Este ha sido el mejor verano de los nueve años que llevo viviendo en los Países Bajos. Hemos tenido incontables horas de sol y unas temperaturas que me ayudaron a olvidar los veranos en Gran Canaria. Después de semanas de buen tiempo la luz comenzó a faltar y ya por fin llegó el otoño. Ayer teníamos una de las primeras heladas y desde por la mañana se notó el fresco. Cuando salí de mi casa el termómetro indicaba cero grados en el jardín y el aire corroboraba dicha información. Durante el día la temperatura fue subiendo pero al llegar las nueve de la noche estábamos de nuevo a tres grados sobre cero.
Esa fue la temperatura a la que pedaleé anoche camino del cine, disfrutando del fresco que golpeaba mi cara y dando gracias a mis guantes porque me mantenían bien protegido. Desde que llegué a este país siempre me han gustado más las temperaturas por debajo de cero. Probablemente sea una sensación completamente errónea pero tengo menos frío cuando estamos en cero o en negativo. Después de ver la película la temperatura había descendido y estábamos en el punto técnico de congelación.
A esa temperatura el aire se aclara y cuando respiras sientes como alcanza rincones insospechados en tus pulmones. Yo pedaleaba cruzando la ciudad a la vera del Oudegracht, serpenteando con mi bici a ambos lados del canal el cual cruzaba en los innumerables puentes que pasan sobre el mismo. Después entré en el gran parque que está al norte de mi casa y la visibilidad era tan buena que podías verlo todo. Pese a que era bastante tarde, iba en una procesión de bicicletas en línea, todos con nuestros auriculares escuchando música, audiobooks o lo que quiera que sea que van oyendo. Al entrar en Lunetten nos fuimos repartiendo por las diferentes encrucijadas hasta que me quedé solo y llegué a mi casa parándome a observar un poco al señor Erizo que sigue viviendo por detrás de mi jardín y al que solo veo por las noches. El se queda quieto cuando me presiente y espera a que me vaya para continuar con su tarea y buscar caracoles, babosas y todo aquello que puede comer. A veces entra en mi jardín y lo veo durante un par de días recorriéndolo y buscando todos los caracoles que puede pillar. Después se pasa al jardín de mis vecinos y continúa con su tarea.
Al entrar en mi casa, pasadas las once y media de la noche, la calefacción se afanaba en subir la temperatura y el calor me acarició el rostro. Por la mañana, cuando salí hacia la estación la temperatura era de unos saludables dos grados bajo cero, nuestro primer contacto con el invierno.
Disfruté enormemente el paseo en bici hasta la estación y una vez allí busqué mi tren con una sonrisa de oreja a oreja porque si hay un tiempo hermoso, ese es el otoño, la estación de los colores y las sensaciones intensas.
A la hora de almorzar me fui a pasear al bosque solo. El lugar tenía el embrujo de los colores que solo se pueden ver en esta época del año y andaba distraído buscando setas cuando al llegar a uno de los puentes que cruzan la miríada de lagos que hay en aquel lugar me tropecé con un ave que descansaba en el puente:
Parecía estar controlando las aguas, evaluando su territorio y pensándose si emigrar hacia un lugar más cálido o quedarse a pasar el invierno por estas tierras. Yo crucé el puente y me adentré en la penumbra, escuchando el ruido de las hojas al arrastrarse por el suelo y el de los erizos de las castañas al caer y abrirse. Me paré a coger unas cuantas y así, comiendo castañas volví a la oficina para unas cuantas horas más de trabajo. Estamos en otoño, la estación de las sorpresas.