La llegada a Stepniczka


El relato comenzó en Los preparativos y el comienzo del viaje a Polonia

Con tantas horas dentro de un vehículo, pronto captas cosillas sobre la personalidad de los que van contigo. Al Moreno lo conozco desde hace la tira de años y sé muy bien como es pero con el otro hombre, una vez que empiezas a quitarle capas a la cebolla de su vida, te das cuenta que está aún algo tocado porque enviudó no hace mucho, que se siente solo y va en este tipo de vacaciones para tener la oportunidad de hablar y tratar con otras personas, que habla sin parar de esos viajes pero no da información alguna sobre su vida anterior o lo que hace entre vacaciones y cosillas similares. Entre charla y charla yo me eché una cabezadita aprovechando que iba en el asiento trasero del coche.

Las horas corrían muy despacio mientras arañábamos kilómetro a kilómetro al navegador y casi sin creérmelo pasamos por los alrededores de Berlín, lugar en el que la autopista enfilaba hacia el noreste, en dirección a Polonia y hacia el lugar en el que pasaríamos seis días. A través de la ventana del coche vi multitud de animales, zorros, ciervos, caballos y todo tipo de aves. Eso junto con unos campos preciosos, unos bosques en plena explosión de colores e imágenes de postal que te dan escalofríos. Se nota un montón la diferencia entre la Alemania del Oeste y la antigua Alemania del Este. En esa parte del país ves de cuando en cuando grandes edificios abandonados y las casas son más modestas. Esto nos fue preparando para lo que se nos venía encima ya que en un punto determinado el GPS comienza a decirnos que se acababa la carretera, que el mundo conocido estaba a punto de desaparecer y que lo mejor que podíamos hacer era volver atrás. El problema es que Polonia no forma parte de la cartografía que tiene el vehículo y se negaba a darnos instrucciones para entrar allí. Pasamos la frontera y la dulce voz que hasta ese momento nos había guiado se quedó en silencio y se negó rotundamente a decirnos nada más.

En la frontera, los polacos dejaban entrar a todo el que quiera sin más control mientras que los alemanes sí que estaban apostados en el lugar parando coches y controlando a sus ocupantes ya que aunque tengamos las fronteras abiertas, todos sabemos que es más fácil que alguien se intente colar en Europa viniendo de ese lado. Después de dejar atrás la frontera, la autopista comenzó a degradarse y en un momento determinado me pareció escuchar la voz de un capitán avisándonos de la llegada de turbulencias. El asfalto estaba fatal y el coche comenzó a vibrar y saltar como poseído por algún mal y tuvimos que reducir la velocidad un montón. Cuando pasamos las turbulencias, las cuales duraron varios kilómetros, de repente nos encontramos con un cartel diciendo que en los siguientes trescientos metros la gente cruzaba la autopista y efectivamente, habían pasos de peatones y demás. Antológico lo de los pasos de peatones en una autopista, se dice y no se cree. Desde el otro coche nos llamaron para avisarnos de un accidente de tráfico en el carril izquierdo que estaba sin señalizar y nos sugirieron que fuéramos por el derecho. La noche había llegado y salvo por las luces del coche, no veíamos nada afuera. De repente aparece un triángulo de emergencia y quince metros más adelante está un coche totalmente destrozado en el carril izquierdo y un coche de policía que seguramente había traído a los hombres que estaban asistiendo en aquel accidente. En los Países Bajos por menos que eso se cierra la autopista pero en Polonia con un triángulo y sin iluminación ninguna se soluciona la cosa. Si alguien va por el carril izquierdo y está un poco despistado, se los lleva por delante.

Usando un mapa encontramos la salida que teníamos que tomar en la autopista para ir hacia Stepniczka, la cual está a unos quince kilómetros por una pequeña carretera comarcal en la que nos topamos con un zorro que quería cruzar la carretera y al que casi atropellamos y un ciervo que también tuvo que abortar sus maniobras. Habíamos perdido la fe y pensábamos que estábamos perdidos cuando vimos el cartel del villorrio, un sitio con algo más de doscientos habitantes, según la wikipedia, aunque a mí me dio la impresión de estar más poblado. A la entrada del pueblo estaba la comisaría de policía y decidimos parar a preguntarles por la dirección. Se bajó el Moreno y de repente vemos que se encienden varias luces dentro del edificio y pasan los minutos sin que nuestro amigo vuelva. Cuando lo hace una mujer policía le hace señas indicándole el camino. Nos contó que la comisaría está protegida por tres puertas con barrotes del exterior y que tardaron un rato en abrirlas todas para que él entrara. Después surgió el pequeñísimo problema de la comunicación porque nadie allí hablaba inglés y a base de mapa y buena voluntad consiguió que le dieran unas indicaciones muy básicas.

Encontramos la calle en la que debía estar la pensión de lujo pero allí no existía el número que buscábamos. Llamamos al organizador y nos dijo que al llegar al final de la calle había un pequeño camino anegado y teníamos que seguir por ahí con el coche y llegaríamos a la pensión. Si hay algo en lo que no mintió fue en lo de que el camino estaba anegado. Era como un río y allá a lo lejos, una casa solitaria pero bien iluminada. En el aparcamiento vimos un montón de coches con matrícula holandesa así que sabíamos que aquel era el lugar.

Dejamos el coche y sacamos nuestras cosas. La dueña de la pensión nos recibió y nos llevó a nuestras habitaciones. El Moreno y un servidor nos pillamos una en la primera planta y el otro hombre se fue a la segunda planta. Nuestra habitación era austera con ganas con dos sofás convertidos en cama, una mesa raquítica sobre la que descansaba una tele que parecía pesar más de lo que podía soportar la mesa y unas tuberías enormes que cubrían una de las paredes. Descubrimos que había otra gran verdad en la información que recibimos. Para toda la planta existía un único baño con ducha que tendríamos que compartir entre cinco habitaciones.

Bajamos a la planta baja en la que había una enorme sala con una gran mesa y una chimenea al fondo. ?ramos los últimos en llegar y todos estaban ya sentados. Yo me pillé el sitio más cercano a la chimenea. Al momento nos comenzaron a traer la cena, que constó de una sopa de verduras seguida de unos filetes de pollo empanados con verduras y papas y café con tarta de manzana de postre. La comida estaba muy sabrosa. La regamos con cerveza polaca. Después de la cena el organizador montó un beamer y nos fue explicando lo que veríamos al día siguiente y dándonos algunos consejos básicos sobre los ajustes para las cámaras. Comenzaríamos a las nueve y media de la mañana y el desayuno era una hora antes. Como todo el mundo estaba muerto después de tantas horas de viaje nos fuimos a dormir pronto. Nuestra habitación era como un horno y la dueña vino toda orgullosa a decirnos que las tuberías que veíamos en la pared eran de la chimenea de la planta baja y que por eso esa habitación era la más calentita. Optamos por dormir con la puerta abierta para que entrara algo de fresco.

Yo caí muerto casi al instante y como cuatro horas más tarde me despierta el Moreno para quejarse porque estoy roncando mucho. Me doy la vuelta y sigo durmiendo y un par de horas más tarde me despierto porque alguien más está roncando en estéreo y con un amplificador que no veas. El Moreno me da un toque y me dice que me de la vuelta y cuando ve que yo también estoy despierto y que los sonidos continúan se da cuenta que en realidad hay alguien en el edificio capaz de roncar con tanta fuerza que parece que lo teníamos en la habitación. Cerramos la puerta y optamos por asarnos de calor pero al menos no escuchar aquel ronroneo tan molesto.

Por la mañana fuimos pasando por el baño de uno en uno y según acababas ibas bajando a la sala común en donde la chimenea ya crepitaba y el café estaba bien caliente. Así fue como comenzó nuestra aventura en Polonia.

El relato continúa en Primer día con las águilas ? Primera parte


7 respuestas a “La llegada a Stepniczka”

  1. Lo de la gente cruzando la autopista me parece alucinante, vaya peligro… y lo de las paredes con «calefacción radiante», ahora no lo aprecias porque todavía no harán tanta falta, pero en invierno duro, si volvieras a la misma pensión, fijo que pedirías de rodillas esas tuberías.

  2. La habitación tenía suelo con calefacción así que la tubería sobraba completamente y es excesivo. En la calle 3 grados y dentro de la habitación más de treinta y sin exagerar. Era una sauna.

  3. Lo dicho, yo iría solo por ver todo el material que lleva la gente.

    Aunque eso si, yo ya estoy un poco viejo para compartir baño con una multitud, pero claro en la Polonia rural imagino que es lo normal ;-).

    Por cierto una curiosidad, ¿las águilas están allí todo el año o solo en una época?

  4. Este viaje parece el típico que si te lo tomas a coña te lo pasas como un enano pero si te empiezas a agobiar, las pasas canutas. Seguimos impacientes a la espera de mas capítulos.

  5. Jo, eso si que es afición, irse «pallá» en invierno con la rasca que debe pegar en ese lago, igual hasta se atascan las cámaras del frío, jejejeje.

  6. Jc, después de Malasia a mí ya no me asombran muchas cosas y como íbamos a hacer fotografías, sabíamos que lo demás era algo muy secundario.