Se puede tener sangre roja o azul, ser rico o pobre, blanco o negro pero a la hora de obrar, todos pasamos por lo mismo. En el Palacio de Topkap?, dentro del Harem, el sultán tenía su propio rinconcito para soltar lastre con grifería de oro que le da algo de estilo. Lo que siempre me ha llamado la atención de las visitas a los palacios es que vemos el retrete de los sultanes o reyes pero allí trabajaba un montón de gente para servir a estos hombres y me pregunto a donde iban cuando les entraba un apretón.
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Tumbado a la bartola
Una de las primeras cosas que hice este año tan pronto noté la llegada de la primavera fue comprarme una hamaca. Lo hice antes de irme de vacaciones a Malasia. Leí, investigué, busqué y rebusqué hasta que encontré una que me gustaba y como estábamos fuera de temporada, valía más barata. La compré por internet en una tienda alemana que me la mandó por mensajero y me la trajeron hasta mi puerta, ahorrándome más de cincuenta euros con el precio que hubiera pagado de ir a una tienda convencional a comprar la misma hamaca y después cargarla de alguna forma hasta mi casa, algo que se me antoja como imposible porque la caja pesaba veintipico kilos y yo no soy ninguna mula de carga ni tengo coche.
Esta primavera y este verano la he usado siempre que se ha prestado el tiempo, como hoy. Me tumbo a la bartola en mi hamaca, en uno de los rincones con césped de mi jardín, junto a mi parra y me pego unas siestas de escándalo. Es uno de esos placeres sencillos y al mismo tiempo muy gratificantes que tiene la vida. Hoy, además de descansar, comía uvas de mi parra, deliciosamente dulces.
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La Puerta de la Acogida – Bâb-üs Selâm
Al llegar al Palacio de Topkap? y cruzar el primer patio nos encontramos la La Puerta de la Acogida o Bâb-üs Selâm. En el primer patio es donde están las taquillas para comprar tu entrada al palacio. La puerta tiene dos torres octogonales y se cree que fue construida en el periodo bizantino. En la época en la que el Sultán vivía en este palacio solo podían cruzar esa puerta los diplomáticos que venían a tratar asuntos con el sultán y aquellos que tenían que realizar alguna gestión oficial y únicamente el Sultán la podía cruzar a caballo.
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El tiempo de las arañas
El mes de agosto es ese en el que por primera vez notamos que el verano ya está a punto de acabarse y pese a las excelentes temperaturas y a las tardes al sol, sabes que las noches llegan antes y los días comienzan un poquito más tarde, por estas tierras del norte se nos escapan cuatro minutos de luz cada día y cuando los vas sumando, poco a poco son un montón de minutos y pronto estaremos con días cortos y oscuros.
Después de unos años en los Países Bajos descubrí que el mes de agosto es también el tiempo de las arañas, el mes en el que te las encuentras por todos lados, de patas enormes y cuerpos pequeños, tejiendo sus telas y capturando mosquitos. Las arañas son amigas serviciales y silenciosas, no nos molestan y se agencian algún rincón de nuestra casa para realizar su tarea. En algún día de septiembre, con los primeros fríos desaparecen y no las volvemos a ver más hasta el año que viene. Siempre he sentido una gran fascinación por estos insectos, por la paciencia que demuestran a la hora de cazar sus presas y lo meticulosas que son con el trabajo que realizan.
En mi casa saben que son bienvenidas, que no quitaré sus telas de los rincones ni las aniquilaré. Ellas no me molestan y agradezco el trabajo que hacen. La señora de la limpieza también lo sabe y durante los dos meses en los que notamos su presencia las dejará estar. Cuando desaparecen ya tendremos tiempo de limpiarlo todo. Las arañas no están en la lista de animales que temo, al menos no las pequeñas e inofensivas que se alimentan de insectos.
Cuando vivía en las Islas Canarias nunca noté esa presencia de las arañas a partir de agosto y su posterior desaparición a finales de septiembre aunque allí, viviendo en una eterna y monótona primavera, quizás su ciclo sea diferente.
Ver las arañas y reconocer el comienzo del final del verano es una de las señales que he ido adquiriendo con el paso de los años, cada estación tiene una serie de alarmas que avisan de su comienzo y marcan su final y esta es una de ellas, junto con el cambio de color en las hojas de los árboles y los vientos que parecen susurrarnos que no nos dejemos atrás los abrigos.