Finalmente entramos en uno de esos viveros/granja/fábrica de peces panga y allí no se ve nada. Es una plataforma sobre el agua en la que vive una familia. Debajo, en el agua, hay jaulas en las que están los peces y para impresionarnos abren una compuerta. Los peces ven la claridad y saben que otra comida distinta a los jiñotes que tanto les gustan está por venir y que esto es como de gourmet. Reparten comida a un par de turistas que la lanzan en la abertura y los peces se rechiflan saltando y tratando de pillar algo de comida. La experiencia dura unos pocos segundos y es estremecedora. Parecen pirañas devorando un truscolán sin darse cuenta que esa raza rastrera y zarrapastrosa las envenenará. Después del espectáculo, cierran la compuerta y los peces continúan con su sana dieta del jiñote.
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Regresando al invierno
Ayer me tomaba un cafelito en mi casa mirando por la ventana como granizaba que no veas, vamos, lo típico desde que negamos el cambio climático y ahora el invierno empieza cuando supuestamente acaba. En la prensa, el instituto de meteorología holandés, que igual debería modernizarse y contratar brujos y magos para arreglar este entuerto anunciaba que la temperatura de la Semana Santa había sido más fría que la de la Navidad, o sea, que si vienes a Holanda en navidades traete el tanga y las cholas de playa pero si vienes en semana santa, camisilla, camiseta, camisa, camisón, pullover, jersey, abrigo, guantes, bufanda, gorro y quizás una mantita para ponerte por encima y juro por las bragas más polutas de Mafalda que no miento, que el sábado por la mañana pasé por Amsterdam y había turistas que casualmente hablaban en Español de España sin acento truscolán y que parecía que de allí salían a una excursión por la Antartida. Con tanta ropa, pierden movilidad y cuando una acarajotada que en su vida ha ido en bicicleta se dio una hostia al meterse la rueda en las vías del tranvía, nos partimos todos de risa para que su humillación fuera más que completa. Otro grupo que preferían pedalear por la acera fueron detenidos y supongo que seguirán celebrando las multas que pone la policía de la ciudad.
En una semana me gocé dos accidentes de bicicleta. El primero fue el martes, día en el que después de trabajar me bajé del tren en Utrecht Centraal y excepcionalmente tenía mi bicicleta aparcada en la zona porque quería ir a un mega-supermercado de productos chinos, asiáticos y raritos y en donde iba a comprar chipotle adobado. No vamos a discutir aquí la dificultad que tienen los chinos y los holandeses para decir la palabra chipotle o sea CHI – PO – TLE. Según a quien le preguntes en la oficina o en el super, te dirán chaipotels, chipotels, chaiplote, chiplote o cualquier combinación de las anteriores y el truco para que pillen la palabra es decir in adobo saus (por descontado, con acento canario, en peninsular igual ni siquiera pillan eso que vuestro dialecto es muy dañino). Volviendo al tema, alrededor de la estación central de Utrecht hay obras, un montón de obras y estas afectan tanto a coches como a bicicletas y en un tramo bajo el nuevo hotel y la renovación del centro comercial hay un carril específico creado que es bastante estrecho y está delimitado con pilones de hormigón de esos que no mueve ni un milagro. Ese carril pasa por asfalto y también sube a la acera, con las diferencias en texturas de materiales. Por supuesto, una pava descerebrada que seguramente circula por allí a diario es incapaz de procesar las múltiples (y por múltiples no quiero decir dos, quiero decir más bien unas ocho) señales avisando del peligro y ella va en su bici, con el teléfono en la mano para poder darle al GUSTAR en su CaraCuloLibro y no dejar de mandar mensajes por su güazap, ya que su vida y la de muchos otros depende de ello. El margen para error es mínimo en ese lugar y por supuesto, se escoñó, se estampó contra el hormigón y consiguió proteger con su vida el teléfono pero acabó echa una mierda, tirada, rota y con toda la pinta que de allí se la llevaban al hospital ya que el hormigón no perdona. Eso sucedió seguramente menos de sesenta segundos antes de que yo llegara al lugar y me topara con una caravana espectacular de bicicletas, un atasco, todas alineadas mientras la comemielda aquella rebuznaba en el suelo y alguien llamaba al número de emergencia, aunque yo de corazón y sinceramente sugerí que llamaran al tanatorio y le pidieran hora para cremarla y limpiar la raza, que una vez se sabe qué código genético está podrido, lo mejor es borrarlo. Alguien apartó su bicicleta, ella se quedó bien pegada al hormigón que tanto la quiere y todos comenzamos a pasar a su lado en nuestras bicicletas, mientras ella lloraba, aunque no se si por el dolor o por la tremenda grieta que tenía la pantalla de su móvil y por la que pasaba el dedo como acariciándolo o quizás eran los estertores esos como los de las gallinas cuando las degüellan y el cuerpo no se ha enterado. Creo que ya están pensando en legislar contra el uso de los teléfonos móviles cuando se va en bicicleta, algo que en otros países puede parecer tonto pero aquí debe estar ya en la cima de las causas de accidentes con coches. Tras el atasco, conseguí llegar al supermercado, uno con el bellísimo nombre de Amazing Oriental que se puede traducir literalmente por truscoluña no ha sido nunca jamás nación y super que para mi es una perdición porque todo me llama la atención y me lo quiero llevar a casa aunque después ni sepa qué puedo hacer con esa comida. Conseguí salir de allí solo con mi lata de chipotle adobado y un paquete de langostinos limpios que me hacía falta y por desgracia no pude resistirme a un bloque de tofu que por descontado, olvidé totalmente que lo había comprado y anoche lo redescubrí en la nevera y tuve que cambiar mis planes de cena y ahora será (o ha sido) tofu empanado con panko casero y frito con salsa agridulce, ilusión, fantasía y mucho chimpún. Ayer encontré unas berenjenas en salsa de tomate rusas que me regalaron y voy a comérmelas para que Putin deje de espiarme. También encontré un bote de setas shiitake como a la vinagreta que supongo que se comerá así, sin cocinar. Voy a tener que pedir a la gente que en vez de traerme cosas cuando vienen a verme, me den bonos-regalo para la tienda de los diez mandamientos o mi tienda favorita en China.
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Granja pangosa en el delta del Mekong
Hoy vemos la tercera y última de las estructuras esas que flotan en el delta del río Mekong y que en este caso parece sacada de alguna película con un maremoto que cubrió la tierra y nos obliga a vivir sobre el agua. Esta granja / factoría / vivero de peces panga estaba, al igual que las otras, en la zona en la que pillaba el flujo de mierda que venía de la ciudad para que sus peces tengan comida deliciosa y gratis, que ya lo dice la canción aquella fabulosa del Gran Combo, no hay PANGA pa’ tanta gente. A lo mejor esto es lo que hay que hacer en lugar de los sitios esos chunguísimos para depurar y reciclar las aguas residuales, poner granjas de panga junto a las salidas de las alcantarillas y vender el pescaíto fresco en mercados de otros países.
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Es siempre sobre la comida
Algo que sé que voy a echar de menos un montón cuando me vaya de vacaciones a Asia es cocinar. Siempre me pasa lo mismo, la segunda semana ya añoro la extrema libertad que te da el pasar un rato en tu cocina y que de ella salga aquello que querías. Por eso esta semana que aquí no es santa la he pasado cocinando y dándome homenaje tras homenaje. El colofón fue hoy, lunes de Pascua y el único de los días festivos que tenemos. Para mi, el fin de semana es un delito si no te haces algo muy especial para desayunar. Debo ser el único ser humano que machaca una tras otra las churreras Bernar a fuerza de usarlas casi cada sábado y los domingos suelo tirar por los pannenkoeken holandeses. Teniendo tres días de desayunos, el de este lunes decidí salirme del circuito de lo dulce e ir hacia otros sabores. En realidad el desayuno resultó una combinación de otros platos y de sobras. Tenía beicon, que acabó acompañando y ayer había hecho un pan de suero de mantequilla con copos de avena, uno de mis favoritos y que además me sirve para finiquitar el suero de mantequilla, que uso en pannenkoeken y magdalenas y que me da pena tirar cuando se va a caducar. Tenía unos cuantos tomatillos del tipo Roma y algo de cilantro y con eso, huevo y cebolla, ya podía montarme unos huevos revueltos masala. El resto es historia:
Lo pones todo en el plato, te haces un capuchino y te dopas con betacaroteno por lo que está por venir y con vitamina C por costumbre y a comer. En este caso tenemos suerte y podemos ver la misma comida en una vista aérea.
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Atrás quedaron los burritos de aguacates y judías negras que probé para gastar las latas de las susodichas judías que tenía en mi despensa y que puede que sea una receta que venga para quedarse:
O las rosquillas de naranja que hice para tener un saborcillo de Semana Santa y que llevé a mi trabajo y a las clases de italiano para regalar a un montón de gente:
Y el salmón cocido con gambas y cuscús que hice el viernes después de regresar de correr y que siempre me deja con una sonrisa boba en la cara. Es uno de mis platos favoritos de siempre y solo por esto le perdono a Jamie Oliver lo del chorizo en la paella, cuando todos sabemos que si la quería hacer auténtica, tendría que haber puesto también morcilla y beicon y alubias, que es como se ha hecho desde siempre en España:
Y el sábado quería explorar una receta con berenjena, verdura enorme a la que cada vez le tengo más apego y que me gusta por lo carnosa que es y lo bien que pilla otros sabores. En este caso hice una variante de berenjenas rellenas a la italiana que modifiqué un poco y le añadí queso rallado curado holandés y esta es otra de esas recetas que puede que lleguen para quedarse y aunque no se pueda congelar, me puedo zampar una berenjena de cuando en cuando:
El domingo lo reservé para unos calamares en su tinta que realmente no es la suya ya que conseguí en un supermercado en Amsterdam sobres de tinta de calamar y llevaban en mi nevera desde diciembre, esperando el momento adecuado. Esta sí que es una receta que seguro que la vuelvo a hacer y por supuesto negaré lo siguiente pero tengo dos porciones congeladas. Quería poner el arroz de otra manera e inicialmente pensé en usar una taza pero al final opté por un embudo, de los que tengo varias medidas y conseguí esa cúpula de arroz que parece una isla en un mar de chapapote:
Uno de los días no comí en casa, fui a un restaurante de Dim Sum con la Chinita para encochinarnos a base de bien. De todo lo que pedimos, lo que más me llamó la atención fueron los pimientos españoles rellenos de gamba que resultaron unos pimientos picantes del coño-su-puta-madre que jamás había visto en España. Entre dos, pedimos doce raciones, pero ya sabes que pasa con la comida China, que es llegar a tu casa y empezar a rastrear por la cocina algún resto que comer:
Y así acaba esta semana tan extraña. Mañana, vuelta al trabajo y la semana que viene, un nuevo festivo, el día del Rey, en el cual aún no se si me lanzaré a la locura del centro de la ciudad o me mantendré a salvo en mi fortaleza.