Siempre que llega el otoño sufro algún tipo de transformación interna. Es como si una parte de mí renuncia a la luz y la parte que disfruta de la oscuridad sale hacia afuera. En las semanas en las que se produce ese cambio, me aíslo y evito a la gente que más me enerva y al final de ese proceso termino con mi versión otoñal, más relajada, más dada a caminar por el bosque pisando las hojas y buscando ciervos escondidos.
Cada año al llegar el otoño redescubro las velas y la luz tan fascinante que producen, una luz que baila y aumenta y disminuye su intensidad. Me gusta estar en casa iluminado únicamente con esta luz tan cálida e imagino que igual que a mí me gusta, a otra gente le deprime. A veces me planto junto a la ventana, con un capuchino bien caliente en las manos a mirar como el viento levanta columnas de hojas y las lanza de un lado a otro sin ningún motivo. Esta es la única estación en la que las calles siempre tienen el suelo cubierto y da igual la de veces que pasen limpiándolas cada semana, según terminan los árboles sueltan una nueva andanada y deshacen el trabajo. Es también estos días cuando las puestas de sol se convierten en obras maestras, cada una es única y especial, irrepetible, a veces con amarillos, otras con rojos o púrpuras y siempre con la luz dejándonos bien pronto. Perdemos veintiocho minutos de luz por semana, casi media hora y de repente, un día fatídico que en el 2010 sucederá el 31 de octubre, la Unión Europea nos fuerza a usar el horario de invierno y sales de casa de noche y vuelves a tu casa por la noche también. A partir de ese momento, la única luz será la que vea en el paseo del mediodía y los fines de semana. A partir de ahí, la falta de luz irá convirtiéndose poco a poco en una losa que para algunos resulta muy difícil de sostener. Yo por suerte lo disfruto, de la misma manera que en verano adoro esos días infinitos, agradezco estos días tan cortos en los que sin embargo haces tantas cosas y siempre tienes la sensación de hacerlas de noche, ya que de noche vas a trabajar, de noche regresas, de noche vas al supermercado o al cine o a tomar copas con los amigos. Es un mundo nocturno, frío, con temperaturas que raramente superan los quince grados y que a primera hora, cuando sales de casa, están más cerca de los cero grados. Es un mundo en el que la calefacción de tu casa produce ese sonido tan peculiar y que todos reconocemos inmediatamente, en el que el calor está enlatado y nos llega de los radiadores.
En el lado obscuro también hay vida, se puede vivir en un mundo con poca luz y pasártelo bien, sacarle todo el jugo que lleva dentro y disfrutarlo. Depende de cada uno. Para mí, después de criarme en una eterna primavera, estos días de otoño son fascinantes, únicos, maravillosos y no los cambiaría por nada del mundo.
Una respuesta a “Cruzando al lado obscuro”
Yo tengo una relación amor-odio con el Otoño, lo puedo soportar si hay sol, pero como se ponga el cielo gris, nublado, lluvia, en plan seguido, me pongo mustio, y como mis placas solares, necesito sol…
Salud