Después de casi doce años escribiendo boberías, está claro que la mejor bitácora sin premios en castellano tiene pequeños trocitos de irrealidad asombrosos. Hoy tenemos uno de ellos. Algún cachondo rectificó un cartel en Amsterdam y lo que debería ser la perversión de un concepto, el de la bicicleta, para referirse a barcos, se convirtió en otro, las bicicletas especiales para las monjitas que así reciben directamente al espíritu santísimo por los bajos y se dan un gusto que ya quisieran para sí muchas santas. Esta foto apareció por primera vez en la bitácora en junio del año 2006 en la anotación Analbike y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Mahabodhi Paya
Mirando la Mahabodhi Paya de frente se puede ver el trabajo que se hizo cuando la reconstruyeron tras el terremoto. La estructura de la cubierta frontal no da el pego si nos dicen que tiene casi novecientos años. Lo mismo que el suelo azulejeado en plan baño de bareto estudiantil o las placas blancas en el techo de la cubierta. Pese a esos pequeños que demuestran el mal gusto de los que trabajaron en la reconstrucción, el templo es muy bonito y si estás por allí, hay que pararse a verlo.
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El comienzo de la escapada a Vilna
Está más claro que el agua que el Rubio es mi más-mejor-amigo. Desde que nos conocimos, el tercer día después de llegar a Holanda, se creó una conexión que con los años no ha dejado de fortalecerse. Aunque hablamos o nos mandamos mensajes a diario y nos vemos casi todas las semanas, desde hace dos años nos escapamos un fin de semana a algún lugar de Europa a hacer turismo, beber y pasarlo bien. Para él son unas vacaciones de la Primera Esposa y de las Tres Unidades Pequeñas y para mi una oportunidad para agobiarlo con mis tonterías hasta el infinito y más allá. La negociación para este viaje es siempre dura, ya que ambos trazamos nuestras líneas en la arena. En el caso de esta tercera escapada, el Rubio quería ir a un país en el que no había estado anteriormente. Mi requisito era salir desde el aeropuerto de Eindhoven y así, estuvimos mirando para ir a Budapest, Bucarest, Sofía y Vilna. Tras una exhaustiva búsqueda de billetes económicos, la ciudad elegida fue Vilna, capital de Lituania y en mi caso complementa la visita a Riga de la primavera y así he visitado dos de los tres estados Bálticos que se han unido a la Unión Europea recientemente.
Como nos tomó tanto el negociar y cuadrar las agendas, perdimos la oportunidad de ir en verano y acabamos yendo ahora, casi a finales de noviembre, algo que para ninguno de los dos suponía un problema. El viernes, organicé mi jornada laboral para trabajar medio día desde mi casa, comencé a currar sobre las seis y cuarto y así a las diez y cuarto ya había acabado. Mi mochila de treinta litros estaba lista desde la noche anterior y como siempre, seguí mi lista de cosas que debería llevar para no dejarme nada atrás. Me fui con La Lapoya a la estación de tren y allí nos encontramos. Como viajar conmigo en tren es un lujo, el Rubio recibía un descuento del cuarenta por ciento como acompañante, así que tuvimos que añadir a su tarjeta de viaje ese privilegio. Cuando llegamos a Eindhoven aprovechamos para comernos una Pizza turca en la estación y después seguimos al aeropuerto, en donde pasamos el control de seguridad y al poco ya estábamos listos para el embarque.
En esta ocasión volamos con Wizzair, que es la línea aérea que conecta los Países Bajos con multitud de destinos del este y norte de Europa. Aunque a la gente le gusta criticar y meterse con la maravillosa Ryanair, particularmente veo a los de Wizzair como más rastreros, chabacanos y agresivos. De entrada, el equipaje de mano ha de ser una sola bolsa de treinta litros y si quieres más tienes que pagar. Después, mientras esperas, los anuncios son siempre amenazas de esto o aquello que te van a cobrar. Por suerte uno es un experto y no acaba soltando lágrimas de cocodrilo como alguna pelleja en el aeropuerto que se pensaba que su bolso gigantesco colaría como pequeña mochila. El avión llegó en hora y salimos también en hora y matamos las dos horas de vuelo tomándonos unas cervezas y charlando y riéndonos. Al aterrizar, fuimos directamente al kiosko que hay en salidas y nos compramos dos tarjetas SIM de prepago para el teléfono. Uno que no es güevón como otros había investigado previamente y ya sabíamos la que queríamos y por tres leuros cada uno teníamos quinientos megas para hartarnos a navegar y no depender de las güifi. Después cogimos la guagua 3G y nos dejó casi en la puerta del hotel, en este caso el Corner Hotel. Tomamos posesión de nuestra habitación, largamos lastre y nos fuimos a la recepción a camelarnos a las dos chamas que estaban trabajando allí para que nos activaran las tarjetas prepago porque el número al que hay que llamar era en el idioma bárbaro local. Nos hicieron el favor amablemente y después nos lanzamos a la calle. Nevaba ligeramente y la ciudad tenía un toque invernal fantástico.
Paseamos un poco por el centro de la ciudad, en donde ya era noche cerrada porque allá arriba oscurece antes y buscamos los puntos de referencia para no perdernos. El Rubio iba con un mapa de papel, como la gente en los ochenta y en los noventa. Yo prefiero mi CityMaps2Go, en donde además había marcado las cosas turísticas que quería ver y los restaurantes y bares más interesantes, además, todo organizado por colores para tener flexibilidad.
Cuando nos cansamos, fuimos al Bambalyne, un pequeño tesoro que encontré y que es un bar en un sótano en el que solo tienen cervezas lituanas, ochenta tipos. Nos apalancamos en el mejor rincón y desde el primer nanosegundo supimos que aquel era nuestro bar y de hecho, en el fin de semana estuvimos allí en total cuatro veces repartidas en dos días. Nos centramos en las cervezas de trigo y cada uno encontró su favorita.
Mientras estábamos allí nos hicimos una fotillo para mandársela a nuestras respectivas madres y a la Primera Esposa. Como siempre, mi aura es tan poderosa que transforma las fotos y por eso mismo, en el pasaporte, en lugar de una foto mía, pusieron un mechón de pelo. El Rubio se dedicó a aterrorizar a su familia desde lejos cambiando los colores de las luces en su casa, apagándolas y encendiéndolas ya que desde que puso las bombillas HUE, está como un chiquillo con juguete nuevo. Cuando nos entró el hambre que procurábamos mantener controlada con manises fuimos a cenar al Leiciai, en la misma calle, de comida Lituana y con su propia cerveza. A esas alturas el Rubio ya me consideraba el mejor planificador de la historia del universo desconocido. Mencionar que los precios de las cervezas especiales que estábamos tomando eran de pura risa y la comida también resultó baratísima. Tras cenar, regresamos al Bambalyne para una segunda sesión, más intensiva y que concluyó cuando ya iban a cerrar el local. Salimos, a la medianoche y nevaba. De camino del hotel vimos un bar lleno de gente y con buena movida y aprovechamos para tomarnos otra cervecilla. Después, seguimos nuestra ruta sin más paradas y acabamos yendo a la cama más tarde de lo esperado, sobre todo porque al día siguiente íbamos a rastrear la ciudad y ver todo lo posible.
El relato continúa en Visita turística a Vilna y regreso a Holanda
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Lowepro – SlingShot 102 AW en el Club de las 500
Esta semana volvemos a revisitar algunas fotos que pasaron por aquí en su día. En concreto, se trata de una de las muchas mochilas que tengo para llevar el equipo fotográfico y en este caso, una que últimamente estoy usando poco porque solo viajo con un objetivo y al no tener necesidad de cargar otros, estoy optando por una bolsa más pequeña. Aún así, esta ha ido conmigo en multitud de aventuras desde que la compré. La vimos por primera vez en agosto del 2012 en la anotación Lowepro Slingshot 102 AW y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.