El agripado retorno, primera parte


Volare, volare. Qué sería de mí si no tomara un avión cada mes y medio. Seguramente tendría un corazón puro y honesto e iría por la vida repartiendo estampitas de EscriBisbal de Palanganer. Pero Dios me castigó y es mi cruz el encerrarme en un cilindro metálico con más de cien personas y rezar para que el ordenador de abordo no permita al desgraciado pervertido que solo piensa en follar azafatas cometer ningún error.

La cosa empezó a las 5 de la mañana cuando me levanté para ir al aeropuerto. A las seis menos diez estoy allí, eligiendo cola para facturar. Esa banal tarea requiere de una gran precisión. Si te equivocas, te vas a agarrar unos nervios que te van a producir granos. La regla del tocomocho dice que no hay que escoger ni la más larga ni la más corta. La primera, porque seguramente quien está trabajando en ese mostrador no es muy espabilado. La segunda, porque es sospechoso que la gente de la otra cola no se haya cambiado. Así que de las dos colas medianas, elegí una al azar y me apresté a la espera.

Como hoy en día te pesan todo y si te pasas te la meten sin vaselina, iba en modo super-gay viajero. Las dos botellas de agua en los bolsillos del abrigo de invierno, la cámara en el cinto, el iPod, el cubo de Rubik, la pila extra de la cámara, y todo lo que pesaba más de cincuenta gramos y no ocupaba mucho en los bolsillos de dicho abrigo, que son como alforjas de canguro. Anudado a la cintura el pullover para el aire acondicionado glacial del avión. O sea, quince kilos encima mío por si les da por pesarme la mochila y conseguir que esta sólo pese 3 kilillos, no más. Como llevaba el portátil, lo llené también con libros, revistas, cargadores de equipamiento electrónico y demás. El hijoputa pesaba por lo menos diez kilos. El engaño se basa también en tu capacidad para simular que no llevas mucho peso, así que aunque el anorac y el portátil me empujaban hacia la planta inferior del aeropuerto, yo aguanto estoico con una sonrisa boba en la boca (algo fácil de implementar ;-))

La cola va avanzando lentamente y cuando finalmente me toca mi turno, la chica, o el individuo que tiene las cualidades consideradas femeninas por excelencia, si queremos ser políticamente correctos, me atiende sin una sonrisa en su boca. Pesa mi maleta (pero no mi bolso, después de todo lo que tuve que hacer por aligerarlo), imprime la tarjeta de embarque, imprime la etiqueta para facturar la maleta y de repente mira a la pantalla, me mira a mí y se marcha corriendo. Todo el mundo en la cola me mira, sospechosamente. Pierdo el rojo que he cogido en la playa y me quedo más blanco que la pantalla de un cine. Pasa un minuto, dos, tres, cuatro y cinco y no sucede nada. A esas alturas ya pienso que me van a meter un puro que me voy a cagar. Seguro que estoy en la lista de los capullos más buscados, porque eso no es normal.

Cuando estoy recapacitando y reviviendo mentalmente mi vida en Gran Canaria las dos últimas semanas para ver si he cometido algún crimen imperdonable, la chica del mostrador de al lado me dice que espere un segundo, que ahora viene ella a completar el trabajo. Eso me inquieta aún más. Acaba el segundo individuo que tiene las cualidades consideradas femeninas por excelencia con su trabajo, sale corriendo de su mostrador y se viene al mío. Mira lo que la otra ha hecho y me confirma que ya estaba todo. Le pone la etiqueta a mi maleta, me da la tarjeta de embarque, me devuelve el pasaje y el pasaporte y me dice: «Es que mi compañera tiene diarrea por culpa de la gripe y no se puede aguantar sin cagar«. Eso, señores, es lo que la RAE define como Concisión y exactitud rigurosa en el lenguaje, aunque yo siempre he preferido pensar en esto como Distinción con que por medio de los sentidos, y más especialmente de la vista y del oído, percibimos las sensaciones, y por medio de la inteligencia, las ideas. Capté la idea, meridianamente.

Después de saber que la chica se cagaba por las patas pa’ bajo y que por eso me había abandonado, entré en la zona de salidas y esperé a embarcar. En Air Europa se embarca por filas y lo más divertido es pasar un kilo y ponerte en la cola, independientemente de que hayan nombrado la tuya. Por supuesto hice como los demás y me acoplé en la línea. Ya dentro del avión y sentados, cierran las puertas y no pasa nada. Así media hora hasta que el piloto anuncia que por congestión en Madrid Barajas no tenemos permiso para despegar. 50 putos minutos esperando por el dichoso permiso. Quiero aprovechar este pequeño espacio para cagarme en la madre que parió al cabrón que decidió convertir Barajas en el nudo del tráfico aéreo español.

En vuelo no hubo incidencias. Llevábamos a una Günter alemana como jefa de la tripulación de cabina, más fría la hijaputa que el nitrógeno líquido y cuatro chicas supercachondas y buenorras para los pobres de clase turista. Como yo voy con los pobres, no tuve que sufrir a la pelleja bávara, que nos obligó a todos en la puerta a enseñarle la tarjeta de embarque para explicarnos donde era nuestra fila y nuestro asiento. Me sentí familiar cercano de Forrest Gump y por ello le estaré eternamente agradecido.

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8 respuestas a “El agripado retorno, primera parte”

  1. Si te levantaste a las 5 y estabas en el aeropuerto a las 5:50, eso significa que no te duchaste, porque no da tiempo. No me parece ético teniendo encuenta que habías quedado conmigo unas horas después en Barajas.

  2. 5.00: Me levanto
    5.07: Acabé de obrar
    5.30: salgo de la ducha
    5.35: Todas las cosas en la puerta
    5.40: Salgo de la casa y cargamos el coche
    5.48: En el aeropuerto. Por suerte mis padres viven a 8 minutos del aeropuerto.
    Así que me sobraron dos minutos para elegir cola de facturación.

  3. 8 minutos? yo tardo 6 desde mi casa que esta 6 km mas lejos que tu… 😉 y mas a las 6 de la mañana que no hay ni dios en la carretera

  4. Colega, a mí me lleva mi padre, que como bien sabes, ya dejó atrás los años de Formula 1. Por eso tardo tanto. Se supone que estoy yendo al aeropuerto para dejar la isla …

  5. Rodolfo, si realmente te daña la vista, lo puedo rectificar. Las erratas ortográficas y gramaticales que cometemos cada vez más a menudo se deben a nuestra continua exposición al BAJO ESPA?OL hablado por los chichones, los chandaleros, los reggaetones y toda esa miasma. Aquellos que tuvimos la suerte de evolucionar a través de la E.G.B. y el B.U.P. estábamos vacunados contra estas cosas, pero las vacunas, como todo en esta vida, caducan.