Una de las cosas que explico con frecuencia y que la gente parece no captar es la manera en la que veo las relaciones entre humanos. Todo el mundo da por sentado que soy el puto amo de la sociabilidad, que en mis entrañas hay tanta humanidad que busco sin parar gente para socializar y hacer amiguitos. Esto, por si alguno está convencido de ello, no es así. En realidad se me podría más bien incluir en la lista de los que no son sociables. La diferencia con ermitaños, huraños y similar gentuza es que yo veo (mentalmente, no es algo que se vea con formas o colores) las relaciones entre la gente de mi entorno y eso me da una ventaja competitiva a la hora de interactuar en el mismo ya que puedo tocar la única tecla que me hace falta para conseguir lo que quiero, pero de ahí a decir que soy sociable va un universo y tres metros más desde el mismo.
Siempre le he dicho a mis amigos y ellos se han descojonado y han desechado la idea que si me sueltas en un entorno cerrado con otros seres humanos, más temprano que tarde yo me habré ubicado en una posición de privilegio. Para aquellos que lo dudan, tenemos mis tres últimos ejemplos. El escenario, un centro de buceo aislado, en un lugar en el que se vive, todos estamos allí sin poder escapar y cada día llega un grupo nuevo de gente a las cuatro y se marcha otro a las diez de la mañana. Yo entré en esa sociedad cerrada un domingo por la tarde y me marché el sábado por la mañana. El día de mi llegada creé las conexiones con la gente que vino conmigo en el barco, que eran un grupo de australianos y con el gerente del centro de buceo, que ya tenía claro como la constitución truscolana lo que yo quería y buscaba allí. Entre los australianos, mi entrada al grupo fue usando al líder del mismo, que una vez creó la conexión conmigo hizo que los otros tres inmediatamente hicieran la suya y no se perdió hasta que se fueron un día antes que yo. Al día siguiente, cuando fui a bucear, para la hora del almuerzo, tras dos inmersiones, los otros siete buceadores me contaban sus vidas y milagros y la tripulación y Dive Masters me conocían. El martes el círculo ya incluía a toda la gente que trabajaba o visitaba el centro salvo por los que habían llegado esa tarde. Para mi, esa ventaja, es también una pequeña maldición ya que es una forma de manipulación. Toda la gente comienza a girar a mi alrededor, muchos ni siquiera son conscientes pero lo hacen. En aquella situación, usé esa ventaja para mi beneficio ya que estoy allí unos días y quiero sacar lo máximo de las vacaciones, pero en otros momentos de mi vida, ha sido algo no tan positivo, como cuando estuve en el instituto, en el que los profesores me llamaban el Primer Ministro porque en el turno de tarde de aquel instituto, yo era la alimaña situada en la cima del ecosistema social. Si quedaba con los amigos, nunca tuve problemas de que se escogiera la película que yo quería ver o que fuéramos a comer al sitio que yo quería porque eso es lo que sucedía siempre. Todos parecían doblarse a mi voluntad, algo que para cuando lo descubrí, ya en la universidad, me horrorizó y ahora evito como la peste y procuro no interferir y me niego a decir el sitio en el que quiero comer hasta que todas las opciones están en la mesa y si me gusta alguna de ellas, la apoyo.
Cuando llegué a mi segundo destino de buceo, ese día y el siguiente, yo era el único cliente ya que yo llegué el domingo y los otros ocho clientes llegaban el lunes. En las veinticuatro horas me hice con el control de todo la gente trabajando allí, establecí mis vínculos con todos ellos y los puse en mi órbita. Después añadí a los ocho que llegaron y a los que aparecieron en días posteriores. Cuando llegué a mi tercer destino de buceo, lo hacía con tres que venían conmigo, lo cual en lugar de una ventaja competitiva es una desventaja, ya que me da pereza el arrancar el sistema si ya tengo un pequeño entorno social y además en este centro era muchísimo más grande y había muchísima más gente pero tres días más tarde, todo el personal y dos terceras partes de la gente que estaba allí ya orbitaban a mi alrededor.
Estos tres ejemplos vacacionales son excepciones, junto con mi trabajo, por lo general, prefiero mantenerme totalmente al margen para evitar que cosas como esta sucedan, ya que el esfuerzo que tengo que hacer es mínimo pero las consecuencias son enormes, la gente no lo nota pero de alguna manera, buscan agradarme, a falta de una palabra mejor. Cuando llegué al tercer destino de buceo, en la primera noche, dos chamos se acercan a saludarme y decían que me conocían de mi primera semana y resultó que sí, que llegaron la tarde de mi último día en Komodo y de alguna manera, durante la cena y la tertulia posterior, capturé sus órbitas. Yo ni me acordaba de ellos y resultó que mi impacto fue muy grande cuando reconectaron conmigo y hasta que se fueron, dos días antes que yo, eran super-hiper-mega amiguitos. De esas tres semanas salí con una gigantesca lista de correos electrónicos porque me niego a darles el número de teléfono y tampoco les doy el mío, ellos me dan el suyo y yo contacto con ellos en algún futuro. Solo unos pocos de ellos acabaron en mi istagrame, que está poblado básicamente por gente con la que he buceado o aún buceo.
Una respuesta a “Eso que pasa”
Es posible que seas un «viejo prematuro» por que esa forma de ser, es muy común entre los de la tercera edad… 🙂
Salud