Un exótico viaje de Holanda a Zaragoza


Siempre he preferido los viajes lo más directos posibles, más que nada porque a mayor número de transportes, mayor probabilidad de tener problemas. De la teoría a la práctica siempre hay diferencias y prefiero ajustar todo lo que puedo para reducir estas. Sin embargo, en mi viaje a Zaragoza no ha sido posible. Aunque es una gran ciudad, en lo que respecta al transporte aéreo llevan un retraso de una década y son muy escasas las opciones que uno tiene para llegar allí. Estamos hablando de la ciudad que albergará la Exposición Internacional 2008. La combinación que conseguí fue yendo vía Madrid.

Salí a las seis de la mañana desde mi casa para coger el autobús. Ya había amanecido y el sol lucía espléndido. Había gente en la calle paseando a sus perros y haciendo deportes. A la hora precisa apareció la guagua y comenzó el viaje. En la estación de Utrecht compré un billete para ir hasta Eindhoven en tren y bajé al andén para esperar el tren, el cual llegaba diez minutos más tarde. La siguiente hora la pasé dormitando en el tren, jugando a los jueguillos que tengo en mi teléfono móvil y escuchando música. A esas horas los trenes ya van llenos con gente que empieza a trabajar temprano. Y por supuesto estábamos la banda que viajaba desde el aeropuerto de Eindhoven, un grupo fácilmente distinguible por los trolleys y bolsas que cargábamos. En la estación de Eindhoven salí a la parada de guaguas y me subí en la que va al aeropuerto. Se petó completamente, un lleno legendario. Además de la multitud hay que contar el equipaje y os haréis una idea de lo que parecía aquello. La gente que se bajaba en las paradas anteriores al aeropuerto lo tenía bien crudo porque las salidas estaban bloqueadas con maletas y similares. Tras unos veinte minutos entramos en el aeropuerto y se produjo la desbandada. Los que tenían que facturar corrían como posesos para adelantarse al resto y yo me pasé por el baño a recuperar el dinero pagado en tasas dejando una gran jiñada, algo habitual y que recomiendo a los viajeros para que en los aeropuertos se gasten algo de dinero.

En esta ocasión volaba con Ryanair y gracias a que llevaba mi tarjeta de embarque impresa desde casa y no facturaba equipaje estaba en el grupo de los elegidos, esos que pueden correr hacia el avión con ventaja para conseguir los mejores sitios. A la hora de pasar el control de tarjetas de embarque y pasaporte se juntaron dos vuelos en la misma puerta y para cuando lo solucionaron yo estaba el primero en la fila. Pasé y me di el lujo de entrar en el avión y elegir el sitio que se me antojó. El sistema de Ryanair funciona como un reloj, la gente entra rápidamente y en menos que canta un gallo estamos listos para el despegue, el cual sucedió antes de tiempo. En el aire cruzamos los despejados cielos del centro y norte de Europa y al llegar a Madrid lloviznaba y hacía frío. Debería ser al revés, uno no sale de Holanda con veintipico grados para llegar a España con diecisiete pero así sucedió. Desde el aeropuerto cogí el metro para ir a Delicias, máxima dificultad con dos cambios de línea entre medias. En el metro huele mal, como a sudor macerado durante décadas. En una de las estaciones en las que hice transbordo los agentes de seguridad se llevaban a una delincuente que chillaba como una bellaca. Algún turista hizo fotos, encantado por esa postal tan typical Spanish. Al salir a la calle en Delicias llovía y fui escopeteado a reunirme con M. Era la una de la tarde. Teníamos tres horas hasta la salida de nuestro AVE a Zaragoza así que aprovechamos para almorzar en Madrid y después subimos andando hasta la estación de Atocha. Teníamos asientos separados en el tren y preguntamos a una empleada para averiguar como cambiarlos y sentarnos juntos pero no saben o no contestan. Después de varios infructuosos intentos nos dimos por vencidos y nos dirigimos a la sala de espera. Hubo suerte y el tren no iba lleno y además no hacía escalas en ningún otro lugar y una vez cerraron las puertas y arrancamos nos sentamos juntos.

En la siguiente hora y media cabalgamos a lomos de un AVE con cabeza de pato el cual nos dejó en la estación de Zaragoza a la hora esperada. Al salir de la estación fue como saltar de un universo increíble y maravilloso a las calles de una ciudad en guerra ya que estábamos rodeados de grúas, martillos neumáticos, camiones de obras y un ruido ensordecedor. En la improvisada parada de autobús esperamos el que nos tenía que llevar al centro. Sorprender el ver como los trabajadores no respetan las medidas de seguridad que están para protegerlos y protegernos. Allí el único con casco era el conductor de un tractor que iba además dentro de la cabina, bien seguro. Las vallas estaban mal puestas y la señalización brillaba por su ausencia.

Tras esperar unos diez minutos llegó la guagua, nos subimos y después de un para y arranca que duró cerca de media hora y que estaba amenizado por un atasco de tráfico llegamos a la zona en la que estaba nuestro hotel, en la calle de San Miguel, pleno centro de la ciudad. Así comenzaron estas vacaciones en Zaragoza.

Si quieres leer el relato del viaje, la historia continúa en Zaragoza es Caesaraugusta