El ocaso de las toballas


Una de las cosas en las que me he fijado en estos días tiene que ver con mis estancias en la playa, ese lugar en el que yo puedo seguir el sol como un girasol y aguantar varias horas sin problema, sin sombrilla y sin ninguna preocupación, que lo mío con el sol es comunión total y no como la otra comunión, que me entrenaron a conciencia durante dos años para llegar a mi Primera Comunión y resultó que también fue mi Última comunión, que ponían tantas pegas y los curas eran tan capullo que consiguieron alejarme de esa iglesia a la que yo más bien pertenecía porque el día de la primera un montón de gente te hacía regalos, que si llega a ser sin soborno, no creo que me hubiese pasado por allí. Volviendo al escenario playero, hasta el verano pasado, a mi alrededor en la playa, había un mar de toballas, unas piezas de felpa, algodón u otro material, por lo general rectangular y que se usan para secarte el cuerpo y para tumbarte sobre ellas en la playa, en la piscina o en cualquier otro lugar en el que quieras adorar al dios SOL. Este año, por toda la playa, parece que las han substituido por unos trapos gigantescos y horrendos como de cocina, o quizás manteles de payos o quizás alguna otra cosa dantesca que está hecho de una tela cutre y que no sirve para secar el cuerpo y que son mucho más grandes, con lo que la gente los pone en la arena como si aquello fuera un picnic y dos o más se tumban sobre esa sudadera de muerto, que no seca. Los susodichos trapos los venden inmigrantes ilegales por la playa, pasando a una cadencia de uno cada noventa y tres segundos y al parecer solo tienen un modelo y por toda la playa lo puedes ver, así que imagino que al igual que los palomos, la chusma y gentuza que los compra tienen un compás magnético fabuloso y saben exactamente cuál es su sudadera y no se dirigen a las de otros. Los vendedores por supuesto, centran sus miras en los que no tenemos el trapo ese y pasan tratando de vendérmelo, desconociendo que yo he desarrollado un sistema de visión selectiva que me impide verlos, oírlos o sentirlos, como a cualquier otro agresor de mi espacio personal, así que no reacciono de ninguna manera a su existencia en este universo y tarde o temprano se frustran y siguen su ruta, aunque hay otro que viene por detrás y otro y otro y otro más. Lo curioso es que después toda esa gente, cuando sale del agua, o cuando se quieren secar, no pueden porque la sudadera o mantel no se ha hizo para esa tarea. Cuando se van, tienen que quitar dieciséis kilos de arena de esas sábanas porque al parecer, el material gusta de atrapar la arena. Tras casi dos semanas de playa, mi nueva estrategia es ponerme en una zona en la que no haya nadie con las sábanas mortuorias y así cuando pasan los acosadores, van hacia los grupos más grandes y me dejan en paz. Cuando todos la hayan comprado, supongo que tendré una manifestación frente a mí exigiéndome que lo haga y yo descojonado y ninguneándolos a todos y viendo sus caritas de desilusión.


2 respuestas a “El ocaso de las toballas”

  1. Parece mentira, con lo sencillo que seria utilizar un material idóneo para la playa…
    En mi niñez y juventud, siempre he tenido el mar a tiro, me encantaba la playa, la pesca submarina, el buceo, remar, pero hace bastantes años que he cambiado de gustos, y lo que antes me atraía y me pasaba las horas en la playa, o buceando en el mar, ahora lo detesto cordialmente, me fastidia la arena, el agua salada me pica, me aburre soberanamente estar tumbado en la arena torturado por el sol, cogiendo número para un cáncer de piel, en fin, que además, con toda una multitud invadiendo y peleando por un trozo de arena para tostarse, o lo que sea, mas los vendedores de todo tipo, el calor, el olor a pringues varios, los niños chillando y corriendo llenándote de arena, sus fieros padres insultándolos, los hongos de las duchas y un larguísimo etc, etc, ya la playa no es lo mio, es mas, huyo de ellas…
    Salud

  2. Ahora es cuando gano puntos para que me pongas otro calificativo de esos chulos que me pones (inventados, por supuesto). Yo no me pongo al sol. Soy tan blanca que deslumbro. Un asco total, pero es que cuando no me protejo en condiciones me quemo, MUCHO. Y total a los dos días de sufrimiento total con las quemaduras, vuelvo a estar igual de blanco-gris mortuorio. Las poquísimas veces que voy a la playa en horario de idem, gorro, crema por toneladas y el bikini solo cuando voy al agua. Tengo casa en la playa, bajo, chapuzón y chiringuito o para casa directamente. En la piscina igual. Mi padre siempre me vacila diciendo que si me ahogo seguro que recuperan pronto el cadáver con lo que reluciría. Lo dicho, un asco.