El día de los Roscones


En Holanda es la persona que cumpleaños la que invita a sus compañeros en el trabajo a comer tarta o algo similar. Esa fue una de las primeras cosas que me llamó la atención ya que yo venía de un lugar en el que era al revés, la gente te compraba algún regalo y ponían la tarta o similar. La inmensa mayoría opta por encargar tartas en MultiVlaai, una cadena que hace una gran variedad de tartas holandesas, las cuales son siempre con la misma base y solo cambiando la parte superior. Son una tartas pesadas, como bloques de cemento, que te caen en el estómago y te aplastan contra el suelo impidiendo que el huracán más fuerte te arrastre. Una porción de MultiVlaai es como una comida completa y si se la das a un niño del tercer mundo, lo matas del empacho seguro. Yo no suelo comer más de un trozo de esas tartas cada tres meses aunque recibo invitaciones a diario y muchas veces, más de una al día. Es como una cruz que me ha tocado vivir. Ser el Elegido, The Chosen One, ese ser tan especial junto al que todo el mundo quiere estar tiene también su lado negativo y aunque parezca rudo y maleducado, acudo a los cumpleaños y después de felicitar me excuso y les digo que no como porque va contra mi dieta bulímico-anoréxica y total, pa’ vomitarlo mejor que se lo coma algún muerto de hambre. En mi compañía hay dos excepciones, uno que invita cada año a Oliebollen, unas bolas del tamaño de pelotas de tenis hechas con una masa similar a la de las porras y que se fríe impregnándose de aceite hasta el infinito y más allá y la otra excepción es la del compañero que invita a Saucijzenbroodje, unos bocadillos de hojaldre rellenos de salchicha que están muy ricos calentitos pero que también te enñurgan y te dejan baldao. Con esos dos colegas siempre que me invitan acudo y como pero con los de las tartas casi nunca lo hago. Sobre los Oliebollen, recuerdo que el primer año en Holanda, al regresar a España por Navidad, compré una bolsa con diez en la estación y los metí en mi mochila. En el vuelo a Madrid, pongo la mochila en los compartimientos superiores del avión y a medio vuelo el hedor a aceite de fritango era insoportable. Todo el mundo pujaba y se quejaba y cuando llegamos a Madrid me tuve que hacer el Lolailo y esperar a que se fuera la gente de mi sector para que no me identificaran y me lincharan. En mi segundo vuelo, camino a Gran Canaria, puse la mochila como diez filas más adelante y le jodí el vuelo a la basca. Además, las putas bolas estaban asquerosas y no me molesté en llevarlas nunca más. Para mis cumpleaños, las pocas veces que han sucedido en Holanda los celebraba trayendo mantecados y turrón desde España, pero a la gente le daba un montón de mal rollo los polvorones y no se fiaban cuando les decía que los tenían que apretar para que no se les rompan. En los últimos años he optado por la cosecha propia, ya sean Magdalenas o similares y este año decidí que había llegado el momento de introducir el Roscón de Reyes. En lugar de celebrar mi onomástica el cinco lo hice el seis (algo que aquí no se considera raro ya que cada uno lo celebra cuando le sale del piporro) y el día anterior, el día de mi cumpleaños, me dediqué a cocinar. No había quedado con nadie porque el Rubio estaba de viaje por Bélgica y me había pedido que retrasara la celebración y así, visto que tenía tiempo, compré los ingredientes y comencé a producir Roscones en cadena. Hice cinco. Ya puestos añadí unos cincuenta lacitos de hojaldre y pensé hacer treinta y seis o cuarenta y ocho magdalenas pero al final desistí porque se me encochinan y se malacostumbran y el año que viene voy a tener que alimentar a un ejército. El día seis por la mañana mi cocina parecía el escaparate de una panadería y a las ocho me vino a recoger un colega para ayudarme a llevarlo todo al trabajo. Allí, envié la invitación a todo el mundo y un rato antes de que comenzara el evento dispuse en la mesa de Camelot dos de los Roscones y los lacitos, que es lo que podéis ver en la foto. Justo a las diez y media comenzó a entrar la gente en mi despacho y en un rato desaparecieron los Roscones e incluso los lacitos. Normalmente a los que ponen tarta les sobra y unas horas más tarde vuelven a invitar a la gente para que los más glotones y descosidos hagan una segunda ronda pero en este caso, fue suficiente veinte minutos para que todo lo que cociné pasara a poblar los estómagos del populacho. Fueron la sensación.

El domingo iba a visitar a un amigo para cenar con él y su parienta y pasar la tarde juntos y por la mañana me entró el frenesí y les preparé otro Roscón de Reyes, con lo que en total he hecho seis durante la semana y esta semana es probable que haga uno o dos más ya que el Rubio y familia también los quieren probar. Parece que este mes de enero se ha convertido en el mes del Roscón.


5 respuestas a “El día de los Roscones”

  1. Pues a mi este año se me olvidó comprar, no le di importancia porque siempre me invitan a comer roscón, pero me fastidié porque me enfermé y me quedé sin comerlo, creo que es la primera vez en mi vida ¿Será la señal de que voy a palmar?…jajaja
    Salud

  2. Cogí dos roscones para una comida que tuve el domingo, hubo que encargarlos porque la confitería que se los curra tiene más gente que la puerta del inem (que ya es decir) y os podeis creer que no llegué a probarlos??? Así que Genín, ya somos dos que este año aún no lo hemos catado, cuando te recuperes avisa y compartimos uno por videoconferencia 😉

  3. Yo me lo comí en Venezuela, además el día de Reyes es el cumple de mi mamá y matamos dos pájaros de un solo tiro. Besitos.