La tarde de Shwedagon Paya


El relato del viaje a Birmania y Tailandia del 2011 comenzó en la anotación De Utrecht a Bangkok pasando por Hilversum y Amsterdam

Me perdí por las calles del barrio chino, con gente vendiendo comida en la acera y sirviendo la misma en unos boles que lavan en unas palanganas en las que el agua es definitivamente de un color desconocido. A su alrededor todo el mundo grita, unos a otros, al cielo, al infierno o a ellos mismos. La cosa es gritar. Crucé por la calle 29 (herencia de los británicos que diseñaron la ciudad en forma de rejilla y les pusieron números a las que van de norte a sur para simplificar la vida a todos. Llegué hasta la Bogyoke Aung San Road en la que hay un mercado supuestamente espectacular pero es solo de martes a domingo y justo ese día estaba cerrado.

Miré en mi mapa la distancia a la Pagoda Shwedagon y como eran unos dos kilómetros decidí hacerlos caminando. Eran las tres de la tarde o así. Después de medio kilometro ya sabia que era un error brutal pero por orgullo pasé de parar un taxi. Abrí el paraguas para mitigar el calor pero ni con esas. Fue mi particular calvario al purgatorio. En un punto determinado se me acabó el agua y cuando encontré un puesto callejero que la vendía embotellada, me compré una de un litro que prácticamente me bebí delante de la vendedora.

De alguna manera llegué hasta la Maja Wizaya (Vijaya) Paya, cerca de la Shwedagon y unida a la misma por una pasarela. La construyeron en 1980 para conmemorar la unificación del budismo Theravada (vete a saber qué será esto). Hice algunas fotos aunque allí la atracción era yo ya que los turistas van a la otra y ningunean esta y varios me pidieron permiso para hacerse fotos con el Mito y la Leyenda. Cuando recuperé el aliento y era capaz de moverme de nuevo, me acerqué a una de las cuatro entradas de la Pagoda Shwedagon y pagué los cinco dólares de impuesto revolucionario. A cambio se me permitía usar un ascensor en lugar de subir las escaleras, lo cual agradecí porque ya iba tocado.

Con mi legendaria incapacidad para orientarme no daba con las cosas y allí hay mucho que ver. Un señor ya mayor se me acercó y se puso a hablar conmigo. Tenia 63 años, se llamaba Tom (nombre para los occidentales) y había trabajado hasta los 60 durante 40 años como guía turístico. Hablaba inglés, alemán, chino, francés, tailandés y un poquito de español. El hombre me lo comenzó a explicar todo y me dijo que por un poco de dinero me enseñaba el lugar, los mejores rincones para hacer fotos y los puntos desde los que se puede ver el brillo de los diamantes que coronan la Pagoda. A partir de ahí comenzó una lección masiva de historia aderezada con relatos y siempre buscando los sitios más increíbles para hacer fotos.

La Pagoda tiene casi dos mil seiscientos años y está totalmente cubierta de oro. La Pagoda dorada se alza unos cien metros y aunque la leyenda dice que son casi veintiséis siglos, los arqueólogos le quitan mil años. Birmania está en una zona sísmica activa y los terremotos la han tumbado una y otra vez. La reencarnación actual data de 1769. Inicialmente no era dorada pero sobre el siglo 15 la reina Shinsawbu regaló su peso en oro, el cual fue convertido en finas laminas y se aplicaron a la estupa. Su yerno se rebotó y el puso cuatro veces su peso y también el de su mujer y a partir de ahí la gente empezó a traer laminas de oro y por eso su color dorado.

En la parte superior de la estupa hay 1100 diamantes que forman un total de 278 quilates y otras 1383 gemas. El conjunto de diamantes que corona la estupa principal está formado por unos 4351 con un total de 1800 quilates. El diamante final tiene 76 quilates. Cuando se pone el sol y la iluminan, si sabes desde donde mirar puedes ver el reflejo de la luz en ese diamante enorme como cambia de color. Hay varios puntos secretos que por supuesto no revelaré.

Se me ha olvidado comentar que mientras paseábamos y hablábamos se nos unió un malayo que también viajaba solo. Esperamos hasta que se puso el sol y se obscureció el cielo para poder ver el reflejo de la luz en los diamantes y para cuando acabamos, le dimos una propina al señor y yo me fui con el malayo a cenar ya que aunque lo invitamos no quiso venir. Como estaba seguro que el taxista no se enteraría del sitio al que queríamos ir, grabé una nota de voz con el guía diciendo el sitio y se la reproduje al taxista el cual lo pilló a la primera y alucinó porque solo los dispositivos de la manzana mordida son mágicos y como todo el mundo sabe, los del robocito son para la clase baja, la chusma, la gentuza y la miasma de Vecindario capital de Mordor y de las Tierras Obscuras.

En el «restaurante» o lo que en Europa sería una chabola con mesas para atender a los vecinos, comimos de puta madre y después de acabar compartimos un taxi para volver a nuestros hoteles así acabó el día en el que visité Shwedagon Paya.

El relato continúa en Caminando entre Bhudas


6 respuestas a “La tarde de Shwedagon Paya”

  1. Yo aunque viaje acompañada termino conociendo gente simpatica, creo que es más energía que atrae buena energía que el hecho de viajar solo 🙂
    Besitos.

  2. Hoy me hice un curso de comida tailandesa y allí conocí a una pareja de americanos. El jueves he quedado con ellos para hacer un crucero a un parque nacional que hay por esta barriada periférica. Ahora los dejo que me voy al baño a hacerme un leididí que estoy encochinado de todo lo que comí

  3. espero que eso último no sea verdad, por el bien de todo tu sistema digestivo…