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  • Iglesia junto al canal

    30 de octubre de 2009
    Iglesia junto al canal

    Iglesia junto al canal, originally uploaded by sulaco_rm.

    Una de las cosas que siempre me han molestado de las iglesias de Delft es que no dejan hacer fotos en su interior así que nos tenemos que conformar con imágenes de su exterior. No deja de asombrarme lo restrictivo que son los dioses para algunas cosas o es más que probable que sean aquellos que dicen estar en contacto con los mismos e interpretan sus órdenes y deseos para que el resto las llevemos a la práctica. En esta imagen me gusta el efecto del reflejo del puente en el agua y las ramas sin hojas del árbol y eso pese a que la foto la hice en un mes de abril y técnicamente llevábamos algunas semanas de primavera.

  • La llegada a Stepniczka

    29 de octubre de 2009

    El relato comenzó en Los preparativos y el comienzo del viaje a Polonia

    Con tantas horas dentro de un vehículo, pronto captas cosillas sobre la personalidad de los que van contigo. Al Moreno lo conozco desde hace la tira de años y sé muy bien como es pero con el otro hombre, una vez que empiezas a quitarle capas a la cebolla de su vida, te das cuenta que está aún algo tocado porque enviudó no hace mucho, que se siente solo y va en este tipo de vacaciones para tener la oportunidad de hablar y tratar con otras personas, que habla sin parar de esos viajes pero no da información alguna sobre su vida anterior o lo que hace entre vacaciones y cosillas similares. Entre charla y charla yo me eché una cabezadita aprovechando que iba en el asiento trasero del coche.

    Las horas corrían muy despacio mientras arañábamos kilómetro a kilómetro al navegador y casi sin creérmelo pasamos por los alrededores de Berlín, lugar en el que la autopista enfilaba hacia el noreste, en dirección a Polonia y hacia el lugar en el que pasaríamos seis días. A través de la ventana del coche vi multitud de animales, zorros, ciervos, caballos y todo tipo de aves. Eso junto con unos campos preciosos, unos bosques en plena explosión de colores e imágenes de postal que te dan escalofríos. Se nota un montón la diferencia entre la Alemania del Oeste y la antigua Alemania del Este. En esa parte del país ves de cuando en cuando grandes edificios abandonados y las casas son más modestas. Esto nos fue preparando para lo que se nos venía encima ya que en un punto determinado el GPS comienza a decirnos que se acababa la carretera, que el mundo conocido estaba a punto de desaparecer y que lo mejor que podíamos hacer era volver atrás. El problema es que Polonia no forma parte de la cartografía que tiene el vehículo y se negaba a darnos instrucciones para entrar allí. Pasamos la frontera y la dulce voz que hasta ese momento nos había guiado se quedó en silencio y se negó rotundamente a decirnos nada más.

    En la frontera, los polacos dejaban entrar a todo el que quiera sin más control mientras que los alemanes sí que estaban apostados en el lugar parando coches y controlando a sus ocupantes ya que aunque tengamos las fronteras abiertas, todos sabemos que es más fácil que alguien se intente colar en Europa viniendo de ese lado. Después de dejar atrás la frontera, la autopista comenzó a degradarse y en un momento determinado me pareció escuchar la voz de un capitán avisándonos de la llegada de turbulencias. El asfalto estaba fatal y el coche comenzó a vibrar y saltar como poseído por algún mal y tuvimos que reducir la velocidad un montón. Cuando pasamos las turbulencias, las cuales duraron varios kilómetros, de repente nos encontramos con un cartel diciendo que en los siguientes trescientos metros la gente cruzaba la autopista y efectivamente, habían pasos de peatones y demás. Antológico lo de los pasos de peatones en una autopista, se dice y no se cree. Desde el otro coche nos llamaron para avisarnos de un accidente de tráfico en el carril izquierdo que estaba sin señalizar y nos sugirieron que fuéramos por el derecho. La noche había llegado y salvo por las luces del coche, no veíamos nada afuera. De repente aparece un triángulo de emergencia y quince metros más adelante está un coche totalmente destrozado en el carril izquierdo y un coche de policía que seguramente había traído a los hombres que estaban asistiendo en aquel accidente. En los Países Bajos por menos que eso se cierra la autopista pero en Polonia con un triángulo y sin iluminación ninguna se soluciona la cosa. Si alguien va por el carril izquierdo y está un poco despistado, se los lleva por delante.

    Usando un mapa encontramos la salida que teníamos que tomar en la autopista para ir hacia Stepniczka, la cual está a unos quince kilómetros por una pequeña carretera comarcal en la que nos topamos con un zorro que quería cruzar la carretera y al que casi atropellamos y un ciervo que también tuvo que abortar sus maniobras. Habíamos perdido la fe y pensábamos que estábamos perdidos cuando vimos el cartel del villorrio, un sitio con algo más de doscientos habitantes, según la wikipedia, aunque a mí me dio la impresión de estar más poblado. A la entrada del pueblo estaba la comisaría de policía y decidimos parar a preguntarles por la dirección. Se bajó el Moreno y de repente vemos que se encienden varias luces dentro del edificio y pasan los minutos sin que nuestro amigo vuelva. Cuando lo hace una mujer policía le hace señas indicándole el camino. Nos contó que la comisaría está protegida por tres puertas con barrotes del exterior y que tardaron un rato en abrirlas todas para que él entrara. Después surgió el pequeñísimo problema de la comunicación porque nadie allí hablaba inglés y a base de mapa y buena voluntad consiguió que le dieran unas indicaciones muy básicas.

    Encontramos la calle en la que debía estar la pensión de lujo pero allí no existía el número que buscábamos. Llamamos al organizador y nos dijo que al llegar al final de la calle había un pequeño camino anegado y teníamos que seguir por ahí con el coche y llegaríamos a la pensión. Si hay algo en lo que no mintió fue en lo de que el camino estaba anegado. Era como un río y allá a lo lejos, una casa solitaria pero bien iluminada. En el aparcamiento vimos un montón de coches con matrícula holandesa así que sabíamos que aquel era el lugar.

    Dejamos el coche y sacamos nuestras cosas. La dueña de la pensión nos recibió y nos llevó a nuestras habitaciones. El Moreno y un servidor nos pillamos una en la primera planta y el otro hombre se fue a la segunda planta. Nuestra habitación era austera con ganas con dos sofás convertidos en cama, una mesa raquítica sobre la que descansaba una tele que parecía pesar más de lo que podía soportar la mesa y unas tuberías enormes que cubrían una de las paredes. Descubrimos que había otra gran verdad en la información que recibimos. Para toda la planta existía un único baño con ducha que tendríamos que compartir entre cinco habitaciones.

    Bajamos a la planta baja en la que había una enorme sala con una gran mesa y una chimenea al fondo. ?ramos los últimos en llegar y todos estaban ya sentados. Yo me pillé el sitio más cercano a la chimenea. Al momento nos comenzaron a traer la cena, que constó de una sopa de verduras seguida de unos filetes de pollo empanados con verduras y papas y café con tarta de manzana de postre. La comida estaba muy sabrosa. La regamos con cerveza polaca. Después de la cena el organizador montó un beamer y nos fue explicando lo que veríamos al día siguiente y dándonos algunos consejos básicos sobre los ajustes para las cámaras. Comenzaríamos a las nueve y media de la mañana y el desayuno era una hora antes. Como todo el mundo estaba muerto después de tantas horas de viaje nos fuimos a dormir pronto. Nuestra habitación era como un horno y la dueña vino toda orgullosa a decirnos que las tuberías que veíamos en la pared eran de la chimenea de la planta baja y que por eso esa habitación era la más calentita. Optamos por dormir con la puerta abierta para que entrara algo de fresco.

    Yo caí muerto casi al instante y como cuatro horas más tarde me despierta el Moreno para quejarse porque estoy roncando mucho. Me doy la vuelta y sigo durmiendo y un par de horas más tarde me despierto porque alguien más está roncando en estéreo y con un amplificador que no veas. El Moreno me da un toque y me dice que me de la vuelta y cuando ve que yo también estoy despierto y que los sonidos continúan se da cuenta que en realidad hay alguien en el edificio capaz de roncar con tanta fuerza que parece que lo teníamos en la habitación. Cerramos la puerta y optamos por asarnos de calor pero al menos no escuchar aquel ronroneo tan molesto.

    Por la mañana fuimos pasando por el baño de uno en uno y según acababas ibas bajando a la sala común en donde la chimenea ya crepitaba y el café estaba bien caliente. Así fue como comenzó nuestra aventura en Polonia.

    El relato continúa en Primer día con las águilas ? Primera parte

  • Una terraza sobre el canal

    29 de octubre de 2009
    Una terraza sobre el canal

    Una terraza sobre el canal, originally uploaded by sulaco_rm.

    Una de las cosas que siempre me han gustado de la ciudad de Delft es lo bien que han integrado los canales con las casas. Están por todos lados y le dan un aspecto encantador a la ciudad a la vez que arrinconan los coches y les limitan mucho su territorio. Es una ciudad tranquila, en la que se puede pasear con gusto. Al fondo de uno de los cafés se abre una terraza que está ubicada en una barcaza sobre un canal, una forma curiosa de ganar espacio y a la vez un lugar muy agradable para tomarte un café al nivel del agua, algo que por ejemplo en Amsterdam no se puede hacer.

  • Los preparativos y el comienzo del viaje a Polonia

    28 de octubre de 2009

    Cuando decidí inscribirme en el workshop fotográfico de águilas marinas de cola blanca fue una de esas decisiones alocadas y que uno hace sin pensar. Mi amigo el Moreno me dijo que se iba a apuntar y me sugirió que quizás yo también podía estar interesado y aunque yo no soy particularmente fanático de las aves, la experiencia de compartir unos días con un grupo de gente que tiene la fotografía como Hobby me pareció lo suficientemente interesante.

    Le mandé un correo a la persona que lo organizaba y después de un par de mensajes todo parecía estar atado y bien atado y me olvidé completamente. Dos semanas más tarde el Moreno me dijo que el hombre le había mandado un correo porque no sabía si yo estaba realmente interesado y tuvimos un momento de pánico que se solucionó pronto aclarándole por segunda vez que sí que quería ir.

    Pasaron los meses de verano y de cuando en cuando hablábamos de lo que sucedería en ese workshop y de lo que haríamos durante esa semana. Para mí son unas vacaciones peculiares, un tanto raras por la temática pero nada que no se salga de lo normal. Para el Moreno son más especiales ya que suponía dejar en casa a su mujer y a sus dos hijos y era la primera vez que iba a una cosa de estas durante tanto tiempo y por eso el hombre estaba más excitado.

    Un par de semanas antes del comienzo del Workshop recibimos un correo en el que se detallaba el programa para esa semana y en el que recibíamos más información en lo referente al alojamiento y similares. Según el organizador, nos quedaríamos en una pensión de lujo con un baño y una ducha y todas las comidas estaban incluidas. El precio era poco menos que de risa, en total han sido poco menos de quinientos euros por los seis días. ?ramos diez incluyendo al organizador, un afamado biólogo holandés que ha escrito un libro sobre fotografía de animales que es muy popular en este país y que además es embajador de CANON .

    Ya he comentado en Salvado por mi Ángel de la Guarda las dos crisis que tuve unas horas antes de salir. El sábado por la noche comencé a hacer la maleta. Tenía pensado llevarme mi trolley pequeño y la mochila de la cámara. Fui dejando cosas sobre mi cama en las sucesivas pasadas que hacía por mi casa y el montón iba creciendo. Para cinco noches me llevaba seis mudas de ropa, un pantalón de repuesto, pantalón chubasquero, dos pares de guantes, bufanda, un jersey, pijama, unos calcetines especiales de montaña por si tenía mucho frío y un montón de cosas más. Tenía el trolley lleno cuando me acordé de las botas de agua que había comprado esa misma tarde y comprobé con desazón que no había manera humana de que mis botas entraran en el trolley. Busqué en mi ático la mochila que me compré para ir a Malasia y metí en primer lugar las botas y después el resto. Una vez añadí el portátil, un disco duro externo para hacer copias de seguridad y los distintos cargadores la mochila estaba a punto de reventar. Estas han sido las vacaciones en las que más equipaje he llevado de toda mi vida. No solo por aquella mochila sino por la otra, la de la cámara Canon EOS 50D, el objetivo 400mm f/5.6 L, el Sigma 70-200mm f/2.8, el Canon 24-70 f/2.8 L, el Sigma fisheye 8mm f/3.5, el Tamron SP AF 90mm f/2.8, el extensor 1.4x, las baterías, las memorias, el trípode y el monopod. Otros quince kilos más o menos que añadí a la segunda mochila. Con los dos mochilones ya preparados, me dediqué a terminar de preparar las cosillas que dejé preparadas para la semana, algo que seguro que no valoráis pero que supuso un gran rato ya que en total fueron 3 anotaciones de cine, 1 resumen semanal, 4 fotos mañaneras con su texto, un par de textos relativos a mi vidorra, un desvarío y una foto de una bicicleta comentada. Según el plan inicial estaríamos de vuelta el viernes por la tarde así que decidí dejar ese día sin nada para por la noche.

    El domingo mis vacaciones comenzaron a las siete menos cuarto, momento en el que sonó mi despertador. Me duché, revisé por enésima vez todo lo que me llevaba y busqué aquello que seguro que olvidaba y después de desayunar preparé un poco mi casa para la visita de la señora de la limpieza, la cual haría su parada habitual el lunes. Una hora más tarde y con la sensación de olvidar algo que tengo siempre salía de mi casa e iba a la parada de la guagua, la cual llegó puntual. Aunque técnicamente salíamos desde Almere a las diez de la mañana, mi problema es que justo para ese domingo habían planeado un montón de mantenimiento en las vías de tren y por culpa de esto el servicio estaba bajo mínimos. En condiciones normales podría haber salido una hora más tarde pero por culpa del mantenimiento dejé mi casa tan pronto. El tren salió a las 8.28 hacia Hilversum y Almere. Es el mismo tren que tomo todos los días para ir a trabajar. Fui pasando estaciones conocidas, una detrás de otra, todas vacías en una mañana de domingo y llegué a Almere Centrum sobre las 9.15 de la mañana. Llamé al organizador y se pasó a buscarme y juntos fuimos a su casa. Hasta ese momento nunca habíamos hablado en persona, solo a través de correo electrónico y resultó que habla un español bastante bueno así que conmutamos a nuestro idioma y estuvimos charlando un rato. En su casa nos esperaban otros dos de los compañeros de workshop, dos extraños que cuando vez por primera vez no sabes muy bien como abordar. Diez minutos más tarde llegó el Moreno y con él se completó el grupo ya que el resto habían salido en otros coches desde distintos puntos de los Países Bajos y nos veríamos en el lugar de destino.

    Uno de los grandes peligros que hay en Holanda es el de las cafeteras. Si tres holandeses se ponen al lado de una es más que probable que se enganchen a beber y hablar y se olviden del tiempo y eso fue lo que nos pasó. Todo el mundo comenzó a mostrar su lado más sociable y para cuando salimos de la casa ya eran más de las diez y media. Nos dividimos en dos coches. El biólogo que organizaba todo fue en su coche con uno de los dos fotógrafos que estaban en la casa cuando yo llegué y nosotros fuimos con el otro hombre en su coche, un tipo afable y corpulento que inspiraba confianza. Por alguna razón que nunca entenderé habían elegido ir por una ruta alternativa y salimos en dirección norte en lugar de este. Una hora y media más tarde, a punto de cruzar la frontera de los Países Bajos paramos en una gasolinera a comer un bocado, visitar el baño y tomar algo de café, el cual llevó a una conversación y la parada de cinco minutos se estiró hasta casi media hora. Nos volvimos a poner en ruta y la cosa fue bien hasta que llegamos al tramo de autopista entre Bremen y Hamburgo. A los alemanes les han entrado picores y se están dedicando a incrementar el número de carriles de sus fantásticas autopistas. No hay nada que objetar salvo que tardamos una hora más de lo previsto en llegar a nuestra siguiente parada por culpa de todo el tiempo que perdimos en los tramos en obras. En la segunda parada volvimos a comer algo y allí nos separamos del otro coche. Ellos se iban a arriesgar por una autopista y nosotros íbamos a seguir la ruta que marcaba el sistema de navegación del coche.

    El relato continúa en La llegada a Stepniczka

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