La segunda


Por culpa de los vaivenes del gobierno holandés, ese que ha conseguido el premio a ser el último país europeo en comenzar con las vacunaciones porque como no se creían que jamás se creara una, nunca hicieron sus planes y después han tenido que improvisar y donde dicen digo, más tarde dicen Diego y de vuelta al digo y finalmente quizás hasta sea Diego. Cuando finalmente hicieron su plan, resultó que no se acabará de vacunar los diecisiete millones de ciudadanos holandeses en el 2021 porque claro, solo habrá veinticinco centros de vacunación en el país y tampoco sería justo que los empleados se maten a trabajar, así que con vacunar de lunes a viernes de diez de la mañana a cuatro de la tarde van sobradísimos. Al ministro de Sanidad le están cayendo males de ojos a destajo por su incapacidad gestora y ya el colmo es cuando los sindicatos y asociaciones de trabajadores en eventos y hostelería le han recordado que casi todo el paro se concentra en sus gremios y que los de eventos pueden organizar las colas con eficiencia y los otros en quince minutos y seguramente con el llutuve pueden aprender a poner inyecciones, que tampoco es que sea una tarea sofisticadísima y tan compleja que requiera quince años de estudios, que a mí de pequeñito me llevaban al practicante, que era como el sub-intelectual que sabía del tema y que pese a su experiencia, cuando le tocó ponerme una inyección a mí, le indiqué que yo me iba a desmayar pero seguro, el subnormal dijo que él era tan bueno que eso jamás le había sucedido, me pinchó, me desmayé, le dio un bajonazo de tensión por el disgusto y acabó diciéndole a mi madre que se buscara a otro practicante porque él no me volvía a pinchar en mi vida.

Regresando al tema, que ya me difuminé, como la semana pasada cambiaron las normas e impusieron la obligación de entrar al país con test PéCéeRre negativo además de los diez días de cuarentena, hoy me tocaba repetir la experiencia. Una búsqueda por el googlEVIL me llevó a comprobar que como en los Países Bajos, casi todos los laboratorios se han compinchado en un precio, ciento cuarenta leuros y solo hay uno que te cobra ochenta si tienes receta y noventa si no la tienes y al parecer la receta es obligatoria. Como la página güé no era muy clara, llamé dos veces para clarificar asuntos como el de la receta y me confirmaron que no se puede reservar hora para el tema, aunque en la página güé dicen que sí. Como abrían a las siete y media de la mañana y solo hacen las pruebas hasta las diez y media de la mañana, hoy me levanté antes de las siete y fui caminando, que el laboratorio está a tres kilómetros de la Keli de mi madre. Vine llegando allí sobre las ocho menos veinte y en la puerta había cuatro personas esperando y dos dentro, así que no tardó mucho en llegarme la vez. La mujer me dijo que aquí solo te toman una muestra del cerebro, de las neuronas más perezosas y para ello te meten un palo gigantesco por la nariz hasta llegar al cerebro. Me puso en una silla como de manicomio pero sin amarrarte, me digo que me preparara y de repente sentí que se me olvidaban algunas de mis grandes ideas porque esas fueron las neuronas que trincó. Fue muchísimo más molesto que el que me hicieron hace tres semanas y parece que no tuvo bastante y volvió a meterme el cipote aquel gigantesco que era igualito que el que usaba Arnold para sacarse el localizador de la nariz por el otro agujero. Después, guardó esa colección de neuronas irrecuperables y me dijo que mañana, Dios mediante, me llegará un documento que dice que fue negativo. Como no quiero ser obeso como otros que yo me sé y no soy culocochista, regresé andando.

Visto lo visto, creo que no volveré a viajar hasta que esté vacunado o inventen un test que no implique un castigo físico.


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