaba vacía. No había nadie ni nada anormal. El vigilante la rodeó un par de veces y cuando estuvo seguro se acercó a la puerta de bajada y comenzó el descenso.

Este relato continúa en Planta 33 – capítulo decimocuarto

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