El último día en Londres


El relato comenzó en Yendo a Londres de fin de semana

Nuestro último día en Londres comenzó despertándonos tarde, diez minutos antes de la hora límite para desayunar. Bajamos con estos pelos (que se dice) y comimos antes de regresar a ducharnos y prepararnos. El día estaba gris y lluvioso o eso que llaman el clima habitual de Londres y por ello, la idea era ir de museos. Pasamos por la recepción para entregar las llaves de la habitación, dejamos las mochilas en el lugar y fuimos a la parada de metro de Lancaster Gate para ir a el único sitio que yo quería ver de Londres. Mientras preparábamos el viaje, mi único requisito al Rubio fue que hiciésemos lo que hiciésemos, había que ir a King’s Cross Station, la estación desde la que Harry chapaPotter comenzaba cada curso en Hogwarts. Llegamos al lugar y por supuesto que me hice las fotos de rigor en el carricoche de llevar equipaje que no ha terminado de pasar al otro lado. Tras esto por mí como si íbamos al aeropuerto y regresábamos pero como la anotación sería muy corta, me obligué a sacrificarme y seguir.

El Rubio quería ir al Natural History Museum y allí nos dirigimos. El hombre tiene una fijación con los dinosaurios que no veas y estuvimos unas horas en el lugar, mirando los huesos de esas bestias que tienen y ya que estábamos, viendo parte de la colección, aunque todos sabemos que yo soy un cacho de carne con ojos y mi atención es muy pero que muy limitada. Para cuando salimos paseamos por la zona buscando un pub pero justo en ese momento comenzó a llover a base de cubos y nos refugiamos en un sitio de comida rápida estilo Wok y decidimos almorzar allí mismo. Después de comer aún no había escampado pero estábamos cerca de una de las bocas del metro y seguimos nuestra ruta por los bajos de la ciudad. Nuestra siguiente parada era en el British Museum que pese al nombre, tiene más bien poco de British y es el lugar en el que está expuesto todo lo que se expolió en otras tierras durante los gloriosos años del Imperio Británico. Comentar que la entrada a ambos museos es gratuita.

El museo tiene una cantidad ingente de objetos y te puedes pasar días allí si te paras en todos. La cantidad de atención que yo puedo enfocar en un museo no pasa de una hora y mi amigo es igual así que cuando vimos que en el folleto con el mapa que nos dieron habían marcado las cosas imprescindibles que hay que ver si solo visitas el lugar durante una hora, nos hicimos los SuperVentas y pasamos de teloneros, Androitotorotas y productos de segunda. Lo mejor fueron los cachos de piedra que expoliaron en Grecia, la piedra de Rosetta que expoliaron en otro lado y unos bichos raros de Siria. Tras esto paramos en un café italiano a tomar un capuchino ya que pese a la existencia infinita de Starbukkakes, nosotros no tomamos café a precios abusivos para pijos y guanabís.

Paseamos hasta Covent Garden y matamos el rato con las actuaciones de los artistas callejeros (sin por supuesto darles ni agua …), recorrimos de pé a pá el mercado de Covent Garden y acabamos sentándonos en un banco en el jardín de la iglesia de San Pablo. Entramos a maravillarnos en la tienda Apple de Covent Garden, llena de dispositivos mágicos y maravillosos y tras esto continuamos el paseo por las calles del barrio hasta detenernos en el Seven Dials Corner, lugar en el que confluyen siete calles y que es algo único y asombroso. Tras las fotos de rigor y un poco más de callejeo, regresamos en metro hasta Lancaster Gate y nos plantamos a hacer la fotosíntesis en la terraza del pub The Swan.

Llegado el momento, fuimos al hotel a recoger nuestras mochilas, caminamos hasta la estación de Bayswater y antes de comenzar el regreso al aeropuerto aprovechamos para cenar en uno de los infinitos restaurantes de la zona. La vuelta nos tomó una hora, sobre todo porque estuvimos quince minutos parados una estación antes de la de la terminal 4, que es la nuestra. No teníamos que facturar y nuestras tarjetas de embarque iban en nuestros teléfonos así que avanzamos resueltos al control de seguridad y lo cruzamos sin incidencias. Mis botas, que habían pitado en los arcos de Amsterdam no dieron problema en Heathrow, lo cual confirma que no hay dos aeropuertos iguales. Una vez en el aeropuerto, buscamos un rincón con televisión para ver el partido de Inglaterra contra Italia y allí estábamos hasta que comenzaron a avisar, veinte minutos antes de lo previsto, del embarque de nuestro vuelo. Al principio no le hicimos caso pero finalmente, con tanta insistencia, enfilamos hacia nuestra puerta de embarque, la cual estaba en el quinto recoño. Íbamos a medio camino y aún no era la hora del comienzo de embarque cuando en las pantallas indican que es el último aviso y van a cerrar puertas. Perdimos la poca dignidad que tenemos corriendo hasta el aeroplano para encontrarlo medio vacío. Íbamos sentados en la fila 7, lo más adelante que conseguí. Entramos más sudados que el coño de una coja y durante la siguiente media hora siguió llegando gente. Después nos informaron que faltaban tres ingleses a los que estaban llamando. Los siguieron llamando y llamando y llamando y en algún momento de tanto llamar comenzaron a buscar su equipaje facturado para sacarlo, aunque el intelectual asignado a la tarea se confundía con números y letras y tardó veinte minutos en dar con el paradero de tres putas maletas. Después nos pusieron en la cola para despegar y ya acumulábamos un retraso de casi una hora, algo crítico porque llegábamos a Holanda en la hora agridulce en la que acaban los trenes desde el aeropuerto, salvo por el que hay nocturno una vez cada hora y que es como un correillo. El avión aterrizó casi en Bélgica, en el puto Polderbaan que odio a muerte, una pista desde la que se tarda veinte minutos hasta que llegas al aeropuerto y para cuando abrieron la puerta, eran las once y treinta y tres. Nuestro tren salía a las once y cuarenta y cinco y estábamos en la puerta más alejada de la salida (de la sección D). Salió a relucir mi legendaria grosería y a empujones salimos del avión y corrimos como galgos y batiendo varios récords mundiales para no perder el tren. A las once y cuarenta pasaba el control de pasaporte, con un policía alucinando porque llegué a la carrera y que cuando me vio y le di mi pasaporte me preguntó por mi razón para visitar el país y flipó con mi respuesta de Vete a tomar por culo y déjame pasar que yo vivo aquí y voy a perder el tren. Mi amigo el Rubio le dijo que él es cien por cien cabeza de queso y también perdía el mismo tren y seguimos corriendo llegando al andén treinta segundos antes que el tren. Ahí fue cuando el Rubio tuvo que agradecerme que yo hubiese comprado los billetes por Internet desde el viernes ya que de tener que comprarlos, lo habríamos perdido.

En los treinta segundos que le tomó al tren llegar me dio tiempo a comprarle un refresco al Rubio porque parecía a punto de reventar y había perdido la voz del esfuerzo. Una vez en el tren, tratamos de recuperarnos y en la estación de Amsterdam ArenA nuestros caminos se separaron ya que yo seguía en ese tren para Utrecht y él tenía que tomar uno que salía cuatro minutos más tarde para Woerden. Nos dimos un abrazo fortísimo y a partir de ese instante la comunicación fue por iMessage.

Al llegar a Utrecht llovía que no veas y como no llevaba pantalón chubasquero, me tuve que joder y regresar a casa empapándome ya que tenía la bici en la estación. Llegué a mi casa ensopado. Así, con un final de infarto y pasado por agua fue como concluyó mi escapada de fin de semana en Londres. Seguro que volveré porque la ciudad me fascinó y aún me queda un montón por ver.


3 respuestas a “El último día en Londres”

  1. Pasado por agua pero feliz!
    A mi lo que mas me gusta es el museo de la guerra (Creo que se llama así) con los aviones de la 2ª Guerra colgados del techo, los primeros aviones de caza a reacción alemanes y del mundo, claro, hace años que no voy, tengo ganas, pero me da una pereza de cojones salir del ranchito, se nota que ya estoy anciano…
    Salud

  2. A mí me encantó Covent Garden y yo, al contrario que tú, me paso la vida en los museos, así que los dos en que estuvisteis me encantaron. Londres me parece una pasada de ciudad, volveré.

  3. Acabo de volver de la primera parte de mis vacaciones, y ahora tengo que ponerme al día con todo lo que has escrito. Echando un vistazo por encima, creo que me va a llevar todo el tiempo que me falta para irme a la segunda parte de mis vacaciones.
    Me quedé aquí??en tu relato del viaje a Londres. Es verdad: Es una ciudad a la que hay que volver varias veces, porque no se acaba nunca y es muy interesante; yo no viviría en ella, pero si me gusta visitarla de vez en cuando.