Distorsiones

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  • Tortuga en el club de las 500

    19 de junio de 2009
    Tortuga

    Tortuga, originally uploaded by sulaco_rm.

    Hay un reducido grupo de fotos que están perdidas en el enorme océano de letras e imágenes de Distorsiones y la de hoy es una de ellas. Apareció publicada en algún momento entre abril del 2005 y finales del 2006 pero nunca la enlacé en flickr y no he vuelto a tropezarme con ella. Es también una de las pocas que ha aparecido dos veces, ya que por culpa de este descuido repitió y la vimos en Tortuga muerta en Ship Island y esta segunda imagen hasta consiguió entrar en el Club de las 500 en noviembre del año pasado (Tortuga muerta en Ship Island en el club de las 500).

    Hoy, esta foto hermana gemela de aquella otra que se ha llevado siempre todos los méritos consigue su entrada al Club de las 500 y si algún día encuentro el lugar en el que se encuentra la foto original, incluiré el enlace aquí.

  • El fastuoso porche delantero

    18 de junio de 2009
    El porche delantero fastuoso

    El porche delantero fastuoso, originally uploaded by sulaco_rm.

    Hace un par de meses hablaba por estas tierras de Otras dos sesiones de ingeniería de jardín en las que había realizado significativos cambios tanto en la parte delantera de mi casa como en el gigantesco jardín que tengo en la parte posterior y que en realidad es dónde me muevo y hago vida al aire libre. La parte delantera siempre ha sido incómoda y puesto que los cabrones de los propietarios de gatos los sueltan para que suelten sus mierdas en casas ajenas, se imponía hacer algo.

    Uno de mis vecinos trabaja como straatmaker que es la profesión de los que se dedican a poner baldosas y realizar obras en calles y casas. Aquí en los Países Bajos abundan las calles en las que no se usa el asfalto y se ponen adoquines de distinto tipo que se pueden levantar fácilmente cuando es necesario trabajar y que además le dan un encantador aspecto a los barrios y reducen la velocidad de los vehículos que circulan por las mismas. Hablé con el hombre y acordamos que iría a una tienda a mirar los distintos tipos disponibles y él se encargaría del trabajo. Todo esto sucedió durante abril. Una semana antes de irme de vacaciones me dijo que no tenía ningún problema en hacerlo en el tiempo en el que yo no estaba en mi casa y si compraba los adoquines y pedía que los dejaran en mi puerta un día determinado, él compraba el resto del material, hacía el trabajo y cuando yo volvía le pagaba. Con el acuerdo fresco fui una mañana a la tienda de materiales de construcción en la que los iba a comprar, la cual está a unos cinco kilómetros de mi casa en bicicleta y justo en la dirección opuesta a mi ruta. Llegué al lugar que había visitado previamente y realicé la compra de unos adoquines muy chulos. Esa tarde informé al straatmaker y di el asunto por zanjado.

    El lunes de la semana en que viajaba a Malasia me llaman de la tienda y me dicen que el tipo elegido ya no se hace en fábrica y he de ir a elegir uno nuevo. Yo estaba hasta el culo de trabajo y preparativos para el viaje y ese martes, a las siete y media de la mañana estoy pedaleando como un loco para ir a la tienda y tras una inspección de los cientos de adoquines que tienen, elegir otros. Los compré y de nuevo pedí que los dejaran delante de mi puerta a partir del once de mayo. Estos segundos eran más baratos y me devolvieron casi doscientos euros.

    Por la tarde visité nuevamente al straatmaker y le comenté el cambio, el cual no afectaba a los metros cuadrados que yo debía adquirir pero sí a la forma en la que los debía poner, ya que de unos cuadrados había pasado a otros rectangulares.

    Mi vecino me dijo que él echaría un vistazo a las obras y me marché de vacaciones despreocupándome completamente del tema. ?nicamente yo y el straatmaker sabíamos el tipo de diseño que yo quería.

    Al regresar el 17 de Mayo por la mañana, entré en mi casa por la puerta posterior y ni me acordé de lo que había sucedido en la parte delantera. Esa noche al volver a casa mi vecino rondaba el jardín y nada más verme, después de los comentarios formales me preguntó si había visto el porche delantero.

    Nos fuimos juntos al otro lado y cuando salí aluciné en colores. Mentalmente tenía una idea más o menos clara de lo que quería conseguir pero el resultado superó mis expectativas. Tendréis que ver la foto que hay en la anotación que ya mencioné para notar la diferencia.

    Ahora tengo una zona enorme abierta en la que he ganado un montón de espacio y como colofón una franja con vegetación y que está adornada por piedras de lava que además tienen un segundo propósito ya que si un gato intenta jiñar allí, cuando vaya a raspar la tierra se desolla las pezuñas y con suerte agarra una buena infección y muere bien pronto. Toda la tierra que veis en la foto es porque aún no la había retirado ya que hay que dejarla un par de semanas para que se cuele entre los adoquines y rellene los huecos. Si fuera menos gandul habría hecho otra foto esta semana y veríais lo chulo que está pero os tendréis que conformar con la foto que hice en aquel momento para mandársela a mis padres. En mi barrio ha impactado mucho el estilo abierto y sin vallas que he puesto y los vecinos de ambos lados me han dicho que lo harán este otoño porque les gusta mucho.

    Para mí, los proyectos previstos para mi jardín durante este año han sido todo un éxito y mientras la parte delantera ahora luce preciosa, en la parte posterior mi pérgola ya da soporte a la parra y pronto llegarán los primeros racimos de uvas.

  • Tiras de tulipanes blancos y rojos en el club de las 500

    18 de junio de 2009
    Tiras de tulipanes blancos y rojos

    Tiras de tulipanes blancos y rojos, originally uploaded by sulaco_rm.

    Me fascina la elegancia que desprende la combinación de tulipanes blancos con estos rojo sangre-coagulada. A ver si me acuerdo y cuando añada cien tulipanes más en el jardín de mi casa me monto algo parecido a lo que se puede ver en la foto de hoy, la cual vimos por primera vez hace casi dos años en la anotación Tiras de tulipanes blancos y rojos y a la que hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.

  • Décimo día. Desde Penang a Langkawi

    17 de junio de 2009

    El relato de este viaje comenzó en Camino a Kuala Lumpur y Tienes un índice con todos los capítulos en Viaje a Malasia del 2009: Índice con toda la historia.

    Después de una estancia corta pero suficiente para ver lo poco que tiene que ofrecer la llamada Perla del Oriente continuaba mi camino hacia Langkawi, una isla en la costa Oeste de la península de Malasia situada en la frontera con Tailandia. Para ir allí había comprado un billete en el ferry de alta velocidad que viaja un par de veces al día hacia la isla. A las siete de la mañana ya estaba desayunando como todo un campeón, sentado en una terraza interior del B&B en el que me quedaba y disfrutando con la paz de ser la única persona que lo hacía. Cuando acabé ya me esperaba el taxi que había pedido y que por la friolera de dos euros me llevaba hasta el puerto.

    El taxista metió mis mochilas en el portabultos y la ruta iba por la calle Lebuh Campbell la misma que había caminado el día anterior y en donde había visto las ratas gigantes en el mercado de Cambpell Street. Justo al pasar por delante del lugar en el que había visto las ratas aluciné cuando vi a unos tíos acuclillados que tenían el suelo lleno de langostinos que pelaban allí mismo, en el sitio en el que unas horas más tardes caminarán las ratas. Tomé una nota mental para recordar no comer langostinos pelados y pedirlos siempre con su exoesqueleto.

    Lebuh Acheh

    También pasamos por delante de la mezquita Lebuh Acheh la cual podéis ver en la foto anterior y que es bastante inusual en Malasia porque su minarete es de estilo egipcio y recién cumplió el año pasado sus primeros doscientos años. Unos minutos más tarde llegábamos a la terminal de los ferry en donde me bajé para recoger mi tarjeta de embarque.

    Fast Ferry a LangkawiEl sol detrás del ferry

    Cuando vi el ferry aluciné en colores. Yo me lo había imaginado como un cacharro de última generación con los mayores avances tecnológicos ya que usaban la palabra veloz siempre para acompañar a ferry. Al mirarlo me recorrió un escalofrío y me acordé que en estos países, de cuando en cuando sobrecargan estas cosas y mueren miles y miles de personas e incluso algunos seres humanos. No parecía que fuéramos muchos así que no me preocupé. Cuando nos gritaron para que embarcáramos me acerqué y al entrar dejé mi mochila en la cubierta apilada junto al equipaje del resto de pasajeros. La cámara bajó conmigo a la cabina y me senté en la parte delantera, teniendo una fila completa para mí.

    Interior del ferryEl chino antes de vomitar

    Si por fuera el barco no prometía, por dentro no era mucho mejor y los asientos brillaban con el falso cuero y el plástico y me recordaban al cutre-sofá que tenía la zorra de Feluca en su casa del campo y en los que yo nunca quería sentarme porque me daban asco. A mi izquierda se pusieron un chino que tomaba leche y se reía confiado de lo que estaba por venir y una pareja que optó por marcharse a la parte posterior un poco más tarde. Cuando soltamos amarras avanzamos lentamente por el puerto mientras la ciudad quedaba a nuestra izquierda. A propósito, notaréis que las fotos hechas desde el interior tienen un color chungo que es debido al protector que cubría los ventanales del barco. Llegamos a mar abierto, el chofer soltó el embrague y metió la cuarta y allí se desató el infierno.

    La marToma temporal

    Nada más coger velocidad el barco comenzó a dar unos bandazos pa’rriba y pa’bajo de que te cagas. Subíamos como cuatro o cinco metros y caíamos en picado con unos golpes terribles. Los marineros se descojonaban y la gente se miraba asombrada. Yo no mareo y me crié yendo a pescar con mi padre en una barquilla de cuatro metros y lo del mar revuelto no es algo que me despeine las cejas pero reconozco que aquello era un agobio. El chino de la foto anterior y que se reía tanto fue el primero que de repente hizo un amago y lo siguiente que vimos fue como vomitaba hasta el carnet de conducir. Le siguió una mujer sentada detrás de mi a la que su marido casi no tuvo tiempo de alcanzarle una papelera y siguieron otros hasta que el hedor a vómito era insoportable en toda la cabina y había gente por todos lados potando el desayuno. En la pantalla de televisión ponían unos videoclips hindúes que sí que me daban miedo, con esas danzas horrorosas que hacen y esas temáticas cutres en las que siempre hay una banda de pavos y otra de pavas que se cortejan para que el pavo real se la endiñe a la chocha del martes. No había pasado ni media hora y se nubló el cielo y además del oleaje entró un temporal de lluvia increíble, con el cielo vomitando agua en dosis de millones de litros sin que casi pudiéramos ver nada fuera y con la gente que parecía no vaciarse nunca y lanzaban más y más vómitos dentro del barco.

    Tras el temporal llega la calmaIslotes frente a la costa

    Tras una hora y media oliendo aquel potaje de restos digestivos se aclaró el cielo y el mar se volvió más tranquilo lo cual permitió a muchos recuperarse. Pronto comenzamos a ver los islotes e islas que nos anunciaban la llegada a Langkawi, superficies totalmente cubiertas de vegetación porque allí llueve a conciencia.

    IsloteAtracando en Langkawi

    Entramos en el muelle viendo más y más islotes y para cuando atracamos y miré hacia atrás, aquello parecía una escena de un hospital maltrecho tras un bombardeo. Algunos habían perdido el color completamente. El chino estaba cubierto de vómitos y la sonrisa se le había borrado de la cara.

    Salté a tierra, recogí mi mochila y me puse a esquivar a los tipos que te intentaban parar para ofrecerte un taxi o un coche de alquiler. Aún así me colocaron un par de mapas de la isla llenos de publicidad y a uno estuve a punto de echarle el insecticida anti-mosquitos para que me dejara en paz. Cuando salí a la terminal de pasajeros me metí en una cafetería y me pedí un café con una magdalena enorme para dejar que se fueran todos y así salir más relajado. En la puerta un taxista me dijo que me cobraba cincuenta ringitt por el viaje hasta el complejo hotelero en el que me quedaba y le dije que era un ladrón y un terrorista musulmán y que esperaba que a las perras de sus hijas se las follaran curas de la Obra y las dejaran preñadas de pedófilos o algo peor. El hombre se ofendió profundamente y me dijo que él de corazón no quería estafarme, que eran las circunstancias de la vida que lo habían hecho así y me llevó hasta una de las empresas de alquiler de coches en la que probablemente trabajaba algún familiar y allí me dijeron que por ciento cincuenta ringitt tenía un cochingo para los tres días que me quedaba y lo podía largar en el aeropuerto sin coste adicional. Como quería moverme por la isla y no me veo conduciendo una vespa con la mochila de mi cámara a la espalda, alquilé el coche que treinta euros por tres días de coche es una ganga.

    Me dijeron como llegar hasta la gasolinera más cercana pero de alguna forma conseguí perderme. Gran parte de la culpa la tiene que en Malasia conducen del revés, como los británicos y se me hacía raro el ir por el carril equivocado. Después de llenar el tanque con seis euros y os juro que casi lloro porque era como retroceder hasta el siglo veinte, aquellos maravillosos años en los que la gasolina no era un bien de puro lujo, me puse en ruta por la carretera que iba rodeando la isla hasta mi destino final en Burau Bay. Tardé casi tres cuartos de hora por una carretera que serpenteaba y en la que las vacas se tumbaban a descansar, los chiquillos cruzaban sin mirar, las gallinas se lanzaban contra el parabrisas y cuando pensabas que nada más podía pasar, te topabas con monos sacando la basura de contenedores y tirándola en la carretera. Aunque pueda sonar terrible disfruté como un enano y me reí todo lo que quise cada vez que tenía que poner el intermitente y lo que hacía era limpiar los cristales porque en los coches del revés los mandos también están cambiados y a veces, al ir a meter una marcha, me olvidaba y llevaba la mano derecha a la manilla para abrir la puerta.

    Lo mejor estaba por llegar. Cuando entré en el complejo del Mutiara Burau Bay Resort se me escapó un ¡Guau! y pensé que me había equivocado porque el sitio era una pasada. Me acerqué a una especie de cabaña inmensa que en realidad era la recepción y me registré. Ese sería mi hogar durante los tres siguientes días. Era algo más de la una de la tarde.

    El relato continúa en Décimo día. Langkawi

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