Las nuevas rutinas


Los tiempos que nos ha tocado vivir nos han obligado a un brutal cambio de nuestras rutinas, que desarrollamos, evolucionamos y mimamos durante toda la vida y que procuramos parchear lo mínimo posible. De repente, de un día para otro, todo se va al carajo y te sientes como un pez fuera del agua. Cosas que dabas por sentadas y en las que ni pensabas ya no están ahí, como el ir al trabajo, usando la bici, un tren, caminar por la estación central de Utrecht y coger otro tren y al llegar al destino pillar la otra bici para llegar a la oficina. Eso desapareció. El tomar un café prácticamente cada hora, desapareció también. El visitar a los compañeros que están haciendo cosas relacionadas con mis proyectos, eso es historia. Conspirar contra el vicepresidente de la empresa, eso lo sigo haciendo pero por otros canales, menos divertidos porque el mayor gozo de la conspiración, es que te vean conspirando en la máquina de café y que sepan que lo están haciendo y ahora, la clandestinidad mata la conspiración, no hay alegría en el tema. Volver a casa ya no es necesario al finalizar el trabajo porque estoy en casa y ahora, en las reuniones, tengo los caretos de todo el mundo delante mío e igual ellos te critican a ti, que has decidido ducharte a mediodía y te ven con el pelo ese que a veces se te deforma durmiendo y adquiere una forma lunática. Sobre todo eso, la restricción de movimientos, el zoológico, ya que ahora estamos en una jaula y nos movemos en ella, aunque en los Países Bajos hemos tenido suerte y dentro de las limitaciones, se nos permite salir a pasear, a comprar, a hacer deporte siempre y cuando lo hagas solo o en grupos de menos de tres y siempre con un metro y medio entre ellos. La experiencia de comprar se ha vuelto surrealista. Llegas al super e igual es la hora de los mayores de setenta y no puedes entrar pero digamos que sí es la hora del resto. A la entrada te obligan a coger un carrito del super enorme y además, entrar solo y moverte siempre con el carro y con un límite de clientes. En eso que quieres manzanas pero ese día no las hay, o lo que falta es el papel higiénico (ya no), o no hay huevos pa’tanta gente o ese día es la leche. Lo que sí que falta siempre, siempre, siempre, es la harina. En uno de los supermercados que tengo cerca de mi casa, no la he vuelto a ver desde que comenzó todo este drama. En los otros, depende del día y en cantidades ridículas. Voy a las siete de la mañana, cuando recién han abierto y no solo hay menos gentes, es probable que hayan repuesto cosas y te encuentras conque solo hay dos kilos de harina, que por supuesto me llevo porque ya no me quedaba. Mis vecinos llevan una semana buscando complejos de vitaminas porque han desaparecido, como el paracetamol o los productos para desinfectarte las manos y las máscaras, si existen, las deben vender en otro país porque en éste no se han visto.

También hay cosas positivas. Todos los vecinos miran unos por otros, hay mercadeo de comida, yo regalo magdalenas, los otros me regalan sopa de espárragos, aquel me da un donut casero de chocolate, hay una sensación de comunidad que antes no teníamos y cuando sales a caminar o a pasear, siempre con la rutina esa en tu cabeza para mantener el metro y medio de distancia, la gente te saluda al pasar a tu lado y en la ceremonia de la aproximación, cada bando elige un lado del camino o de la acera y nos pegamos al borde del mismo.

El cambio, traumático en la primera semana, se está convirtiendo en rutina, en intentar hacer las mismas cosas a las mismas horas para crear algo de orden dentro de este caos que no sabemos cuando acabará o de hacerlo, cómo, que es la pregunta más importante porque dudo que lo que venga después sea la vieja normalidad, esa de los aviones de aerolíneas de bajo costo con un pasajero clavado debajo de cada sobaco y con el de delante tuyo que ha reclinado el asiento echando el aire directamente en la boca, o la de los trenes llenos en hora punta o los partidos de fútbol con cien mil espectadores, o los conciertos y festivales masivos o lo de estar en una playa petada de gente en la que casi no hay hueco para poner tu toballa. Eso, cada vez parece más bien algo del pasado que igual no vuelve a suceder, jamás.


2 respuestas a “Las nuevas rutinas”

  1. Aquí es mas o menos igual, con mas restricciones que ahí, en cuanto a volver a la normalidad, supongo que eso será bastante posible cuando tengamos una vacuna efectiva, mientras tanto, estaremos bien jodidos… 🙁
    Yo llevo sin salir del ranchito desde que empezó la guerra, excepto un dia que fui a la farmacia, la semana que viene tengo que comprar víveres, pero el Ayuntamiento ha organizado un servicio para los ancestrales, les das la lista que quieres comprar y lo de la farmacia y te la traen ellos a casa.
    Cuídate mucho, no sea que te muerda el bichito ese HP.. 🙂
    Salud

  2. Hoy hace un mes que no piso la calle. Ni bajo la basura, porque en casa hay un pringao al que le toca seguir currando fuera y se encarga de todo…. y quedan quince días más (mínimo). Me muero de ganas de hacer una churrascada en casa de mi madre con toda la tropa, y quedarnos de sobremesa hasta la noche, y empatar con la cena… buf… hoy estoy medio de bajona, así que mejor lo dejo que como dijo alguien alguna vez : si no puedes decir nada bueno, mejor cállate.