Gominolas sin


En los días en los que se celebraba el NFF, el festival de cine neerlandés, en un par de ocasiones me monté una sesión doble ya que la peli que se estrenaba cada día de las del festival, era entre las siete y las ocho. En uno de esos días, el tiempo de espera entre películas era de cincuenta minuto y el cine era el multicines que está en el centro de la ciudad. Con casi una hora, tenía tiempo suficiente para ir al supermercado en bici, comprar lo que necesitaba y volver al cine para ver la segunda película. Con mi plan ya establecido, fui al centro, aparqué en el aparcamiento gratuito para bicicletas en el sótano de la antigua oficina de correos de la ciudad, fui al cine, que está a unos cien metros, me vi la primera película y al salir, regresé al aparcamiento a buscar mi bici y fui hasta el lidel, que queda a menos de diez minutos en bici. Una vez allí y bien enmascarado, entré en el supermercado y compré las cosas que había apuntado en mi lista. Iba caminando entre los pasillos buscando los productos cuando estoy junto a la sección de gominolas y veo unas sin azúcar, en paquetes de unos cien gramos. Tiro la casa por la ventana y decido comprarme uno de esos paquetes para probar, aunque yo soy de los que se las compran con azúcar y de esas que son un poco ácidas, que me encantan y que se venden en tiendas de gominolas donde tú rellenas una bolsa con la cantidad que quieres y de las que quieres. Regresé con la bici al aparcamiento subterráneo y un par de cosillas que requerían fresco se quedaron en la bolsa de la bicicleta, que allí debajo sin calefacción está bien fresco. Me aseguré de poner en mi mochila la bolsa de gominolas y regresé al cine. Entré para ver mi segunda película, la que correspondía al festival de cine neerlandés y cuando ya iba a comenzar, abrí mi paquete de gominolas y básicamente, me lo comí.

Empezó la película y no creo que llevara ni cuarenta minutos cuando estoy inflándome a una velocidad pasmosa, estoy acercándome peligrosamente a la creación del mayor peote de la historia de la humanidad. La tripa se me está inflando y no puedo hacer nada porque con un tsunami como ese, si lo suelto, todo el cine y probablemente la gente en las dos otras salas se enterarían de lo ocurrido. Esa cosa sigue creciendo en mi interior, como un alien y yo temo empezar a flotar en cualquier momento y hasta sopeso si usar el cinturón para amarrar un brazo o una pata a la butaca y así al menos no llegar al techo. A partir de ese punto fue un tormento con retortijones que no paraban. Acabó la película y yo debía tener en mi barriga un volumen de aire similar al que había en la sala. Salí a la calle y cuando verifiqué que no había nadie en al menos cinco metros a la redonda, solte el mega-peote. Seguí andando al aparcamiento de bicicletas y cuando llegué allí ya tenía macerado uno nuevo. Me pregunté si era una reacción tardía a las judías con chorizo del día anterior, pero jamás en la vida me había sucedido algo así. El camino para mi casa fue entre mega-peotes, era soltar uno e inflarme a ojos vistas con el siguiente, como si el aire renunciara a entrar en los pulmones y se fuera por el otro lado. Los mega-peotes eran tan bravos que tuve que apagar el motor eléctrico de la bicicleta. Cuando llegué a mi casa tenía una sinfonía de un solo instrumento pero muy sonora, como si la acústica de la sala la hubieran diseñado los mayores expertos del universo. Soltaba mega-peote tras mega-peote y hasta me dolía la tripa. Así siguió la noche y para cuando me fui a la cama a meditar antes de dormir, estoy convencido que los mega-peotes los estaban oyendo en las casas adyacentes. Era una tormenta perfecta y yo alucinando porque hasta sin respirar acumulaba el suficiente aire en las tripas para pedorrear. Finalmente me quedé dormido y hubo alguna ocasión en la que me desperté por culpa de mis propios peos, que no paraban. Por la mañana, ya preocupado, miraba las fotos de toda la comida que había comido en las últimas cuarenta y ocho horas buscando el culpable de la situación. Todo era conocido y producido en cantidades considerables y ya había comido de esos lotes sin problema alguno. Lo único que se escapaba a las fotos era el paquete de gominolas sin azúcar.

Estando en las Palmas me informaron que esas gominolas las hacen con algo llamado sorbitol y que entre sus efectos negativos, de los que tiene una jartá que no veas, que no comes azúcar pero no veas la mierda que te metes dentro, está la generación y ventilación masiva y escandalosa de peotes, efecto secundario que yo padecí de pé a pá. Le costó casi veinticuatro horas a mi cuerpo deshacerse de todo el sorbitol ese y volver al ritmo habitual de peos y ahora que conozco la causa de los mismos, por mí se pueden meter las gominolas sin azúcar por donde no entra la luz del sol, yo regreso a las naturalmente dulces y que le den por culo al sorbitol.


3 respuestas a “Gominolas sin”

  1. Me has dejado impresionado, mira que mirar a tu alrededor para asegurarte de que no había nadie para soltar el mega-peote…
    En otros tiempos, soltabas los gases venenosos de las alubias en el ascensor de la empresa , cosa que envenenó a mas de una persona 🙂
    Yo creo que vas haciéndote mayor… 🙂
    Salud

  2. Uish, gracias sulaquito…. era justo lo que me hacía falta así de buena mañana, una descripción gráfica de como se mueve el gas por tu intestino…. que guay…

  3. Genín, esto eran ataques de destrucción masiva con un sonido fortísimo. Hasta en un ascensor se podría oír por alguien que espera fuera.