La operación regreso


Nunca había vivido una operación regreso de esas hasta hoy, cuando al entrar en el aeropuerto de Málaga, aquello estaba petado hasta la bandera, con cienes y cienes de millones de julays que regresaban de sus vacaciones, por supuesto sin distancia de seguridad y protegiendo la mandíbula y el gaznate con la mascarilla que al parecer por ahí es por donde se te puede contagiar el virus podemita y truscolano. Cuando llegué a la zona del control de inSeguridad, las colas eran épicas, había una multitud increíble. Por suerte tenía tiempo y todo el proceso duró unos cuarenta minutos, aunque parecieron doscientos cuarenta y puedo confirmar y confirmo que en ni uno solo de los susodichos se guardó alguna distancia entre pasajeros. Aquello era un rebaño gigantesco guiados por un pasillo único en el que para maximizar la posibilidad de contagio se crearon dos filas paralelas pero sin distancia entre ellas. Después llegabas a las máquinas en las que tienes que pasar el control de rayos nocivos y hay un cartel que dice que las bandejas son desinfectadas y puedes ver perfectamente como un empleado las recoge una vez usadas, las trae para el otro lado y se vuelven a usar, así que lo de la desinfección igual ocurre una vez cada tres meses. Una vez dentro sucedió un milagro, encontré las máquinas con botellas de agua y por primera vez, las que cuestan un leuro estaban en la terminal de salidas, que hasta ahora solo las tenían en llegadas. El milagro fue aún mayor cuando compro una, pagando con tarjeta el leuro y la máquina me puso DOS, que en mi actividad con máquinas de estas de refrescos y bebidas o comida, es la primerísima vez en mi vida que una máquina me da algo gratis.

A la hora del embarque, en vuelo de Isillé, ha sido el más cutre y chabacano de la historia del universo. Los de Transavia obligan a los pasajeros a pasarse por el mostrador de facturación y así pueden comprobar que tienes el certificado de vacunación o un PéCéeRre negativo, pero estos hacían la comprobación al embarcar, así que tardaron una hora, ya que el mismo teléfono que tiene la tarjeta de embarque, tiene el certificado y no todo el mundo es capaz de ir de un programa al otro con soltura, así que tardaban eones. El avión iba hasta la bandera y más allá.

El vuelo fue corto, pero como se podía oír a un hombre estornudando sin parar una o dos filas por detrás de nosotros, no me quité la FPP2 ni para beber el agua que había comprado. Al salir, tuve suerte y el tren estaba esperándome en la estación del aeropuerto y pude llegar a mi casa muy rápido. Ya buscaré un rato para preparar los vídeos de los despegues y aterrizajes, que si los estiro seguro que saco diecinueve.


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