Enseñando el piporro en bicicleta


Con una vidilla tan movida y con nuevas actividades llamando a mi puerta a cada instante, es normal que se me pasen historias que vivo y que quiero compartir pero que acaban en el baúl de mis recuerdos. Ayer hablaba con la Chinita y ella me decía que era imposible que te tropieces con una tía sin bragas en bicicleta y que vaya enseñando el potorro. Está muy equivocada y a las pruebas me remito: Todo comenzó en Las minifaldas no son para las bicicletas, una historia clásica de esta bitácora. En el año 2005 el momento dramático llegó con Los coños al sol y en el año 2006 fue El primer papayo maduro. En el año 2007 tuvimos El Primer Avistamiento primaveral y por culpa de un descuido no hubo anotación al respecto en el año 2008 aunque en el 2009 sí que la hubo con el simple título de El primer avistamiento.

Con todas estas historias se confirma eso que todos ya sabemos: si hay algo claro es que muchas mujeres gustan de no ponerse ropa en los bajos y cuando pedalean en sus bicicletas se les ve hasta el infinito y más allá. Y la sencilla explicación de por qué otras mujeres no se dan cuenta es que ellas miran a los ojos o escanean el horizonte a la búsqueda de un paquetón de tamaño lata de Coca Cola con el que regodearse y nosotros miramos a la cueva oscura ubicada entre las piernas femeninas esperando encontrar el tesoro.

El primer avistamiento del 2010 llegó a finales de abril. En la primera andanada de temperaturas cálidas la gente se olvida de la ropa y sale a la calle con lo mínimo. Ese día recuerdo que a las ocho de la mañana la temperatura ya era de dieciséis grados, poco menos que una ola de calor para lo que suele ser habitual a esas horas de la mañana por aquí y que generalmente son diez grados menos. Salí de mi casa en camiseta y a lomos de La Dolorsi recorría los kilómetros que separan mi casa de la estación central de Utrecht escuchando un audiobook y manteniendo mi boca cerrada para que no entrara ningún mosquito, que a poco que sube la temperatura las nubes de mosquitos se multiplican.

El trayecto transcurrió con normalidad hasta la zona cercana a la estación. En mi esfuerzo final antes de entrar en el túnel norte de la estación veo que en dirección contraria venía otra bici. Como siempre, del tipo Omafiets, esas sagradas bicicletas holandesas de linea adusta, altas y perfectas para enseñar los bajos. Sobre ella una chica de unos treinta años haciendo eso que está prohibido y penado con multa. Con una mano sujetaba el volante y con la otra sujetaba el teléfono con el que no dejaba de hablar. Si esta fuera una bitácora con talante y tal y tal diríamos que la chica es de color, pero como éste es el paraíso de la ordinariez y la vulgaridad, regresamos a los felices ochenta y diremos claramente que la chica era negra. Llevaba unos zapatos de taconazos de esos del coño que hacen que se tambaleen y estén a punto de caerse como las mariconas que desfilan en las galas de Drag Queen carnavaleras. Iba a pelo, sin medias u otro tipo de prenda para protegerle las extremidades inferiores y su micro-minifalda roja acababa en el ombligo (o casi) que casualmente era el mismo lugar en el que empezaba. Completaba el conjunto con una blusita floreada y un exceso de maquillaje facial a lo payaso de la tele a punto de comenzar el programa de circo semanal.

En mi cabeza, mi pervertida imaginación añadió la banda sonora y mientras me acercaba escuchaba «Había una vez ….. un circo que alegraba siempre el corazón» mientras la escaneaba de arriba a abajo buscando algún punto de anclaje interesante. Ella hablaba con su teléfono sin prestar atención y cuando mis sofisticadas herramientas visuales llegaron a la zona en la que se encuentra el meollo de la cuestión tengo tanta suerte que el sol está de mi lado y por ser un sol bajo y propio de la primavera, ilumina allí en donde normalmente no llega su luz. Las complejas rutinas que identifican formas de mi cerebro supieron instantáneamente que había tomate y la canción subió en volumen «lleno de color … un mundo de ilusión … pleno de alegria y emoción». La distancia entre los dos se acortaba y yo reduje mi velocidad y frené para alargar el momento en el tiempo. Concentré mis ojos en una zona determinada y reduje la profundidad de campo de mis ojos para asegurarme que ningún elemento secundario me distraía mientras la chica se daba cuenta por primera vez de lo que estaba sucediendo pero como tenía ambas manos ocupadas, no podía hacer mucho. Trató de cerrar las piernas pero la bicicleta se balanceó y osciló peligrosamente así que desistió. Yo seguía atentamente sus movimientos «había una vez, un circo … que alegraba siempre el corazon» y pronto apareció aquel lugar legendario del que tanto se dice pero que muy pocos han llegado a ver sobre una bicicleta en los Países Bajos. Sus bajos estaban al aire y allí, espléndida, tumultuosa, una mata de pelo como no había visto desde los lejanos ochentas, cuando en el cine porno las tías no se esquilaban el potorro y tenían unos bigotones del copón guardando la entrada de sus cavernas. Esa mata de pelo capturaba la luz y brillaba y mi cerebro se afanaba en inmortalizar fotograma tras fotograma, guardando toda esa información en lugares recónditos para no olvidarla nunca.

En esos momentos en los que el potorro se hacía imagen y deleitaba mi vista, en esos mismos momentos sentí la ola de odio profundo que me enviaba la chama desembragada pero sabéis qué, no me importó en absoluto porque ya lo dicen las sagradas escrituras: ¡Si no te pones bragas, al menos tápate guarra!


5 respuestas a “Enseñando el piporro en bicicleta”

  1. No debió mirarte con odio, yo creo que si no pones el más mínimo impedimento para que pase algo, luego no te quejes si pasa! micro-mini-falda, no braga, bicicleta…. es que es ir pidiendo a gritos que se te vea el potorro! eso es como el que se sube a un tejado a mirar las tejas sueltas sin arnés o con zapatos de tacón y luego se queja porque se ha caído, NO procede.

  2. Sino hubiera vivido en Holanda y no supiera que esto pasa y que en verdad no se depilan tan seguido alla abajo donde el ombligo pierde el nombre, entonces me creeria que lo estas inventando, pero esto es cierto y yo tambien lo he visto y no precisamente porque me haya fijado tanto como tu. Besho

  3. jajajaja Me río por como cuentas el episodio, parecieras excitado al borde del rebuzno…jajaja
    Como no sea el contraste de la bici con la pelambrera o algo así…
    En fin, no puedo hablar porque nunca vi un chocho en bicicleta…jajaja
    Salud