Siguiendo con el viaje por la carretera de la memoria y enganchando con lo que contaba ayer y con lo que contaré hoy, una de las ventajas que se han perdido en aquel pasado ya tan lejano es la de la privacidad. Antes nadie sabía en donde estabas o lo que hacías, a menos que te acompañaran o los informaras. Regresando a Sensación de Vivir y Melrose Place, esas zonas de la playa de las Canteras que reconocíamos por esos nombres, podías llamar a un amigo por teléfono o a un grupo de los susodichos, quedar en la zona y ellos siempre te encontraban, aunque sea una zona en la que en un día de verano podías estar rodeado por miles y miles de julays, por un mar de toballas, sombrillas, jaimas de las brujas de la Isleta y aún así, la gente te encontraba sin problema y a nadie le extrañaba. En mi caso además, yo desde pequeño descubrí que tenía una enfermedad terrible y seguramente incurable. Yo era PUNTUAL, algo que en España está super-hiper-mega mal visto. Yo decía que iba a la playa a las 17.00 y exactamente a esa hora con un error de más/menos seis segundos estaba poniendo el pie en la arena al bajar a la playa desde la avenida. La mayor parte de mis amigos se movían en el MÁS60 y te decían una hora y en realidad llegaban al menos sesenta minutos más tarde y en el caso de un particular amigo, ese menos de ochenta minutos era impensable, casualmente antes de salir para la playa se le antojaba comer algo y su madre tenía que matar el animal, despellejarlo, cortarlo, cultivar las verduras y después claro, tras comer igual se le antojaba una siesta. Por la noche, el mismo desgraciado, quedaba para salir a una hora y casualmente cuando se iba a duchar se daba cuenta que no habían encendido el termo eléctrico, que al parecer desenchufaban continuamente y tenía que esperar tres cuartos de hora a que calentara el agua y posiblemente su hermano, su hermana, su padre, su madre o hasta su abuelo decidían que aquel era un momento fabuloso para ducharse y tenía que esperar otra media hora más, seguida de media hora para ajustarse el pelo según rigurosos controles de calidad. Llegó un momento en el que yo me iba a su casa hora y media antes del momento en el que habíamos quedado y distraía a toda la familia contando boberías en la cocina, o cenando con ellos, todo con tal que el otro capullo estuviese listo a tiempo. Según entraba enchufaba el puto termo y amenazaba a todos con la ira de uno o más dioses si osaban quitarle el agüita caliente al niño.
Ese mismo capullo, ahora, tras algunos males de ojo, cuando voy a las Palmas y quedamos para vernos, llega con menos de cinco minutos de retraso. Creo que me tiene pánico o quizás sea su mujer que puede sentir del calor de los rayos (no digas rallos, Virtuditas, que te equivocas mucho ;-)) de odio que salen de mis ojos. Gracias a que ahora estamos siempre conectados, me llama y se disculpa y me informa de su ubicación en ese instante y el nuevo tiempo de llegada. En mi último paso por Gran Canaria me invitaron a cenar a su casa y llegué quince minutos antes y los pillé aterrorizados, aún cocinando y como llevaba el algodón, que nunca engaña, les hice un repaso de control de calidad por toda la casa. Los otros colegas llegaron veinte minutos tarde, siguiendo las normas de puntualidad españolas. Comparado con Holanda, hace unas semanas vinieron unos amigos a cenar a mi casa, acordamos la hora y uno de ellos me dijo que estuvo más de quince minutos sentado en el coche esperando para tocar el timbre exactamente a la hora acordada. Le eché una bulla de que te cagas porque podía haber entrado antes. Los otros llegaron con ciento veinte segundos de retraso y les obligamos a acuclillarse en el suelo y besarnos las uñas negras de los pies como castigo.
Regresando al pasado de Melrose Place y al presente del mismo lugar, en navidades quedé con un amigo en la playa, llega a la zona y el muy capullo no me vio, se pasó de largo o algo así, me llamó y debo tener una capacidad para mimetizarme con el ambiente fantástica porque agitaba los brazos, hacia la lambada, brincaba y aquel capullo mirando directamente hacia la zona en la que yo estaba no me veía, o eso, o miente como un bellaco y está tan cegado que ya podría solicitar trabajo como vendedor del cuponcito. Por hacer, hasta compartí mi ubicación durante quince minutos con él en el Güazá y ni con esas.
4 respuestas a “Algo de anteayer y de hoy”
Cegato total el tío… 🙂
Salud
Te llevamos tiempo diciendo que estás demasiado delgado XDDD
Mi padre cuando quedamos siempre pregunta si «la hora es la de ahí o la de aquí?» jijijiji
Por cierto, dile a tu colega que existen los programadores para el termo eléctrico!
En la casa de aquel chamo lo del programador era blasfemia, Yo creo que todos tenían desórdenes obsesivo-compulsivos con el puto enchufe del termo eléctrico. Ese colega también era una pesadilla para tapear, marcaba su zona en el plato y la vigilaba como un perro presa. Después de que se casó, la mujer lo ha metido en vereda y ahora parece que ha superado el tema. Tampoco desenchufa el termo en su casa pero me imagino que si lo intenta ella lo hostia.
El peso de ayer por la mañana, sesenta y seis kilos y cien gramos o lo que viene a ser una pezuña de Genín.
😀 tocs a porrillo!! XDDD