El timbre


En alguna ocasión he comentado que en la ciudad de Utrecht y en algunas otras holandesas (o en todas) tenemos una plaga de aprovechados que sabiendo que la gente es güevona, pasan por las casas por las tardes, tocan el timbre y te dicen que son de aquella organizacón no gubernamental o de esa fundación y que están recogiendo donaciones. Por supuesto, tienen una tarjetita falsa de la misma con su nombre y una hucha. Cuando eran dos o tres era algo pasable pero es que ahora en el mismo año pueden venir hasta más de cinco veces diciendo que son de la fundación de la lucha contra el asma, que existe en el país, pero esos que pasan no son sus voluntarios. Para evitar la molestia y sabiendo que siempre hacen sus rondas después de las siete, le puse un temporizador al timbre de mi casa y entre las siete de la tarde y las nueve de la mañana, lo desconecta. Esto además de la paz interior que me da, sirve también para enfurecerlos aún más, ya que es una casa menos en la que pueden intentar timar. La estrategia de mi vecino, que está nominado como actor secundario para los Oscars, es permanecer inalterado mirando la tele mientras los mangantes lo ven por la ventana de su salón ahí sentado y ninguneándolos, haciendo como si allí no sucediera nada. Si le aporrean la puerta, abre y los insulta y los manda a tomar por truscoluña, que no es nación.

Volviendo a mi caso, por las tardes acabé con el ruido pero parece que algunos hacen rondas de mañana y uno de esos se ensañó a tocar el timbre tantas veces, que hundió el botón del mismo, que llevaba en aquel lugar desde 1984 y el plástico debía estar ya putrefacto. Además, quemó el transformador del timbre que mueve la barra que golpeaba los metales para hacer el ding dong. Lo he dejado así, roto, más de un año, pero finalmente el trauma de mi vecino por tener un timbre roto en la puerta, que según él da una mala imagen y puede hacer pensar que la casa está abandonada y se me llena de chusma y gentuza podemita de la peor, o quizás hasta de truscolanes, me llevó a buscar una alternativa. Fui directamente a la tienda china de Internet y los vi, pero estaban como caros, a ocho leuros y además, seguro que me tarda un mes en llegar. Se me ocurrió ir a una de las mega-ferreterías y allí tenían uno como por doce euros. Después mirando por Internet los vi por unos diez leuros en algunas tiendas holandesas y ya casi estaba por ir a comprarlo cuando ayer se me ocurrió aprovechar la hora de la caminata del mediodía para pasarme por una tienda de una cadena que son como las tiendas chinas que lo tienen todo en España, aunque estos son alemanes y no chinos pero en sus tiendas las cosas son a precios de risa. Me di el garbeo y casualmente, mira que suerte la mía, están vendiendo estos días un timbre inalámbrico con treinta y dos melodías y un montón de ilusión y fantasía por cinco leuros y noventa y cinco céntimos, con lo que al final, me sale hasta más barato que en China y me lo llevé conmigo a mi casa y cinco minutos más tarde ya tenía el pulsador en la calle y el timbre enchufado en el armario de los contadores. Me falta probar si funcionará si se desconecta por las tardes, algo que haré este fin de semana. .


4 respuestas a “El timbre”

  1. Parece mentira con lo «avanzados» que van en el norte que no esté prohibido ese tipo de cosas puerta a puerta, como por cierto si que está en algunos sectores en España… 😛