Por más que españoles, italianos o irlandeses farden de super-católicos y poseedores de la llama de la fe o al menos del mechero que la enciende, son los polacos los que se toman la religión católica tan en serio que hasta se creen el dogma de la virginidad de la chama aquella que se casó para tapar el mariconeo fino de su hombre y después tuvo que simular un infestación espiritual que la preñó y la llevó a parir el que sería el creador de la secta de los tocadores de niños e hizo todo esto con alevosía, premeditación y aún le sobró un rato para crear una de las mayores ganaderías de cuernudos del mundo. Pues bueno, aunque la idea original de la secta de los tocadores de niños era un tostón sobre el reino de los cielos y tal y tal y tal, los profesionales que se metieron en la multinacional le vieron mejor salida a la teoría del infierno, del castigo, de la condena y de todo lo demás negativo y te dicen todo esto sin que se les cambe la peluca un solo instante y son tan visionarios que no pueden ver el pedazo de viga que tienen en el ojo cuando defienden unos supuestos mandamientos en los que uno de ellos habla de no desear el potorro del prójimo y su mismo dios lo hizo cuando le apeteció. En fin, que en Polonia, para acumular, almacenar y tener buena constancia de las faltas de cada uno y para asegurarse que el día en el que llegue el juicio ese que va a ser el definitivo todo está atado y más que bien atado, han creado el Banco Pekao, aquel en el que todas y cada una de tus faltas producen un buen interés que se acumula y ensancha tu patrimonio de movidas que tendrás que finiquitar en el juicio. Para facilitarte la gestión de tus pecados hasta tienen una especie de cajeros automáticos, en los que en lugar de dinero, te cae una buena si te acercas. Mismamente, un servidor iba por una calle de Cracovia tan feliz y contento cuando la proximidad con un cajero disparo sus sensores y empezó a gritarme: truscolán de mierda, ven pa’ká que te voy a dar una que te vas a cagá. Salí por patas de la zona y a partir de ese momento, cada vez que veía un cartel del Banco Pekao, procuraba mantener las distancias.
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Mutilados en el Club de las 500
Cuando se pasan por Holanda familia o amigos y se empeñan e insisten en visitar el centro histórico de la ciudad de Utrecht, famosísima en todo el mundo por ser el punto de partida del Tour de los galos en el 2015 y por alguna que otra cosilla, entre los lugares a los que los llevo está el intento de entrada en la iglesia que está junto al Dom y que no es católica desde hace eones. El problema es que pillarla abierta es casi un evento milagroso y por eso, a muchos les cuento el rollo, les enseño esta foto y me tienen que creer. Si tienes suerte y la puerta está abierta, ninguneas a la pava que está cerca de la entrada intentando que dejes un donativo voluntario, algo que todos interpretamos como de propia voluntad no lo dejo y al caminar por el interior más o menos vacío seguro que te llama la atención una de las piezas de arte que había en los muros de la iglesia y que fueron mutiladas por los protestantes. Esta foto la vimos por primera vez en la anotación Mutilados en marzo del 2006 y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Chiesa di Santo Stefano dei Cavalieri
En la piazza dei Cavalieri, además de los palacios está la Chiesa di Santo Stefano dei Cavalieri, construida a partir del siglo XVI (equis-uve-palito) y de estilo manierista. El diseño de la fachada de mármol es de uno de los hijos bastardos de Don Giovanni de’ Medici. La iglesia originalmente pertenecía a una orden que luchaba contra los sarracenos y otras chusmas similares. En mi tercer paso por la plaza pude entrar a ver el interior y gracias a eso, tenemos la foto de mañana.
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Cositas
El domingo estaba en un centro comercial junto a la estación central de Cracovia y observando a la gente me llegó una de esas revelaciones estúpidas y que seguramente todo el mundo conoce menos yo porque ni veo la tele ni me molesto en leer demasiada prensa. En los últimos seis meses he pasado por un montón de sitios, Varsovia, Pisa, Lucca, Vilna, Roma, Hamburgo, Gran Canaria, Nápoles, Siena, Florencia, Cracovia y por supuesto, Amsterdam y Utrecht. En cada uno de esos países, la gente parece vestir de manera distinta. En Italia, en todas las ciudades por las que he ido, aman, adoran y usan a destajo el chándal. Es algo que no me puedo explicar, pero si ves a un tipo con chándal por la calle, casi seguro que es italiano. Si lleva hembra adosada y ella también lo tiene, entonces son Orcos de Vecindario, en Gran Canaria, que se uniforman y les gusta salir de esa guisa. Si la hembra del Orco está desbaratada, cambia el chándal por una lycra en colores vivísimos que pueden quemar las córneas si la miras directamente. Los alemanes parecen vivir la edad del pantalón tres tallas más grande y con medio calzoncillo expuesto, algo que igual mola en verano pero con temperaturas bajo cero no debe ser agradable. En Holanda, los chavales parecen preferir también los pantalones holgados aunque sin llegar a los excesos alemanes. Los polacos, siguen en los ochenta, super formalitos, con ropas que yo no me pondría ni para ir a un entierro. Llaman la atención porque vayan donde vayan, gustan de camisas de cuello y los jerseys esos que me obligaba a ponerme mi madre cuando era menor de edad. En la parte de Hilversum en la que está ubicada la empresa que me paga la nómina está la sede para Europa, Oriente Medio y África de cierta compañía deportiva americana con un símbolo que parece un bastón mal hecho y a fuerza de ver las miles de personas que van y vienen a trabajar, siempre tengo la sensación de que todo el mundo compra las playeras a precios abusivos y que se hace abusando de niños esa compañía. Son los únicos zapatos que parece que pueden llevar a trabajar sus empleados y a las doce de la mañana cuando salgo a caminar o en el tren, siempre tengo la sensación de que vivo en un mundo en el que los códigos de vestimenta son tan estrictos como el uniforme que me obligaban a ponerme cuando iba al colegio Galicia, allá por el pleistoceno.
En Gran Canaria, cuando la visito, me sorprende y me aterroriza la cantidad desproporcionada de tatuajes que tiene la gente joven y los lugares en los que los llevan, a plena vista de cualquiera. También me alucinan los piercings que parece que son obligatorios entre la juventud. En el país en el que yo vivo, la marca sobre tu piel con tinta o el agujero para colgarte algo te cierra por completo las puertas de cualquier gran empresa. Si eliges ese camino, tu ruta es la de bares, baretos, puticlubs, trabajadores de obras y similares. En Italia también hay un exceso de piercings y sin embargo en Polonia, no creo haber visto uno solo ni en Cracovia ni en Varsovia.
Cada sociedad debe llevar su propio ritmo y está claro que lo que mola en unos sitios, está muy mal visto en los otros.