Finiquitando Yangon


El relato del viaje a Birmania y Tailandia del 2011 comenzó en la anotación De Utrecht a Bangkok pasando por Hilversum y Amsterdam

Como lo de los transportes en Birmania no es muy de fiar, planeé un día extra que me sirviera de colchón por si los planes sufrían algún cambio. Al final todo salió más o menos bien y como llegué el viernes a Yangon y no salía hasta el domingo. El sábado me propuse levantarme tarde pero mi reloj interno parece que no leyó el memorando y a las siete estaba totalmente despierto, así que me puse a ver una peli por la tele para matar tiempo. Bajé a desayunar casi a las nueve y fue lo mismo de siempre, solo que en cantidades menores. El Winner Inn es un negocio de chinos y estos son siempre eficientes y con precios ajustados pero no esperes nada más allá de lo mínimo imprescindible. Tras desayunar cogí la mochila de la cámara, el agua, la guía y me eché a la calle. La Pagoda Shwedagon está relativamente cerca así que fui hasta allí, no para entrar sino para hacer fotos de los accesos y buscar un restaurante que está en mi guía y que la vez anterior no fui capaz de ubicar. Lo encontré y después decidí rodear la Pagoda y ver todos los accesos. En algún momento tomé el desvío equivocado y me perdí, algo que me sucede continuamente pero que no me detiene. Mi incapacidad para orientarme es antológica. Mi amigo el Rubio siempre flipa conmigo porque consigo indicar el camino erróneo sistemáticamente, así que cuando duda, me pregunta y si mi respuesta coincide con lo que él creía, entonces ya sabe que va mal.

Una vez volví a encontrar el camino, enfilé hacia el Museo Nacional de Myanmar, al cual no llegué porque al capullo que hizo la guía de Lonely Planets puso dos números 26 y yo fu al equivocado. Una vez acepté que no fue mi culpa, retomé el paseo y quince minutos más tarde llegaba a la dirección correcta. Esto me sirvió para pasar por delante del recinto ferial en el que se celebraba algún tipo de feria de comida y cosas de los cabezudos de Asia, también conocidos por coreanos o si queremos ser correctos, los cabezudos coreanos de mierda que es como hemos aprendido a despreciarlos todos. Al parecer buscaron figurantes para la feria pero en este país la gente tiene cabezas de tamaño normal y no los barreños de cincuenta litros de los coreanos de mierda así que le pidieron al gobierno Canario que les cediera los Papahuevos cabezudos de la Palma.

En la puerta del Museo Nacional unos cuantos ladillas que quieren hacerte de guías. Los ninguneé y me mantuve con los auriculares puestos haciendo como que no escuchaba sus «jelou«. En la entrada me obligaron a dejar la cámara, el teléfono y todo salvo el dinero y el pasaporte en una taquilla. El precio para los extranjeros son 5 dólares. El museo tiene cuatro plantas pero básicamente las dos inferiores son las interesantes. Primero te presentan los distintos alfabetos de los idiomas bárbaros locales a lo largo de la historia, algunos documentos y escritos y después viene la joya de la colección, uno de los ocho tronos que tenia el palacio real de Mandalay, de 9 metros de alto. El que sobrevivió a la destrucción es el Sihasana, el Trono León. Es como una puerta enorme forrada en oro a la que se asomaba el Rey, supongo que para trabajar si es que existe un rey en el universo que alguna vez haya trabajado (y aquí agitar manos como Karate Kid cuando limpiaba cristales no lo aceptamos como trabajar ??) hay algunos otros tesoros como las camas de las Reinas incrustadas en joyas, palanquines, sillas hechas de marfil y una manta de plata, así como parafernalia para crear hogar en oro macizo y pedrería. Toda esta exhibición, absolutamente apabullante, la vez en penumbras porque al parecer no les llega para encender la luz. Una de las plantas que sobran tiene pinturas que dan lastima y están a oscuras y en otras hay unos cuantos Budas que se trajeron de Bagan. El museo me tomó más de dos horas y cuando acabé, fui al baño exclusivo para extranjeros a echarme un pis, ya que la botella de agua si me la dejaron y me bebí un litro. Como lo indicaban tan claramente yo me lo imaginaba con unas ninfas increíblemente eróticas que te la sacuden tres veces y ni una más cuando acabas y te hacen un baile de esos típicos agitando las manos que te la pone garrula. Esa era mi imaginación. La realidad era más cruda, con una de las paredes de la que se estaban cayendo los azulejos de baño barato, uno de los urinales con problemas de fontanería y los otros dos con un hedor insoportable y sin rastro de las ninfas.

Al dejar el museo bajé por la carretera Pyay hasta llegar a la calle Strand, la cual va paralela a la ribera del río. No creo que quede un solo taxista en Yangon que no me haya pitado tratando de llamar mi atención y que use su vehículo y muchos hasta se han detenido. Espero que hayan aprendido a disfrutar de su desengaño con mi negativa.

Por la calle Strand llegué hasta el templo chino Kheng Hock Keong, el más grande de Yangon (de los chinos). El templo tiene más de cien años y lo que más me gusta es que en los templos chinos no hay que quitarse los zapatos. Dentro el incienso a porrillo, las velas y los pájaros que la gente compra afuera, libera con sus oraciones o peticiones ya que DIOS NO EXISTE y como el vendedor les ha recortado las plumas de las alas, los pájaros no irán muy lejos y cuando los niños los atrapan, los vuelven a vender. Desde allí navegué sin rumbo fijo por Chinatown dejando que todos mis sentidos disfruten de la experiencia. Pasé por el mercado Theingyi Zei y quizás sea por todo lo que he visto hasta este momento en Birmania pero no me llamó demasiado la atención.

Pasé por delante de un restaurante hindú en el que quería almorzar algo pero después de ver sonarse al cocinero sobre uno de los calderos con curry, desistí. Opté por ir a la zona del mercado Bogyoke Aung San y se me antojó algo más occidental ya que dos semanas de comidas birmanas, chinas y tailandesas comenzaban a pasar factura. Entré en el legendario clon Tokyo Fried Chicken y me comí un menú por menos de dos euros. Después visité el mercado, compré un par de recuerdos y conseguí esquivar a todos los que te ofrecen cambiar dólares y a los que te quieren vender pinturas para colgar en las paredes de tu casa. Repito por enésima vez que en mi casa solo hay una cosa colgada en una pared y es la tele y a menos que me posean los de raticulín, seguirá siendo así durante mucho tiempo.

Después tomé un taxi para volver al hotel y recogerme hasta el atardecer, cuando tenia planes para ir por segunda vez a la Pagoda Shwedagon con el trípode y el filtro ND y hacer algunas fotos más.

A las cinco comenzó a diluviar y me temí lo peor, ya que el día anterior no paró hasta las nueve. Sin embargo, en esta ocasión mi Ángel de la guarda parece que estaba al loro y dejó de llover a las seis menos cuarto y a las seis, bajaba por la calle saltando sobre ríos de agua en dirección a la Pagoda Shwedagon. Conseguí llegar sin resbalarme y eso que tenia las cholas Moisés y entré por la puerta Norte (o eso creo), una con una gran escalera llena de tiendas y sin ascensor. O mi Ángel de la guarda decidió sorprenderme o fue mi día de suerte pero los de control de extranjeros no estaban en su sitio y me ahorré los 5 dólares. Las sanguijuelas que pretenden que les dejes los zapatos para cuidártelo me gritaron pero les hice la señal del pajarito, saqué la bolsa Xenos que llevo enganchada a mi bolsa de la cámara, eché en su interior las Moisés y seguí adelante. Las siguientes dos horas hice algunas fotos con el trípode, el filtro y sin el filtro. Intenté conseguir tiempos de exposición de 30 segundos para borrar a la gente y por lo que he visto, hay alguna chula. Cerca de las ocho recogí los bártulos y me fui a cenar al Tailandés que ojeé por la mañana. Me pedí una sopa y unos langostinos casi tan grandes como seres humanos pero como los asiáticos no entienden el concepto de servir primero la sopa y después lo otro, me lo trajeron todo a la vez. Después de cenar caminé de vuelta al hotel, un paseo de cinco minutos que el único problema que tiene es que no hay alumbrado publico pero bueno, llegué bien y así acabó mi último día en Yangon ya que al día siguiente salía para Tailandia.

El relato continúa en De Yangon a Bangkok


4 respuestas a “Finiquitando Yangon”

  1. Aquí hay un cocinero de lo mas guarro que está sacando las entradas en su nariz y rascándose el culo mientras cocina, como es el mejor del mundo preparando ganso salvaje, cada vez que voy a su restaurante, me le pongo al lado haciendo guardia, es la única manera que no me de asco…
    Salud

  2. Comer ese curry entra directamente en la categoría de «Virtuditas no lo haría», te estás ablandando!

  3. Me parece a mí que en el clónico de KFC tampoco entrarías tú, sobre todo con los manipuladores de alimentos con las uñas negras y las manos tan limpias como las de un mecánico de coches.

  4. Qué asco por Dios. La verdad es que si viéramos a los cocineros de algunos sitios, no comeríamos en ningún lado que no fuera tu casa.