A la hora de ir y volver al trabajo, somos animales más bien rutinarios, salimos a unas horas más o menos fijas y así, nos cruzamos con gente, si no eres culocochista como Genín y Virtuditas y usas el transporte público con unos y otras que acaban resultándote conocidos. Se puede dar que termines saludándolos cuando los ves, reconoces su presencia porque han entrado a formar parte de tu rutina diaria. En mi caso, como suelo ir y regresar a la misma hora, tengo mis dos momentos en el que muchos nos conocemos y hasta sabemos el lugar en el que les gusta sentarse a los otros dentro del tren, ese sitio en el que día tras día los ves.
Un ode esos julays que te tropiezas con mucha frecuencia suele ir en el tren en el que yo regreso a Utrecht por la tarde. Es un chaval joven y de apariencia normal, sin ninguna característica que lo haga destacar particularmente. Es rubio, como casi todo el mundo por aquí, probablemente tenga los ojos azules o verdes, como casi todo el mundo por aquí y no creo que tenga más de veinte años. Viéndolo en el tren es una persona más, no hay nada raro. Yo suelo sentarme en la zona cercana a la segunda puerta de salida contando desde la parte delantera y a ese chamo le mola ir un poco más adelante, cerca de la primera puerta. Para mí, no me compensa esa zona porque se suele llenar con la gente que avanza por el tren porque al llegar a Utrecht, nuestro tren siempre lo hace en uno de los andenes que no continúan hacia el sur y si estás por delante, estás más cerca de las escaleras de acceso a la estación o del túnel sur para ir a los otros andenes. Yo acabo siendo el que está junto a la puerta, abro la segunda y para cuando paso a los que salen por la primera, suelen ser cuatro o cinco y con algo de propulsión extra, tirándome un peíllo o dos, los dejo atrás. Por eso, por ir en la vanguardia del grupo que conmuta a otros trenes, nunca me había fijado en este chamo al salir. Un día de la semana pasada, me puse más atrás en el tren y al avanzar, iba sin prisa porque ya sabía que mi el tren que sale cinco minutos más tarde lo habían cancelado y el siguiente era un cuarto de hora más tarde con lo que no tenía prisa.
Cuando llegué a las escaleras para bajar al túnel, veo al chamo, agarrado a la barandilla con ambas manos y bajando los escalones de uno en uno y con muchísimo cuidado, como si fuera el tatarabuelo de mi bisabuelo y tuviese miedo de caerse y romperse un hueso. El colega era un espectáculo bajando las escaleras e inmediatamente, mi cerebro, que está incorrupto pero es definitivamente putrefacto, lo calificó como mariquita del coño, aunque hubo un proceso mental que lo quiso catalogar minusválido pero lo aborté porque ahora eso no lo podemos decir con el buenismo y lo de persona con discapacidad a mí me suena a lerdo, totorota, subnormal y truscolán, todo arrejuntado en un único cuerpo. Al llegar al final de la escalera, el chamo se recompuso, sus chacras se resintonizaron con el universo y comenzó a correr normalmente para ir hacia su andén de destino y cuando lo alcanzó y comenzó a subir, volvió a comenzar el espectáculo de subida como si fuera una muñeca con pilas seguramente alcalinas andando.
Ahora cuando lo veo, sentadito en el tren, no puedo dejar de pensar que visto lo visto, lo mejor es mantener la distancia con él porque es rarito, que una persona joven que sube y baja escaleras así tiene que tener algún secreto oculto y tarde o temprano se descubrirá y todos nos llevaremos las manos a la cabeza asombrados y juraremos por las bragas más sucias de Mafalda que de ninguna manera nos lo podíamos imaginar. Yo estaré mintiendo porque sí que me puedo imaginar, en base a esa única ocasión en la que fui testigo de esa manera tan rara de bajar y subir escaleras, que hay algo malvado y rastrero en su interior y que esperemos que sea más tarde que temprano cuando salga a la superficie.
7 respuestas a “El de las escaleras”
A lo mejor es que tiene la enfermedad esa de «huesos de cristal» y tiene miedo de escoñarse por las escaleras, como en la peli aquella y quebrarse todos los huesos como si de una cristalería se tratara, quien sabe…
Salud
O se empetó un tampón por el orto y al subir y bajar escaleras la fricción es excesiva. Con lo bien que corre en llano dudo mucho que sean huesos de cristal o de cerámica. A lo mejor son pies planos, que a esos no los dejaban ni hacer la mili-vanili
Y luego te metes con Genín por mayor, y tú resulta que sabes que excluía de hacer la mili….. mmmm….
En otro orden de cosas, desde que me mudé, normalmente al mediodía llevo el tiempo más justo para comer, y estoy cogiendo un bus, y tienes razón, casi siempre coincido con la misma o casi la misma gente, incluso en la parada, y después de seis meses ya sé quien entra a trabajar a las tres, que hay dos chicas que salen del instituto y sus padres se turnan para ir a recogerlas a la parada… historias que hacen el viaje un poco más entretenido.
¿El coche solo lo usas para desplazarte dentro de VillaMeona?
Ya no sé como explicarte que no uso coche, yo me muevo andando ( y ahora al mediodía en bus), hace casi 12 años que nació mi hijo y no he cogido volante desde antes del embarazo, pero bueno, ya sé que tú no pararás en tu cabezonería con el tema culocoche…. ¡a tu bola!
¿Lo conduces con el pensamiento?
¡Lo conduzco con…. me voy a callar, que iba a soltar una salvajada y luego me llamas «bosta» o alguna cosa de esas isleñas. 😛