La firma


El día «D» llegó finalmente. A lo largo de la semana fui acumulando una tensión bárbara. El jueves posiblemente era la persona más irascible de este lado del hemisferio. De alguna forma conseguí dormir unas horas y por la mañana seguí empaquetando hasta que me llamó el chino. Para aquellos que andan por aquí despistados, el chino compró casa en la misma calle que yo, a unos ciento cincuenta de la mía. El amigo firmó el lunes así que ya estaba en la zona trabajando en su morada china. Quedé en que iríamos juntos y a las doce yo marcharía para mi casa para la inspección antes de la firma. En este país antes de ir al notario se hace una última visita con el vendedor y el comprador presentes. En ella, se toma nota de los valores de los contadores para pasarle la información a la empresa del agua, el gas y la electricidad. También se comprueba que las cosas están en el mismo estado en el que estaban en el momento de la firma del pre-contrato de venta. Si hay algo roto o ha desaparecido, se tendrá que negociar una reducción del precio o incluso se puede cancelar la venta, aunque para esto hay bastantes reglas.

Finalmente conocí a la propietaria de mi nuevo hogar. Una chica encantadora y muy simpática. Entre las sorpresas que me dejó está el que no se llevó casi ninguna lámpara y eso me ha facilitado mucho la vida. Dejó la casa limpia como una patena, así que tampoco me tengo que preocupar por limpiar y el día anterior arregló el jardín y lo dejó preparado para el invierno con lo que tengo seis meses para aprender a trabajar en el mismo. En definitiva, un sol de chica, soltera y sin compromiso. Es radióloga, lo cual da un poco de yu-yu y se ha mudado a Delft porque trabaja en el hospital allí y esto le pilla muy lejos si vas en coche (el problema no es la distancia, sino los atascos).

Cuando acabamos la visita, nos fuimos a Hilversum al notario. Llegamos con tres cuartos de hora de adelanto y el hombre estaba almorzando, así que decidimos irnos a hacer lo propio. Comimos en el centro del villorrio, en uno de esos locales que conozco por haber vivido aquí un lustro. Invitó la colega. Después de comer volvimos a la notaría, un edificio de lujo absoluto en la milla de oro de la ciudad y justo al lado de la clínica de cirugía estética de los ricos y famosos, un lugar en el que no se pueden aparcar coches en su aparcamiento a menos que sean de lujo, o sea, las antípodas de la corporación dermo-patética. La recepción de la notaría nos dejó con mal cuerpo porque sólo aquel cuarto vale más que mi casa y la que se pueda comprar esta mujer juntas. Está claro como se hace dinero hoy en día. A la hora acordada entramos en el despacho del notario, un cuarto con forma de «ELE» y de más de cincuenta metros cuadrados. Tenía una mesa de madera maciza increíble. El notario parecía hasta amariconado, supongo que de tanto dinero. La primera parte era la venta de la casa. En esa estábamos presentes todos. Nos leyó el documento (en inglés por deferencia a mí) y firmamos. En ese instante la casa es mía. MI CASA. En ese punto se marchó la chica y me quedé solo con el notario para la segunda parte que es la firma de la hipoteca. De nuevo me explicó todo el documento, del que por descontado no entendí una puta mierda y al final firmé. Una vez acabados, café, palmada en la espalda, puerta y a la puta calle.

Salí del notario con una sensación extraña, tratando de asimilar que soy propietario de una casa. Llamé a mis padres para informar y paseando quizás por última vez por mi vieja ciudad, volví a casa. Hice las llamadas de rigor y cogí unas cuantas cosas. Pasé por el supermercado para comprar algo para el chino y volví a Utrecht a MI CASA. Tomé fotos de todo y algunas medidas, que la presión materna es muy grande para preparar los cortinajes y similares. Me presenté a mis nuevos vecinos. Oficialmente soy el más joven del tramo de casas. Mi vecina de la izquierda es una chocha de más de ochenta años a la que quizás se le pueda hacer un hijo antes de que parta hacia el otro lado. En la actualidad vive con un vástago que tuvo en un matrimonio muy lejano porque su novia lo largó y está buscando casa. Al otro lado tengo lo que la anterior propietaria de mi vivienda califica como los mejores vecinos del mundo. Una pareja en los setenta y tantos. La unidad masculina de esa pareja es la que se encarga del mantenimiento de todas las casillas de los alrededores, vamos, que es el chapuzas. Es bueno saber que tendré a alguien por allí para pedirle que me ayude con algunas cosillas. Estuve hablando un poco con ellos, en holandés (¡sic!). Imagino que mi dominio del neerlandés mejorará un huevo ahora que me veré forzado a emplearlo.

Después de hablar con los vecinos volví a Hilversum a terminar de empaquetar y organizar la mudanza del día siguiente.


3 respuestas a “La firma”

  1. no por ser la habitación más grande tiene que ser la principal, personalmente a mi esta me parece que tiene un encanto único y muchas posibilidades… espero a ver la foto de la otra y luego lo sometemos a votación?

  2. uish.. .me he colado y este comentario, obviamente, era para otro texto… a buen entendedor…

  3. Has conseguido que me emocione, mamon, a ver como le explico al mono ahora que no es malo que me salga agua de los ojos, lo de MI CASA es… No se, estando fuera y el Norte, y casa y hogar… Ajj, me acuerdo de una de las primeras clases de aleman en la que la profesora nos pregunto como se decia «hogar» en nuestros idiomas, en japones es «cerdo» o sea, que se usa la misma palabra, hogar es fuego y la familia aldededor y comida y… je, que lela me estoy poniendo.. con esto de que empieza a refrescar… Hale, ya me cayo. Y recuerda: el ultimo 20% de una mudanza se tarda en hacer lo mismo que en volver a cambiar de casa!!