La pizzería


No sé por qué hoy no me puedo quitar de la cabeza algo que sucedió hace más de un año. Uno de mis ángeles holandeses, mi amiga la peruana, se mudó y dejó de vivir en el centro del universo neerlandés, más conocido como Hilversum. Normalmente nos veíamos todas las semanas y aunque no nos viéramos, sabíamos que estábamos cerca. Cuando se marchó al exilio, a una ciudad cercana con la frontera alemana, fue un palo. De repente ya casi no nos veíamos. Teníamos que planear las citas al estilo holandés, cuadrando agendas.

En una de esas reuniones, quedamos para cenar juntos en Utrecht, ciudad a la que ella tenía que ir todos los martes para cantar salsa con su grupo. A mí porque no me gusta ese tipo de música, pero he de reconocer que es una excelente cantante y que ha conseguido montar una banda bastante decente, sobre todo si tenemos en cuenta que la sangre holandesa carece de los monoclitorianos latinos tan característicos en nuestra raza. Volviendo al tema, habíamos quedado para cenar a la holandesa, es decir, a las seis de la tarde. Una vez nos encontramos en la estación de tren, fuimos a la calle del viejo canal (Oudegracht), un sitio muy pintoresco y en donde hay gran cantidad de restaurantes y terrazas a la orilla del canal. Como era el otoño, las terrazas habían pasado a mejor vida, pero los restaurantes suelen ser muy acogedores. Están situados a la altura del canal, y los hay de todo tipo. Nosotros íbamos a un italiano a comer unas pizzas, pero no pudo ser. El restaurante cerraba los martes. Entonces ella se acordó de otro, ubicado un poco más arriba y allí nos fuimos. Hubo suerte y estaba abierto.

Nos acomodaron y pedimos. Mientras esperábamos a que nos trajeran la comida, entró una pareja. Ambos eran cincuentones. Estaban justo detrás de mí. Se acababan de quitar los abrigos e iban a sentarse. De repente, la mujer perdió el conocimiento. Me explico. Comenzó a caer hacia atrás sin razón aparente. Mi amiga la peruana, que los miraba de frente, puso una cara de horror absoluto. La señora caía tiesa como una tabla hacia atrás. El hombre se vio pillado por sorpresa y no reaccionó. La caída era imparable. El resto del restaurante continuaba como si nada, incluyéndome a mí. La secuencia continuó hasta que un golpe seco y rotundo recorrió todo el recinto. La mujer en su descenso había estampado su cabezón con una columna de piedra sobre la que había una maceta. El ruido fue como el que hacen las nueces al romperse. Era como si una enorme nuez acabara de partirse. Después del golpe, continuó hasta el suelo y allí quedó inconsciente. Todo eso había sucedido un metro por detrás de mí. Yo me giré. Mi amiga se echó las manos a la cara horrorizada y gritó.

Los camareros salieron corriendo hacia la señora. Su acompañante se agachó sin saber muy bien que hacer. Una de las mujeres que estaba comiendo en la sala se levantó y se dirigió gritando hacia la accidentada. Al principio no entendía lo que decía, pero después de que lo repitió unas cuantas veces me dí cuenta que repetía continuamente: ein ein tuei que si lo escribiera correctamente equivaldría a eén eén twee o uno uno dos. El número que decía es el número de emergencias para toda la Unión Europea, similar al 911 americano. Ella no hacía más que repetirlo pero nadie le hacía caso. Nadie llamaba para pedir ayuda. Todos se limitaban a mirar. Finalmente le dieron un teléfono e hizo la llamada. Informó del problema y cuando acabó dijo que había una ambulancia en camino.

La protagonista seguía inconsciente en el suelo. Al menos no sangraba. Estaba allí tirada, en el pasillo principal del restaurante. Seguían entrando clientes, así que los camareros se organizaron para desviarlos al otro pasillo. La mujer que había llamado no permitió que tocaran o movieran a la desmayada, así que aquella vía estaba bloqueada. La escena era surrealista. Entraba gente y la hacían dar un pequeño rodeo y los sentaban en mesas como si no pasara nada, mientras todos podíamos ver a la mujer inconsciente en el suelo. El surrealismo alcanzó su punto culminante cuando nos trajeron la pizza y el calzone que habíamos pedido. Nos encontramos con la comida en la mesa y aquel cuadro justo detrás de mí. Pasaron los minutos y allí no pasaba nada. La señora seguía en el suelo y pasada la emoción inicial, el hambre sustituyó a la curiosidad y los clientes volvieron a lo suyo. Después de diez minutos comenzaron a dar cachetones a la mujer y consiguieron despertarla. El hombre le explicó que se había desmayado dándose un tremendo cocazo contra la columna (nota: no he encontrado la palabra cocazo en el diccionario de la RAE pero he encontrado que en Latinoamérica es cocotazo. Seguramente la versión canaria viene de esa palabra. Para los que aún no sepan de lo que hablo, es lo que en España se denomina coscorrón). La mujer siguió en el suelo diez minutos más, consciente, sin mover la cabeza. Los camareros venían de vez en cuando para mirar como iba nuestra cena y de paso le preguntaban a la señora si estaba bien.

Había pasado cerca de media hora cuando se agotó su paciencia y decidió levantarse. En todo ese tiempo la prometida ambulancia no hizo acto de presencia. Se sentó en una silla y le trajeron un té. Parece que le dolía bastante la cabeza, lo cual no es de extrañar vista la hostia que se metió. Se tomó el té y seguían sin dejarse ver los de primeros auxilios. El encargado del restaurante le dijo que se sentara en una mesa a esperarlos, pero ella estaba indispuesta y quería irse a casa. Al final se fueron. Creo que todos los que trabajaban en aquel sitio suspiraron aliviados. Nosotros aún seguimos allí dentro más de una hora y en todo ese tiempo ni llamaron ni vinieron los de urgencias. Ese fue el día en el que acabé por convencerme que como los servicios médicos de un país tercermundista como es España no hay nada. Ese día también decidí que cuando tenga un problema médico, me cojo un avión y me vuelvo a mi tierra para que me vean los médicos de allí.

Nunca hemos vuelto a ese restaurante. Mi amiga la peruana dice que siempre que vamos a algún lado juntos pasan cosas extrañas y ese sitio nos da mal rollo a los dos …


2 respuestas a “La pizzería”

  1. Es curioso eso último sobre irse a España si necesitases ingresar en un hospital: yo llevo toda la semana dándole vueltas a la idea, y tengo también decidido hacer lo mismo. La asistencia médica holandesa es espantosa. A todos los niveles. Yo me entero a diario de nuevos casos para ponerse a temblar: la amiga embarazada que casi pierde el niño o se muere por incompetencia de los que la atienden, la esposa que se somete a una operación de extración de riñón para salvar a su marido y la matan en quirófano, el enfermo de cáncer -muriéndose de dolor- al que administran no otra cosa que paracetamol… Y no sólo están los casos que uno conoce de ‘gente de la calle’. Según los estudios que la misma Sanidad de aquí ha publicado la situación es extrema. La cantidad de muertos durante la operación, o por equivocados diagnósticos etc. es altísima. Y en urgencias, por ejemplo, han descubierto que muchas veces el que evalúa el estado del paciente y determina el inicial tratamiento es el portero. Es que no se puede creer. Me da muchísimo miedo.
    Nunca pensé en lo necesario que es mantenerse sano como en este país de médicos incompetentes.
    Luego, por cierto, está la gente a quién ‘administran’ eutanasia sin haberla solicitado. Hay un pueblo en Alemania, frontera con Holanda, lleno de viejos holandeses, que huyen allí porque dicen tener miedo a que aquí los maten sin su permiso; que montón de casos se conocen. Un amigo mío necesitaba suero, y comer, conque se lo hice ver al médico; a lo que me contesta: «pero de esa manera estaríamos alargándole la vida». What?! Y mi amigo muerto de sed en la cama, pidiendo atención. No saben aquí lo que significan palabras como ‘dignidad’ y otras. Son de una rancia abstracción que no tiene que ver con su bárbara cultura. Nunca llegó la civilización a estas tierras (y se llaman occidentales los muy simios).
    Ya me callo. Creo que fue suficiente de dosis de anti-leyenda blanca por hoy.

  2. Pues yo voy a añadir unos cuantos más. Creo que nunca he escrito sobre eso porque la gente dice que exagero mucho:
    – Una amiga mía conoce a una que se volvió loca. Estando embarazada se le murió el feto y el médico lo dejó dentro de la barriga de la madre un par de semanas.
    – Mi amigo el turco lo operaron porque tenía el hombro que se le dislocaba y cuando despertó de la anestesia general las enfermeras comentando entre ellas que era un milagro que hubiera escapado porque el anestesista se equivocó y se pasó un huevo con la dosis.
    – Al chino lo operaron de apendicitis y la cagaron y lo tuvieron que meter de nuevo en la sala de operaciones un par de días más tarde.
    – A la madre de un amigo holandés le detectaron cancer y la mujer se fue al hospital de Brujas (vivia cerca) porque decía que si la trataban en holanda la mataban.
    – Cuando trabajaba en Lucent a un compañero casi se le muere el hijo más pequeño. Lo llevó al médico medio asfixiado y el médico dijo que era catarro y que reposo y punto, todo eso sin tocar o mirar la boca del niño. Por la noche se le cerró la garganta y se colapsó. Le tuvieron que hacer una traqueotomía en la cocina esperando que llegara la ambulancia. La madre del niño se chifló. Terminaron marchándose a su país porque ella no quería ir a médicos holandeses ni muerta, después de ver a su hijo casi muerto delante de sus ojos.
    – Otra amiga española, el hijo se cayó de cabeza al suelo cuando el padre lo llevaba a hombros y al llevarlo al médico, este sin tocarlo dijo que le parecía que estaba bien. Se cogieron un avión y se fueron a España a que le hicieran pruebas y lo viera un pediatra.
    Podría seguir …