El día del fútbol


Ayer cuando íbamos en coche hacia el estadio Amsterdam ArenA para ver el partido del Ajax, desvariábamos sobre temas intrascendentes mientras mi teléfono nos ayudaba a encontrar el lugar en el que nos había soplado que se puede dejar el coche. En la radio daban información puntual de la longitud de los atascos en aquella zona y los minutos que tendríamos de retraso y gracias al radar de nubes sabíamos con una precisión de cinco minutos cuando y dónde iba a llover. La tecnología está para hacer un buen uso de ella, para que nos ayude en aquellos momentos que la necesitamos. Después de aparcar el coche tuvimos que caminar unos minutos y pronto nos rodeaba una muchedumbre que iba en la misma dirección. Sobre nuestras cabezas un Boeing 747 atronaba aproximándose a Schiphol y nos recordaba que por culpa del accidente de esta semana, la pista que enfila en esa dirección está más ocupada que de costumbre. Cada noventa segundos cruzaba un avión y prácticamente podías ver las cabezas de los pasajeros en las ventanillas. Alrededor del estadio miles de espectadores revoloteaban en los puestos de comida y de productos del equipo, comprando bufandas, gorros, camisetas y demás. Nosotros ya lucíamos nuestras bufandas del Ajax y puesto que ya habíamos cenado, entramos.

Antes de ocupar nuestros asientos aprovechamos para ir al baño y dudé en la puerta. La señal indicaba que era de hombres pero el mensaje decía que las mujeres lo podían usar. Pregunté y me explicaron que en los baños del estadio las mujeres pueden hacer uso de los cagaderos para sus necesidades y al entrar vi que están diseñados de forma que la zona de los meaderos no queda a la vista. Nunca dejaré de sorprenderme con el cuidado por los más mínimos detalles que hay en este país. Los baños estaban impolutamente limpios, algo que no me esperaba en un lugar con tanta gente.

Nuestros asientos estaban situados debajo de los italianos a los cuales tenían en una parte aislada del estadio, sin contacto con el resto. Mientras esperábamos a que comenzara el partido, por las pantallas de televisión recordaban que está prohibido fumar y el uso de bengalas. En el vídeo se veía a un maniquí ardiendo por culpa de una bengala, muy del estilo de los anuncios de tráfico que tratan de mostrarte lo peor que te puede suceder para que no cometas infracciones. No creo que sirva de mucho.

Antes de la salida de los jugadores al terreno de juego tuvimos a un cantante holandés que animó al público con una de esas canciones clásicas que jamás llegaré a entender y después comenzó el himno, despacio, suave, mientras las decenas e miles de banderas blancas se agitaban al ritmo de la música y caldeábamos el ambiente.

Yo no soy de ver fútbol, me aburre, pero reconozco que hay una brutal diferencia semántica entre el fútbol por la tele, aburrido y bastante plano y escuchar a cuarenta o cincuenta mil personas rugiendo a tu alrededor, ver a los jugadores tan pequeños corriendo por el campo y vibrar con la masa. Después de unos minutos te integras y gritas como el que más, te cagas en la madre del árbitro y de los otros jugadores y abrazas a quien tengas a tu lado en los buenos momentos. Debe ser lo más parecido a una experiencia mística que he vivido, ya que con las iglesias no tuve suerte y de ellas me han echado en cuatro ocasiones por motivos estúpidos y en alguna otra ocasión llegué a dormirme.

Como estábamos cerca de uno de los puntos de córner, cada vez que sacaban uno desde allí saludábamos por si nos estaba viendo la familia o los amigos y para cuando los italianos marcaron el primer gol, el jugador que lo hizo lo celebró en nuestras narices, dedicándoselo a los suyos, que estaban por encima mientras un vaso lleno de coca cola volaba en su dirección. Nos veíamos abocados a la prórroga cuando se produjo el milagro y el Ajax marcó. El estadio pareció venirse abajo, la gente se volvió loca, una vieja intentó abrazarme mientras yo la espantaba con mi crucifijo y un grupo salía por patas para llegar a sus coches antes de que salga la multitud. El árbitro se regodeó a añadir minutos y la gente le gritó lo que no está escrito, nos acordamos de su familia más cercana y le hicieron todo tipo de gestos. Para cuando nos hizo caso, comenzó la celebración y todos nos quedamos esperando el paseíllo de los jugadores por el campo. Recuerdo que hace un par de años, el Ajax perdió y la gente salió en masa dejándonos prácticamente solos con los jugadores, que caminaban cabizbajos sin que nadie los vitoreara. En esta ocasión no fue así y tanto ellos como nosotros disfrutamos el momento.

Después evacuamos el estadio, una operación que en todas las ocasiones que he estado en el mismo me sorprende porque uno espera que tome un montón de tiempo y lo cierto es que en un instante estás en la calle siguiendo la marea que nos llevó hacia el coche y desde allí a la autopista en un pis-pás. Llegué a mi casa cerca de la medianoche, cansado pero feliz y aunque hoy se me cerraban los ojos en la oficina, si conseguimos entradas tengo claro que iré a la próxima eliminatoria.


2 respuestas a “El día del fútbol”

  1. A mi me paso lo mismo la primera vez que fui a un estadio y tampoco era un gran aficionado al fútbol.