Omán Segunda parte - Camino de Sur


Arabian Tour 2005

Ya llevamos seis días contando la historia de este viaje. Si quieres seguir el orden de lectura apropiado, deberías retroceder a Comienzo del viaje y después continuar con Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte, para alcanzar Omán, del que ya se han publicado el capítulo Moscate. Aún queda mucho por contar, así que quizás deberías mirar los episodios anteriores antes de continuar leyendo si aún no lo has hecho.

El segundo día es el día en el que me transportan finalmente al lugar en el que voy a trabajar. Alguien me tiene que recoger por la mañana para ir a ese sitio, ubicado en Sur, una localidad en la parte más al este de la península arábiga. El colega aparece con quince minutos de retraso, aunque ya empiezo a estar acostumbrado a las esperas así que ni me inmuto. Mientras permanezco en la recepción, no dejan de bajar manadas de hindúes que se van del hotel. A los hindúes les retienen el pasaporte en recepción y no se lo dan hasta que han hecho el Checkout (ya no me acuerdo de la palabra en español, así que si alguien tiene a bien iluminarme, lo agradeceré). Los tratan a patadas, arrinconándolos a un lado del mostrador y torturándolos negándoles el pasaporte. Esto que en Europa sería indignante, visto lo que he visto hasta ahora, no me extraña nada. Aunque en teoría la esclavitud no existe, me pregunto cuales son los ?derechos?? reales que tiene esta gente, si es que tienen alguno. Entre medias de todos los hindúes bajan dos mujeres, indias también. Parece ser que el tío les quiere cobrar y ellas no están dispuestas a pagar, porque quien las contrata lo debe hacer. Empieza el típico festival de gritos, todo muy correcto, sin decirse palabrotas, pero a grito pelado. Tras el forcejeo, llaman a alguien que habla con el conserje. Después esa misma persona habla con una de las mujeres por teléfono y finalmente vuelve a hablar con el conserje. De todo esto salió que las mujeres han de pagar la estancia de una de ellas, que aparentemente no era esperada y se hospedó en la habitación de la otra.

Cuando llega mi transportista, es uno de estos con chilaba blanca hasta los dedos de los pies y con un gorrito pequeño que empiezo a asociar con los folclóricos locales. Los de Arabia Saudita y Qatar se dan más al trapo de cocina para cubrirse la cabeza. Esta gente prefiere esos pequeños gorros que les dan más pinta de turcos, pero que quedan mejor. Los gorros tienen intrincados dibujos bordados, que imagino significarán algo, pero que no creo que pregunte. El tipo que me recoge es de natural callado, sobre todo porque casi no habla inglés. Me dice que tenemos que ir al aeropuerto a recoger a alguien que viene con nosotros. Ese alguien resulta ser un japonés muy simpático que llega desde Italia. El hombre ha pasado toda la noche viajando, pero aún así está fresco como una lechuga. Cuando ya estamos todos comenzamos nuestro viaje a Sur, unos trescientos sesenta kilómetros y cinco horas de carretera, según me cuenta el japo. Resulta que el tío es un gerifalte de la compañía que está construyendo el complejo al que vamos, que por culpa de la clausula de confidencialidad de mi empresa no citaré. El hombre habla bastante (aunque yo le entiendo a medias y el chofer directamente no le entiende). Me cuenta que viene todos los meses para un par de días de reuniones y que suele ir también por otros países europeos. Un trabajo de esos es lo que me molaría a mí, corriendo por esos mundos de Dios y durmiendo en aviones. Ese tipo de trabajos siempre les tocan a otros . El japonés me regaló también un montón de cupones que según él se usan para comprar alcohol en la cantina del campamento, o algo parecido. Yo por si acaso los cogí y no le hice el feo.

El hombre me pone un poco al día de la cultura del país. Resulta que el sitio al que vamos es en donde supuestamente Gulliver comenzó alguno de sus famosos viajes. Es un lugar que ha sido puerto durante más de mil años y que recientemente se ha enganchado a la ola del progreso, tratando incluso de promocionarse como destino turístico. Como supongo que os imagináis, el viaje por carretera es espectacular y tedioso. En realidad fueron seis horas, en las que me cansé de ver montañas totalmente desoladas y páramos en los que raramente crece algún arbusto. Ya comienzo a acostumbrarme a la forma de conducir de esta gente, una conducción sin reglas que provoca más de un susto. También comienzo a captar algunas de las normas locales. Cuando el coche que viene de frente te pica las luces te está avisando que hay camellos, burros o cabras cruzando la carretera o muy próximos a ella. Cuando eres tú el que los ves frente a ti, pones las luces de emergencia para que los coches de atrás lo sepan. Según parece, lo del atropello de camellos es de lo peorcito que te puede pasar. Los coches no suelen tomárselo muy bien y no es agradable quedarte tirado en el medio de la nada con estos calores, si es que sobrevives al accidente. Hoy si que ha hecho calor. Ya en el aeropuerto había más de treinta grados y la cosa ha ido a peor. Por la carretera que hemos seguido, la única que hay asfaltada y que discurre tierra adentro, debemos haber estado rondando los cuarenta. El aire acondicionado del todoterreno no daba para más. El conductor cerró la entrada de aire de fuera y refrigeraba el aire del interior, pero así y todo aquello era un horno. Después de poco más de dos horas paramos para que el chofer se fumara un pitillo. Nos dejó solos en el coche, con el aire acondicionado a todo meter. Paró en una especie de pueblo que surgió a mitad de camino, un lugar que debe vivir única y exclusivamente de los coches y autobuses que se detienen allí. De la nada apareció un viejo feo como el solo. Tenía los pocos dientes que le quedaban negros y dislocados. Su piel estaba más arrugada que una pasa y su sonrisa, más que amigable, era siniestra. Es el primero que veo que tiene la chilaba un poco sucia. Llevaba un trapo mugriento que agitaba continuamente. El viejo renqueó hasta el coche y se puso a quitar el polvo, pero solo en las partes que estaban más limpias. Nos miraba sonriendo y agitaba la mano. El japonés me dijo que esta era la primera vez que veía algo semejante y que lo mejor era poner los seguros e ignorarlo. Unos hombres que estaban más adelante le gritaron algo, pero él ni caso. Siguió quitando el polvo de las ventanas. Para ayudar la faena, se secaba el sudor con el trapo y después aprovechaba esa humedad para limpiar, con lo que conseguía transferir toda la mierda a su frente y todo el sudor a nuestros cristales. Era algo tan obsceno y horroroso que no podía dejar de mirarlo. El conductor apareció cuando el viejo estaba en medio de la faena y lo espantó a hostias. El tío se quedó quieto delante del coche y nuestro conductor le hizo un gesto para que se hiciera a un lado o nos lo llevábamos en el radiador como un mosquito. El hombre a regañadientes se quitó. Después de eso siguieron más de tres horas entre dunas, montañas, cabras, burros y camellos. Este año es que llevo el agua conmigo a todas partes y parece que un par de días antes de que llegara se abrieron los cielos y cayó toda el agua que esta gente espera para todo el año. El resultado son barranqueras corriendo que cruzan alegremente la carretera. También se ve algo de verde en las laderas, ya que las plantas aprovechan esta tregua para completar su ciclo en un par de semanas. Las cabras, burros y camellos hacen su agosto comiendo todo lo que pueden. Esto es lo que en Europa se llama el tiempo de las ?vacas gordas??.

Cuando llegamos a Sur ya era muy tarde para que poder hacer el curso de seguridad que tengo que seguir antes de empezar a trabajar, así que el japo me dijo que mejor comíamos algo y sugirió un Pizza Hut. He cruzado miles de kilómetros, he corrido por las dunas, por las barranqueras, por la morería, para acabar en un Pizza Hut regentado por hindúes. En fin, que le vamos a hacer. El tío me dijo que ha tenido muy malas experiencias con la comida local y que no quería arriesgarse a pasarse tres días a base de diarreas. Ya tendré tiempo de arriesgarme por mi cuenta. Como soy la élite, yo pagué la comida, con unos precios de puta risa. El japonés agitaba la cabeza que se volvía loco y me decía que cogiera su dinero, pero le expliqué que si mancilla mi honor tendría que matarle y eso lo aplacó un poco. Total, al final mi compañía me devuelve la pasta y todos contentos.

Después de eso, para ir a nuestro destino, el japo le dijo al conductor que me diera un paseo por la zona para enseñarme el pueblo, así que me he hecho un recorrido turístico por Sur. Tampoco es que haya mucho que ver. Hay una playa, totalmente vacía salvo por dos turistas, hay unos cuantos bares y Coffee Shops y hay muchos negocios con nombres exóticos que no se sabe muy bien qué servicios proporcionan. Y también hay mucho hindú y moros por doquier. Cuando íbamos por la carretera pasamos junto a un chiquillo que andaba sin zapatos por la calzada. Por Dios, fuera deben haber cerca de los cuarenta grados y posiblemente el suelo está a cincuenta grados y el chiquillo caminaba por allí como si nada.

Así llegué al lugar en el que tengo que trabajar los próximos días.

El relato continúa en Omán tercera parte – Sur


Una respuesta a “Omán Segunda parte - Camino de Sur”

  1. Que envidia… bueno aunque algunas cosas casi mejor que las hayas vivido tú y las cuentas… pero ya estaba yo metido en el todo terreno con las palmeras y los camellos…