3000 kilómetros de separación


Son 3000 los kilómetros que me separan de mi tierra y aunque puedan parecer un montón, los recorro a menudo para volver a casa. Y así ha sido este domingo. Como en ocasiones anteriores, es un esfuerzo combinado de medios de transporte. Primero andando a la estación de Hilversum Central, desde allí un tren hasta Weesp, cambio a otro tren hasta Schiphol en donde recogí mi billete y aproveché para comer algo en el aeropuerto. El gran vestíbulo que se encuentra sobre la estación de tren es un vivero de rateros. Los hay por todas partes mirando a ver quien se despista y deja una maleta sola un par de segundos. Se les reconoce fácilmente. Gente sola, que hace señas a otros y que no tienen equipaje. Se apoyan en las columnas y miran alrededor continuamente. Casi todos son personas de color y fundamentalmente inmigrantes. Como la estación no pertenece al aeropuerto, la policía militar que trabaja en el recinto aeroportuario no puede hacer nada. Se amparan en este vacío legal para robar todo lo que pueden. Como ya conozco el patio, siempre que voy a Schiphol llevo el portátil dentro de la maleta y lo saco antes de facturar. Así no los provoco, que la visión de un ordenador los excita en demasía. Esta vez estaba de paso, ya que volaba desde el aeropuerto de Rótterdam.

Después de comer, tren a Rótterdam. Hacía por lo menos dos años que no la visitaba. De todas las ciudades holandesas, es la que menos me gusta. Es el único lugar de este país en el que no me siento seguro. Vas por la calle y notas que te observan, que hay gente mirándote. Pasa en todos lados. Es una ciudad en la que más del sesenta por ciento de sus ciudadanos son extranjeros y dentro de la ciudad se encuentra uno de los puertos más grandes del mundo. Es también el lugar de los Países Bajos con más crímenes.

Salgo de la estación para coger el autobús que me lleve al aeropuerto y vienen hacia mí dos policías llevando a un delincuente del brazo y por detrás de ellos veo a otros cuatro polis persiguiendo a otro ratero. La sensación de inseguridad se acrecienta. Pregunto por el lugar de la parada de la guagua a un policía. El policía saluda a un tío y le dice que a ver si se porta hoy bien. El tío era el yerno que toda suegra no quiere tener. Visto el ambientazo en la plaza frente a la estación de tren, me quedo en la parada esperando la guagua. Cuando vamos camino del aeropuerto, cruzamos barriadas marginales. Que ciudad tan deprimente. En el centro hay un par de cosas bonitas, pero el resto no merece la pena. El aeropuerto es el segundo más grande de los Países Bajos. Tampoco os creáis que es una cosa enorme. Eso sí, como hay tan pocos vuelos, es puro lujo asiático, con el suelo de parqué.

Ya en el avión de la compañía Transavia, la tripulación estándar. Azafata mayor, tres chochas y dos tíos. Uno de ellos estaba esponsorizado por aceites Koype, perdiendo aceite por litros el hijoputa. El equipo gestor de Transavia se hizo un master en iberia y no dan ni agua, así que entramos todos al avión cargados de vituallas. Aquello parece un mercadillo. La gente empieza a sacar bocadillos, galletas, salchichón y demás. El vuelo transcurrió sin problemas. Sólo nos llevamos un par de sustos al aterrizar. Primero cruzando las nubes, que el pájaro se agitó como nunca en mi vida. Una vibración chunguísima. Y ya con el tren de aterrizaje bajado y a cien metros de alturas o menos, pillamos unas rachas de viento que empujaron el avión hacia abajo y hacia un lado. Se me subieron los huevos a las amígdalas. Pero bueno, aquí estamos, de vuelta a casa.


7 respuestas a “3000 kilómetros de separación”

  1. Bueno, me alegro de que estés en casa sano y salvo. Aquí tenemos un frio que para que, tengo un dolor de garganta continúo. Pero mi familia viene a verme pasado mañana, a ver si traer calorcillo.

  2. Tienes razon con la ciudad de Rotterdam. Fuimos de turismo una vez y si puedo no vuelvo mas. La has descrito tal y como la vivimos nosotros. Da mucho miedo estar ahi.

  3. lo unico que me gusto a mi de rotterdam fueron las tiendas caras, es una pena que no tuviera dinero para entrar en ellas, jajaja

  4. Rotterdam sería mucho mejor sin algunos de los inmigrantes que tiene. Que no es lo mismo el marroquí que roba bolsos en la entrada de la estación de tren, que el ingeniero mexicano que trabaja en t-mobile. No hay color. El problema es que por cada inmigrante cualificado en Rotterdam, hay ocho con habilidades de dudosa legalidad.