Hay que dar más de un paso para que podamos decir que estamos caminando. Esta historia se compone de pequeñas partes que podemos ver como los pasos necesarios para llegar a algún sitio, si es que realmente conduce a algo. Comenzamos a caminar en todos queremos ser como er Dani, dimos el segundo paso en conozcamos ar Dani y el tercero en lugareños der Dani. Hay quien piensa que el camino hacia er Dani forma parte de la misma, aunque yo sinceramente lo dudo. Si ya no recuerdas de que iba la cosa y no te apetece volver a leer lo anterior, te recuerdo que estábamos en el bar y que en el mismo se encontraba un bingo de mujeres poseídas por la fiebre del juego.
Al brindis para celebrar el cumpleaños der Dani se unieron los tertulianos que estaban en nuestro lado de la barra. Yo no había recaído en ellos puesto que siempre pensé que formaban parte del mobiliario. Ahora que el alzamiento de vasos nos había hermanado, los miré de reojo, intentando no resultar novelero. Uno de ellos era el tipo de animal sudoroso que uno se encuentra en cualquier bar español de barrio. De su tupido bigote negro, claramente teñido con alguno de esos productos que anuncian por la tele y que el individuo olvidó aplicar al poco pelo que le quedaba en la cabeza, colgaban unas cansadas gotas de cerveza, o quizás de sudor. Su nariz aguileña se abría como las compuertas de cualquier canal holandés tratando de coger aire y forzaban el balanceo de las gotas colgantes al inspirar. Su camisa se veía sudada por todos y cada uno de sus rincones, con esas marcas sobaquiles que engrandecen a cualquier obrero. Todo el pelo que tenía aquel individuo en el mostacho le faltaba al otro en su cabeza. su calva relucía como un redondeado panel solar que trataba de coger energía de la luz de los fluorescentes. en semejante superficie blanca también habían perlas de sudor, ya que intuyo difícil que la cerveza alcance esas regiones. Los pocos pelos que tenía se encontraban espaciados, como peleados entre ellos y parecían haber sido abandonados mucho tiempo atrás, con sus puntas abiertamente estropeadas. La camisa de este otro sujeto era tan horrorosa como la del primero, de un zafio color que intuyo fue blanco el día en que cayó en sus manos y que tras innumerables lavados había adquirido un tono amarillo que parecía irradiar desde la zona en la que los brazos se unen al tronco.
Ese dúo nos miraba con la misma curiosidad que nosotros a ellos. Parecían haber estado toda una vida allí, hablando entre ellos indiferentes al tiempo. En ese momento se abrió la puerta y entró una nueva binguera acompañada de un niño pequeño. Saludó a los conocidos. El bigotudo le dijo algo que no pude comprender y también se dirigió al niño. El niño sonrió, sabedor de algún secreto que yo era incapaz de atisbar. El tipo saltó de su taburete, se acercó a una de las máquinas, de esas en las que hechas una moneda y puedes tratar de capturar un premio y agarrando al niño con un brazo, lo aupó, puso una moneda en la ranura y trató de conseguirle un regalo. Tras unos instantes en los que todos pensamos que iba a triunfar, el juguete resbaló del gancho que lo sujetaba y volvió al montón. El tipo, echó otra moneda y volvió a intentarlo. Otro regalo ascendió y volvió a caer entre maldiciones de aquel hombre. Puso una tercera moneda, dejó al niño en el suelo y cuando el juguete estaba en el aire y a punto de resbalarse del garfio que lo sujetaba, le arreó una hostia a la máquina con tan certera puntería que el preciado objeto fue a parar al punto de recolección de premios. Lo cogió victorioso y se lo entregó al niño, no sin antes volver a colocar la máquina en su posición original.
Yo vi lo que hizo, Sergio también fue testigo y creo que todos en el bar, pero nadie dijo nada. El chiquillo corrió hacia el bingo con su regalo en las manos, gritando para llamar la atención de su madre. Después de semejante acción benéfica, el tipo volvió a su asiento, se sentó y siguió bebiendo cerveza como si no hubiera pasado nada. Er Dani había desaparecido hacia el interior del local y después de unos momentos de silencio lo escuchamos volver con su cantinela, gritándole a alguien. Resultó ser su padre. Había cogido una botella y se la restregaba al hombre por las narices, riéndose como un loco. Cogía la botella, se la llevaba a la entrepierna, hacía como que se la estaba follando y volvía a pasársela al hombre por la cara. El padre de tamaña criatura trataba de espantar a su vástago a manotazos, igual que alguien espantaría un molesto mosquito, aunque sin mucho éxito, ya que er Dani no parecía arredrarse. Cuando volvió a nuestra zona, después de conseguir atravesar el espacio que llenaba su hermana, nos enseñó la botella mientras gritaba:
Un doce años, un doce años.
Efectivamente, era una botella de Whisky de doce años. Aquello parecía un logro impresionante. Yo, acostumbrado a los precios del alcohol en las Canarias, no terminaba de apreciar lo extraordinario del evento. De hecho, creo que en casi todos los asaderos a los que he tenido el gusto de acudir en mi vida, siempre hubo botellas similares o mejores. Ni siquiera cuando era estudiante y mi presupuesto limitado me permití beber nada que no hubiera disfrutado del envejecimiento en barriles que proveen los años. Para er Dani sin embargo era un evento único e irrepetible. Llevó la botella frente a la cara de su hermana, que se afanaba en servir una tapa de ensaladilla rusa adobada. Los ojos de la chica se notaban excitados ante la proximidad de la comida y se veía que estaba haciendo un gran esfuerzo para contenerse y no hincarle el diente. Su hermano continuaba con su juego, follando la botella e inmediatamente levantándola en el aire con grandes risotadas y exhibiéndola como un triunfo.
Desde el fondo del local se oyó el vozarrón del padre diciendo que se la cobraría. El no demostró haber oído la amenaza y continuó con su salvaje baile, observado por mis atormentados y asombrados ojos y por los dos tipos que estaban a nuestro lado. La hermana se acercó a recoger el plato de manises que nos había puesto y de un barrigazo casi lo estampa con su botella contra la barra. La maldijo en voz alta y siguió riéndose de algún chiste que posiblemente cruzó por su cabeza y del que por suerte nunca supimos.
Después de recuperarse del golpe, comenzó a contarnos una historia sobre ella. La historia la podréis conocer en el próximo capítulo, aquel que es conocido como La Carmen, hermana der Dani.
2 respuestas a “4. Conocidos der Dani”
seguimos haciendo amigos
Mamón, ya sabía yo que jamás volvería a Málaga después de esto. Espérate a que cuente los trapos sucios de los amigos, lo que contó la tipa en el bar. Será mi fin. Una banda de bomberos edonistas y practicantes de Judo esperándome en el aeropuerto.