Moby Dick III


Esta es la tercera y última parte de lo que sucedió el día que fuimos a un parque de atracciones acuático. La cosa comenzó con Moby Dick en donde nos montamos en una montaña rusa y casi no lo contamos y continuó en Moby Dick II, historia en la que fuimos testigos de otro suceso extraordinario. El departamento de Grandes Historias de esta bitácora tiene el placer de ofreceros un sucedido que apareció por primera vez un cinco de noviembre del 2002.

Dejamos la historia anterior tras arrasar con la atracción del Bobsleigh e íbamos a comer. Elegimos un restaurante de Shoarma. Siempre hemos tenido nuestras dudas sobre si el turco es realmente turco o no, porque eso de que sea rubio y turco no encaja. Los empleados del bar, eran turcos auténticos, así que jaleé al turco para que hablara con ellos en su lengua materna y nos demostrara que realmente es de ese país. Y bueno, flipé en tres dimensiones porque el cabrón habla turco.

Tras acabar la comida, nos fuimos a los toboganes acuáticos. Anunciados por el parque como los más grandes de Europa con más de un kilómetro de toboganes, fue una tremenda decepción. No son los más grandes, al menos si incluimos a España como parte de Europa, pero bueno, estaban bien. Algo que llamaba la atención es que están totalmente cerrados lo que les permite abrir todo el año. Por desgracia para nosotros y dado que ese fue uno de los días más calurosos del año, aquello era una sauna. Entramos y lo primero es que nos obligan a descalzarnos y cambiarnos en unos probadores en los que el suelo daba asco y una surinamesa pasaba cada rato una fregona hedionda moviendo aquella agua repugnante de lado a lado en la sala y lavándote los pies con la misma, porque la muy cerda no se preocupaba de la gente.

Tras este acto bautismal entramos en la sala principal de los toboganes y tras refrescar el cuerpo en el agua clorada subimos al primer tobogán. La británica recelaba a esas alturas bastante de nosotros y especialmente de mis ideas. Así y todo, la convencí para que se lanzara por uno de los toboganes. Yo me tiré por el paralelo, no sólo por mi seguridad, sino para llegar abajo antes y reírme con la bajada de la colega. Así que me tiro y mientras estamos esperando abajo se oye un zumbido saliendo del tubo del tobogán, un ruido que iba en aumento como si el aire fuera súbitamente expulsado del tubo, un ruido similar al de una olla cuando el pitorro comienza a girar. Yo y el turco nos pusimos a un lado protegidos por un panel. Había gente aún en la piscina cuando aquello cayó sobre ellos. Fue un golpe sordo, seco, que desplazó casi toda el agua de la piscina fuera, bañando a la gente que allí esperaba. Ella puso su cara más inocente, a lo Steve Urkell y dijo: ¿He sido Yo? Nosotros nos partíamos la polla de risa, sobre todo ahora que estaba con el bañador puesto. Era una versión folclórica de un misil balístico intercontinental con tropecientas mil cabezas nucleares.

Voy a hacer un inciso aquí para describirla cruel y brevemente. Aquellos que sean sensibles, se pueden saltar este párrafo. Vista de arriba abajo no es muy alta, aunque se encuentra enormemente agrandada hacia los lados, con unas nalgas que son la envidia de jamones Navidul y unas prominencias pectorales que hace que parezcan trillizas o la mismísima santísima trinidad al completo. Cada teta tiene vida propia, su propio cerebro y carácter. Uno se puede tomar un par de cervezas y verla y pensar que son un grupo de tías hablando entre ellas. Recuerdo que la primera vez que la vio el turco, al que yo ya había preparado previamente para suavizar el shock, comenzó a balbucear como cuando era un bebé y a babear moviendo los labios con ese movimiento reflejo de los chiquillos cuando buscan el pecho de su madre. Si hay algo por lo que no se tienen que preocupar sus hijos, cuando los haya es por la leche. Hay para todos.

Ahora que todos tenemos la imagen fresca, podemos continuar. Uno de los toboganes era de esos en los que te tiras con un flotador. Había flotadores individuales y para dos. El turco, que a veces compite en maldad conmigo la comenzó a animar para que nos tiráramos todos juntos. Su argumento era que como ella no quería hacerlo sola sería más divertido si nos lanzábamos juntos. Había un cartel que prohibía el uso de los flotadores para más de dos personas pero como dijo el hombre, esa regla era sólo para holandeses y nosotros éramos todos pobres ignorantes extranjeros que no entienden el holandés y si no haber puesto el mensaje en inglés.

Subimos y pusimos el flotador en el tobogán. Elegimos uno que se llamaba ?noche?? porque supusimos que sería bastante oscuro y le daría más emoción a la cosa. El que se encontraba a su lado se llamaba ?día?? y efectivamente parecía tener más luz.

Nuestro primer problema fue logístico. ¿Como subirnos todos en esa cosa?, porque no es que seamos pequeños infantes sino que somos entidades completamente desarrolladas (bueno, quizás mi cerebro aún no lo esté ;-)) y allí no cabíamos. El turco, que es más listo que el hambre, se aplicó la parte delantera. Decir que el flotador tiene forma de ocho, ?8?? con sus dos agujeritos y todo. Mi amigo se montó en el agujero pequeño y lo pusimos por delante, la inglesa se apropió del trasero (otro trasero más que añadir al suyo propio) y para mí no quedaba más que el medio, la unión de ambos círculos. Ese flotador era digno de verse. Parecía a punto de reventar aunque no por mi culpa, que yo estaba en el entorno de los 69 ese día y en ese entorno sigo, para que conste por escrito.

Me encajo como puedo entre el chichi, las trillizas británicas y la espalda turca, sin espacio casi para respirar. Cuando ya estamos colocados descubrimos que aquello no avanza. Estamos totalmente anclados al tobogán por el peso así que nos tenemos que levantar y acercarlo al borde del tobogán y proceder a colocarnos de nuevo. Tras ello y ejerciendo una enorme presión sobre los laterales del tobogán conseguimos arrancar y empezar a movernos. Tras avanzar unos metros aquello se dispara y de repente, quedamos totalmente a oscuras moviéndonos a una velocidad de vértigo y por el contrapeso que llevábamos atrás se nos levanta el flotador y comienza a hacer el caballito. Yo me notaba en el aire, cuasi estampado contra la parte superior del tobogán y veía que el musulmán trataba desesperadamente de bajar el flotador. Girábamos continuamente a oscuras, aumentando y aumentando nuestra velocidad, arrastrando todo el aire a nuestro paso. Me agarré al turco como pude porque a estas alturas aquello era como un toro loco girando arriba y abajo y escuchando las risas de la británica por detrás de nosotros y sus ¡oh dear!

Saltaban chispas entre el flotador y las paredes del tobogán debido a la fricción producida por nuestra velocidad. Seguíamos en caída libre sin posibilidad alguna de controlar aquel artilugio. Tras lo que me parecieron años se comenzó a vislumbrar algo de luz al final del túnel. Alcanzamos la luz en un pis-pas y salimos despedidos a la piscina, la cruzamos completamente y nos estampamos contra la pared del fondo de la misma arrastrando a una niña que allí se encontraba. Nosotros caímos al agua y comenzamos a reírnos compulsivamente sin poder parar, mientras el encargado de ese tobogán nos echaba un rollo en holandés, posiblemente sobre el número de personas autorizadas a subirse por flotador, pero lo ignoramos olímpicamente y continuamos con nuestro cachondeo.

Tras esta caída, la inglesa juró y perjuró que no se subía más con nosotros a nada y se marchó a una piscina ubicada en el exterior a relajarse mientras nosotros continuamos disfrutando de las atracciones el resto de la tarde.

Cuando nos cansamos, terminamos con ella en la piscina exterior, al solito, tumbados en el césped y criticando a todo el mundo.

Y aquí concluye la trilogía de Moby Dick.

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3 respuestas a “Moby Dick III”

  1. Jajaja, algo parecido me pasó a mí con un amigo, pero esta vez yo sentada en la parte trasera del flotador y a unos cincuenta centímetros del suelo… una experiencia inolvidable.

  2. Aura, si tú ibas sentada en la parte trasera y tu amigo en la delantera y él te levantaba 50 cm. del suelo, o a tú eres más ligera que la brisa que sale del fondo del agua del mar o tu amigo es uno de los campeones de la liga europea de Sumo

  3. Querido Sulaco, en aquella época yo pesaba 49 kilos y mido 1,65 y mi amigo no sé lo que pesaría sólo te puedo decir que tiene serios problemas para encontrar ropa se la tienen que hacer a medida, además mide 1,95.