El largo camino de vuelta


La vuelta a casa, al hogar neerlandés, fue bastante sosa. Lo más reseñable sucedió en el aeropuerto de las Palmas. Por razones que sólo Aena y Dios conocen, cambiaron la facturación desde la terminal nueva a la vieja. Cuando mis padres me dejaron en el aeropuerto y busco el número del mostrador al que tengo que ir, veo que son el 15 y el 16. Mirando los que se encuentran allí, descubro que el primero es el 30 y hay una flecha que señala hacia la terminal vieja para el resto. Un par de minutos antes acababan de llegar también los autobuses que vomitaban los cientos de holandeses que volvían a casa. Lo que sucedió a continuación fue una ignominiosa carrera de terminal a terminal en la que no perdimos la dignidad por carecer de ella, con el único objetivo de llegar pronto al punto de facturación. Por el camino dejé atrás viejas cojeando, madres con niños que trataban de mantenerlos en los carritos portamaletas para ir más rápido y todo tipo de seres inferiores. A mí me superaron algunos que corrían sin equipaje, para coger sitio en la cola. Cuando llegué, por suerte, las señoritas que atienden a los pasajeros les rogaron que se jodieran y nos dejaran facturar. Gracias a esto me deshice del trolley rápidamente. Bueno, también tuvo algo que ver que yo era el único que hablaba español y me movía mucho más rápido que ellos ante las órdenes de las chicas.

Desde que volé el año pasado a los Estados Unidos en la última fila del avión, me ha entrado una neura y siempre pido ventana lo más adelante posible, alegando todo tipo de excusas irrisorias. Parece que esa zona no es muy apreciada, porque en ambos viajes conseguí la fila 2A. Ya sé que siempre se ha dicho que es más fácil sobrevivir en la parte de atrás, pero nunca he entendido ese razonamiento. Si el piloto va adelante, el tratará de salvarse, más que nada por instinto de supervivencia, así que será más fácil sobrevivir cuanto más cerca se esté de ese hombre. Y de ser posible, los motores siempre por detrás de uno, por si revientan.

Tras la facturación, me tomé un cafelito y cuando fui a pasar el control de seguridad, veo una multitud empujándose. En mi vida había visto algo parecido en Gran Canaria. De zorrudo, me voy haciéndome el lolailo a la otra terminal para pasar el control por allí. La cola era tan grande como la que dejé atrás. Me resigno y me meto entre empujones. Aproveché la coyuntura para lanzar un par de castañazos con los que amenizar la espera. La gente siempre reacciona antes los ataques químicos. Todos nos reímos y nos miramos unos a otros, buscando el culpable. Entre tanta gente, es imposible encontrarlo o al menos eso quiero creer. Estaba yo entretenido con los comentarios de la gente, mayormente holandeses, cuando aparece una guardia civil y se pone a gritar como una loca . Todos nos movemos lentamente en dirección opuesta a su presencia, reagrupándonos en un rincón. La tipa gritaba no bambino, no bambino. Yo, como todos sabéis, no estoy muy puesto en música moderna, así que no entendía a lo que se refería. Mis sufridos vecinos tampoco la acababan de entender, porque todos la miraban espantados y retrocedían. La mujer, desesperada, se acercaba más a nosotros. Finalmente, alguien le preguntó en español y nos enteramos que preguntaba por gente sin niños. Algunos dieron un paso al frente y cayeron engañados en la trampa. La tipa los puso en una cola de castigo que se movía menos que el saldo de mi cuenta de ahorro. Visto el patio, agarré el cabezón de un niño que estaba a mi lado y simulé ser su padre, o más precisamente el tipo al que le pusieron los cuernos descaradamente, porque el niño era rubio de ojos azules y no colaba como hijo mío ni de coña. Superé la prueba y seguimos allí, apelotonados como ganado, hasta que veinticinco minutos más tarde pudimos pasar por los arcos de seguridad. Yo no entiendo a la gente. Pasan con todo encima y aquello canta. Yo sin embargo, me quedo medio desnudo, porque ya sé que todo lo que llevo puesto tiene cierta tendencia a dar el cante. Tardo un rato en despojarme de las pertenencias, pero al menos me ahorro el magreo del mago que te mira con lascivia y con esas manotas como sartenes de lo grandes que son.

Tras pasar la seguridad, reubicación de las posesiones y a esperar el vuelo. Decir que es la primera vez que me pego tanto tiempo para pasar la seguridad en el aeropuerto de Gran Canaria. El que hubieran cinco vuelos a la misma hora con destino a Amsterdam, Maastricht-Eindhoven y Rotterdam no es excusa. Deberían preveer estos picos y poner más gente a trabajar, que allí había mucho intelectual magreándose las arriolas sin hacer nada.

Sobre el vuelo no hay nada que comentar, salvo el aterrizaje. El fin de semana hubo un viento endemoniado en los Países Bajos. El piloto avisó que aquello podía moverse algo más de lo habitual. Bonito concepto. La realidad es que ahora sé como se siente la compresa de una coja. Parecía que nos estuvieran usando como maracas. Creo que el avión aterrizó totalmente escorado a la derecha. La vieja que iba a mi lado se quitó la dentadura para no clavársela en las encías de la tensión tan grande y la sujetaba con la mano.

Y un consejo para navegantes. No os tapéis los cinturones de seguridad, que los azafatos con pérdida de aceite consideran un deber, una obligación y un privilegio el magrearos para comprobar que hacéis uso del mismo. Sin embargo, a la anciana que estaba a mi lado bien que la ignoró el muy mamón.


5 respuestas a “El largo camino de vuelta”

  1. ¿hay azafatos sin pérdida de fluidos? Y si los hay, ¿con quién vuelan? en todos los años que llevo volando, el que menos te araña como una gata a poco que te descuides. Nunca he visto una azafata echarme mano al cinturón, pero a los tíos hay que espantarlos como a las moscas.

  2. El día que aparezca un azafato hetero, se va a poner las botas el cabrón con todas las azafatas.
    Aunque sea más feo que picio se lo van a rifar.

  3. Oye, que yo en mi curro los veía a diario, y efectivamente se ponían las botas con las azafatas. Y había más porcentaje de heteros que de gays, comprobado. Besillos!

  4. Mi amiga la ex-azafata de Bintre de alquiler me ha dicho que tengo razón, aunque claro, en Bintre solo contrataban hembras …..
    Lo mío es mala suerte Yumiko, acuérdate de la gata salvaje del vuelo de KLM en navidades. En fin, debe ser mi carisma que los vuelve locos o la mala suerte. No te discuto que a lo mejor esos son los más peligrosos, que en mi instituto había uno con más plumas que un aguila real y el cabrón mojaba más que una temporal del cantábrico. Y su nombre de batalla y como era conocido por el instituto era xxxxxxxxx el BOLLERO.