Después de haber visto unas cuantas fotos de Shwe Inn Tain, nos despedimos del lugar con una foto desde un caminito que nos llevaba a un mirador para ver el lago desde lo alto y desde donde también se podía ver lo curioso y distinto que es este monasterio y templo a todos los que hemos estado viendo en Birmania durante los últimos meses. En la imagen se distinguen los tejados de los edificios del monasterior y del templo y parte del mar de estupas que hay alrededor de estos edificios.
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Otro tipo de arte romano
En el Museo Archeologico Nazionale di Napoli tienen una zona de acceso restringido en la que procuran que no entren los menores y en la que avisan que te puedes ofender si eres tierno y candoroso como virgen impoluta. El concepto sorprende porque la virgen más famosa era una casada que le hizo un Vitorino al marido y acabó con un bombo de un Dios que hace un mandamiento para que la gente no desee la hembra de los otros y después se limpia el culo con el mismo y a él se le antoja la de un conocido julandrón que trabajaba de carpintero y de todas esas movidas chungas llegó la secta a la que nos obligan a pertenecer y en la que has de tener un montón de cuidado cuando eres pequeño porque a los sacerdotes lo que les gusta de verdad, de verdad es toquetear menores, algo que ha sido probado una y otra vez en múltiples países y que se ha convertido casi en un nuevo mandamiento de ese dios a los profesionales que atienden su multinacional.
Entrando en esa sección conocida pero medio-secreta del museo, lo primero que te topas es una especie de urna con pollas, pollitas y pollones que fueron amputados de estatuas.
En el lugar también hay estatuas como la de la imagen anterior, en la que el artista era de los que creen firmemente en el realismo y tenemos al chamo que sintiendo la proximidad del culo de la pava cerca, reacciona y se le dispara el cipote, el cual quedó inmortalizado seguramente un rato antes de meterlo en caliente y darle unos buenos zambombazos a la pava. Imagino que esto era el equivalente de Internet que tenían en aquella época. Ahora vamos a nuestros sitios favoritos y en cada ocasión tenemos nuevas imágenes, nuevas escenas con las que deleitarnos y en esos tiempos pasados que definitivamente no eran mejores, te tenías que conformar con mirar siempre la misma estatua y gastar la imaginación.
En el lugar también tenían los enanos de la foto anterior, feos como orcos y que concentran una gran parte del litro y medio de sangre que deben tener en el cuerpo en cierta zona. Al parecer estos los tenían en las casa para protección o suerte o algo parecido, que mi capacidad intelectual no me permite recordar estas cosas tan complejas. Bien pensado, si se trata de protección, yo prefiero una metralleta o un par de rifles en lugar de la estatua de un enano feo con un cipote desproporcionado. Tampoco creo que de mucha suerte, sobre todo al enano de la izquierda, que tiene cara de estar sufriendo una jartá con ese trípode con el que fue castigado por los dioses romanos.
Esta sección del museo, conocida como Gabbinete ha tenido una vida azarosa y en el pasado incluso hubo intentos de destruir todo el arte que contenía por obsceno. Hoy en día, los menores de catorce años han de entrar acompañados de un adulto, como si a esa edad en sus dispositivos mágicos y maravillosos no tuvieran acceso a cosas más gráficas, por no mencionar que con catorce años el cura que te corresponde ya te considera carne caducada.
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Estupas nuevas en Shwe Inn Tain
Ayer veíamos Estupas antiguas en Shwe Inn Tain y hoy tenemos las construidas recientemente gracias a donaciones de chamos que esperan comprar un mejor puesto en algún cielo cuando la diñen gracias a este soborno a los funcionarios del dios al que siguen, o de cualquier dios, ya que algunas de esas estupas se han construido con donaciones de excursiones de turistas que quieren dejar su marca en el lugar para que todo el que pase por allí sepa que ellos fueron super-chachis y pagaron por una de las estupas. Puedes donar dinero o material para colegios u hospitales, puedes donar dinero para organizaciones que ayudan a los pobres y a aquellos que más lo necesitan pero en lugar de eso, eliges que construyan una de estas estructuras supuestamente para mayor gloria de un dios que si realmente cree que esto es importante, es rastrero como hijo de truscolana.
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Pompeya y Ercolano antes de regresar a casa
El relato comenzó en Viaje a trompicones a Nápoles
Mi día final en Nápoles lo reservé para ir a Pompeii o eso que nosotros llamamos Pompeya. Inicialmente y si el tiempo lo hubiese permitido, habría ido el primer día pero vistas las lluvias eternas, lo dejé estar para ver si había suerte y no me enchumbaba. Como yo me levanto mucho antes de la hora Virtuditas, controlé desde mi balcón el cielo y seguía nublado pero con la posibilidad de abrirse un poco. Aún así, cayó una granizada de escándalo en el periodo en el que pasé por la rutina de inicio del día, con el jiñote y la ducha. El día anterior traje al mundo a Castor y esa mañana llegó Pollux, mis dos creaciones napolitanas que surgieron de los empachos que me metí. Por suerte esta vez no tupí el retrete, o quizás por desgracia, ya que aquí muy pocos se pueden vanagloriar de haber tupido retretes en Europa, Asia, América y África. Me falta Oceanía para tener los cinco continentes. Tras desayunar, tuve que esperar cinco minutos a que acabara una granizada y con todas mis cosas, las cuales entran en mi fabulosa y tuneada mochila de treinta litros, me fui a la parada de metro de Dante y desde allí fui a la estación de tren. Compré un billete de ida a la estación de Pompei Scavi-Villa dei Misteri y bajé al andén, ya que los de la línea Circumvesuviana están por debajo de la estación de tren. En el andén, un tercio de la gente eran turistas, otro tercio eran ciudadanos que viven en las paradas de esa línea y el resto eran ladrones, carteristas, gitanos con niños y demás camorra. Dos se acercaron a controlar si yo era un guiri pero no coló. Cuando llegó el tren, esos dos se sentaban junto a cada turista y miraban si podían distraerlo y aligerarlo de la pesada carga de sus posesiones. En un momento determinado, todo el mundo se marcha de una zona del tren y en eso veo llega a una gitana con tres chiquillos. La gitana hedía, un olor insoportable y probablemente el fruto de haber recibido únicamente un baño el día que su madre la jiñó. Los chiquillos se lanzaban a los turistas para intentar robarles, todo esto frente a la indiferencia colectiva. Esta es una de las cosas que hacen que Italia o España sean distintas a Holanda. Las leyes holandesas le quitan los niños inmediatamente y los dan en adopción y por eso en este país jamás verás una gitana, rumana o de donde sea con niños pidiendo por las calles. Vienen a robar casas o coches pero no a mendigar con niños. Mientras los chiquillos trabajaban para la gitana que los explotaba y ella asfixiaba al resto entró otra gitana con una guitarra y tres chiquillos más pidiendo/robando. En paralelo, las parejas de carteristas se movían por el vagón controlando el ganado. Además de una escena surrealista, no recuerdo haber visto tantos criminales por metro cuadrado en mi vida y mira que yo he estado hasta en truscoluña, que ni fue, ni es ni será nación pero sí que es una cueva de criminales. El tren tarda unos cuarenta minutos hasta la parada junto a una de las entradas a las ruinas de Pompeya, la cual está junto a la estación, a unos cien metros de la misma pero eso no quita que al menos cinco tipos te ofrezcan un taxi para llevarte. Al ser el primer domingo del mes, la entrada a Pompeya era gratis total, aunque te dan tu entrada de precio cero leuros. Cogí la audioguía con su correspondiente mapa para saber de qué va la cosa y porque todos sabemos que lo mío no es leer y dejé la mochila en la consigna. En ese momento acababa de llover y el cielo parecía a punto de abrirse.
Pompeii es sencillamente mágica. Mira que he visto documentales y de pequeño atesoraba un libro en el que se hablaba de esa ciudad pero nada te prepara para caminar por un lugar congelado en el tiempo, con sus calles, con las marcas en el empedrado de las carretas, con sus casas unas junto a otras y sus calles con aceras. Todo es fabuloso. El teatro grande impacta y aunque cuando la ciudad quedó cubierta de cenizas aún no lo habían acabado, puedes sentir la presencia de los julays que iban a acudir allí para ver espectáculos.
Uno de esos julays quizás fue el de la foto. Claro, debido a mi incultura tan grande como una montaña yo siempre pensé que se achicharraron y los pillaron así pero allí leí que en realidad estas formas se hicieron rellenando con escayola o algo parecido los huecos dejados por los seres humanos e inhumanos y por suerte, por ningún truscolán. Sigue siendo igual de fascinante ver como alguien que murió hace casi dos mil años ha quedado tan perfectamente retratado en ese momento final. En Pompeii, caminas por las calles y eliges los edificios que quieres visitar, hay casas, tabernas, panaderías y otros negocios.
En esa ciudad también tenían varios lupanares, palabra preciosa y probablemente a punto de desaparecer de nuestro idioma y que se refiere a un puticlub. El de la foto era el más grande de la ciudad y tenía diez camas, las cuales eran de piedra, con lo que por mucho que pujes en el catre, no lo rompes. Se corrió la voz que el negocio ha vuelto a abrir y han traído unas putillas checas del copón y la cola era espectacular, como se puede ver en la foto. En el interior también hay grafittis eróticos en las paredes y mensajes modestos y sencillos como ese ic ego puellas multas futui que me da hasta vergüenza traducir ya que todos hablamos el latín en la intimidad pero por si esto lo lee algún extranjero viene a decir, Aquí chingué a un montón de pavas.
En la zona más noble de la ciudad también hay un par de arcos. Fascina ver las termas, los lugares en los que la gente iba a comprar el pan y como aunque tenemos el mundo antiguo muy idealizado, era básicamente más de lo mismo pero sin tele ni dispositivos mágicos y maravillosos de la manzana mordida.
Por supuesto, el culpable y también el salvador para la posteridad de Pompeya es el monte Vesubio y en la foto anterior lo podemos ver desde la ciudad. Después de haber visto un par de películas en las que lo ponen como un montañote como el Teide, me lo imaginaba gigantesco y resulta que no, que es una montañita cabronceta pero de un tamaño asequible. Estuve casi tres horas callejeando por allí y cuando vi todo lo que se podía visitar, regresé a la entrada, recogí mi mochila y fui a la estación de tren para continuar hacia Ercolano. Tuve más suerte que un tonto y el tren llegó en tres minutos, con lo que no esperé nada. Los dos julays delincuentes que controlaban a la gente para robar al venir estaban en el andén, de nuevo controlando al populacho, así que me ubiqué en el extremo y me subí a un vagón de tren distinto. Por descontado, en el vagón iba la dotación reglamentaria de niños gitanos explotados por una hija-puta que no se lava y a la que se le permite hacerle eso a las criaturas, iba otra gitana tocando guitarra con niños explotados pidiendo y los equipos habituales de carteristas. Fui el único que me bajé en Ercolano y fui andando hasta las ruinas, situadas en la misma calle de la Estación de tren en dirección hacia el mar.
Recogí mi entrada gratuita, dejé mi mochila en la consigna y por supuesto, alquilé la audioguía. Ercolano es mucho más pequeña que Pompeya pero en cierta manera, mucho más espectacular. Es más compacta y las calles están mucho mejor delimitadas. El mar llegaba hasta sus muros y después de la erupción la tierra avanzó más de cuatrocientos metros. Al excavarla, han descubierto un lugar precioso, con sus casas, sus tabernas, su terma con salas separadas para machos y hembras y otro montón de casas y edificios, incluyendo uno que se cree que pudo haber sido un hotel. Desde Ercolano también se puede ver el Vesubio.
Imagino que bajo las casas que se ven por detrás habrá otro montón de secretos que descubrir, ruinas increíbles que siguen ocultas después de tantos siglos. La visita a Ercolano es más fácil porque hay menos distancia y puedes rastrear la ciudad de calle en calle. Estuve algo más de hora y media y cuando acabé, regresé a la estación de tren y volví a Nápoles, en un tren que tenía una infestación de gitanos pedigüeños asombrosa. En la estación de tren, lo típico, gente fumando en el interior, gente robando y gente pidiendo mientras los policías parecen ciegos. Intenté encontrar un supermercado que sabía que existía por la zona pero no di con él y en ese momento comenzaba a llover así que volví a la estación para cenar y después me acerqué a la parada de la guagua que te lleva al aeropuerto. Un julay se me acerca a mi y a los otros dos que estábamos allí y nos dice (o les dijo) que había habido tremenda desgracia definitiva y no había guaguas. Él, en su bondad infinita, se ofrecía a llevarnos en su fastuoso taxi policromado al aeropuerto por sesenta leuros. La chica de la pensión me había dicho que un taxi oficial en la parada de la estación me podía llevar por un precio fijo de diez leuros. Por supuesto no creí al colega porque un rato antes, mientras cenaba, había visto la guagua anterior y sabía que pasan cada veinte minutos. El taxi fastuoso resultó ser un fiat uno de la época de la transición española por lo menos y que se estaba cayendo a cachos. En los cinco minutos que estuvimos esperando el autobús, además de comenzar a granizar, no creo que no parara junto a nosotros todos los transportistas y taxis ilegales de la ciudad para decirnos que el fin del mundo se aproximaba y la única manera de abandonar la ciudad era en su vehículo por un precio módico, que en ocasiones era de veinte, cuarenta, cincuenta o treinta y cinco leuros. Cuando el último de ellos está soltando el típico rollo, le pita para que se quite de la parada la guagua que supuestamente no existía y nos subimos a la misma y unos diez minutos más tarde ya estábamos en el aeropuerto. Allí, facturé y le pedí a la chama que por la gloria de Chanquete me diera un asiento de pasillo cerca de la puerta delantera del avión y ella me colocó en la fila cuatro. La razón es que llegamos cerca de la hora de salida del último tren directo a Utrecht y la gente puede ser muy güevona cuando salen de un avión. El aparato llegó antes de tiempo, nos subimos en un periquete y dejamos Nápoles unos cinco minutos antes de la hora prevista. Hubo suerte y tras un vuelo sin problemas no nos obligaron a aterrizar en la temible Polderbaan y conseguí subirme en el penúltimo tren a Utrecht. En la estación me esperaba mi bicicleta y con ella volví a casa, concluyendo esta primera escapada del año 2015 que me ha llevado a una ciudad que pese a lo peligrosa que es, tiene cosas muy bonitas y es posible que regrese algún día.