El relato de este viaje comenzó en Camino a Kuala Lumpur y Tienes un índice con todos los capítulos en Viaje a Malasia del 2009: Índice con toda la historia.
Después de una estancia corta pero suficiente para ver lo poco que tiene que ofrecer la llamada Perla del Oriente continuaba mi camino hacia Langkawi, una isla en la costa Oeste de la península de Malasia situada en la frontera con Tailandia. Para ir allí había comprado un billete en el ferry de alta velocidad que viaja un par de veces al día hacia la isla. A las siete de la mañana ya estaba desayunando como todo un campeón, sentado en una terraza interior del B&B en el que me quedaba y disfrutando con la paz de ser la única persona que lo hacía. Cuando acabé ya me esperaba el taxi que había pedido y que por la friolera de dos euros me llevaba hasta el puerto.
El taxista metió mis mochilas en el portabultos y la ruta iba por la calle Lebuh Campbell la misma que había caminado el día anterior y en donde había visto las ratas gigantes en el mercado de Cambpell Street. Justo al pasar por delante del lugar en el que había visto las ratas aluciné cuando vi a unos tíos acuclillados que tenían el suelo lleno de langostinos que pelaban allí mismo, en el sitio en el que unas horas más tardes caminarán las ratas. Tomé una nota mental para recordar no comer langostinos pelados y pedirlos siempre con su exoesqueleto.
También pasamos por delante de la mezquita Lebuh Acheh la cual podéis ver en la foto anterior y que es bastante inusual en Malasia porque su minarete es de estilo egipcio y recién cumplió el año pasado sus primeros doscientos años. Unos minutos más tarde llegábamos a la terminal de los ferry en donde me bajé para recoger mi tarjeta de embarque.
Cuando vi el ferry aluciné en colores. Yo me lo había imaginado como un cacharro de última generación con los mayores avances tecnológicos ya que usaban la palabra veloz siempre para acompañar a ferry. Al mirarlo me recorrió un escalofrío y me acordé que en estos países, de cuando en cuando sobrecargan estas cosas y mueren miles y miles de personas e incluso algunos seres humanos. No parecía que fuéramos muchos así que no me preocupé. Cuando nos gritaron para que embarcáramos me acerqué y al entrar dejé mi mochila en la cubierta apilada junto al equipaje del resto de pasajeros. La cámara bajó conmigo a la cabina y me senté en la parte delantera, teniendo una fila completa para mí.
Si por fuera el barco no prometía, por dentro no era mucho mejor y los asientos brillaban con el falso cuero y el plástico y me recordaban al cutre-sofá que tenía la zorra de Feluca en su casa del campo y en los que yo nunca quería sentarme porque me daban asco. A mi izquierda se pusieron un chino que tomaba leche y se reía confiado de lo que estaba por venir y una pareja que optó por marcharse a la parte posterior un poco más tarde. Cuando soltamos amarras avanzamos lentamente por el puerto mientras la ciudad quedaba a nuestra izquierda. A propósito, notaréis que las fotos hechas desde el interior tienen un color chungo que es debido al protector que cubría los ventanales del barco. Llegamos a mar abierto, el chofer soltó el embrague y metió la cuarta y allí se desató el infierno.
Nada más coger velocidad el barco comenzó a dar unos bandazos pa’rriba y pa’bajo de que te cagas. Subíamos como cuatro o cinco metros y caíamos en picado con unos golpes terribles. Los marineros se descojonaban y la gente se miraba asombrada. Yo no mareo y me crié yendo a pescar con mi padre en una barquilla de cuatro metros y lo del mar revuelto no es algo que me despeine las cejas pero reconozco que aquello era un agobio. El chino de la foto anterior y que se reía tanto fue el primero que de repente hizo un amago y lo siguiente que vimos fue como vomitaba hasta el carnet de conducir. Le siguió una mujer sentada detrás de mi a la que su marido casi no tuvo tiempo de alcanzarle una papelera y siguieron otros hasta que el hedor a vómito era insoportable en toda la cabina y había gente por todos lados potando el desayuno. En la pantalla de televisión ponían unos videoclips hindúes que sí que me daban miedo, con esas danzas horrorosas que hacen y esas temáticas cutres en las que siempre hay una banda de pavos y otra de pavas que se cortejan para que el pavo real se la endiñe a la chocha del martes. No había pasado ni media hora y se nubló el cielo y además del oleaje entró un temporal de lluvia increíble, con el cielo vomitando agua en dosis de millones de litros sin que casi pudiéramos ver nada fuera y con la gente que parecía no vaciarse nunca y lanzaban más y más vómitos dentro del barco.
Tras una hora y media oliendo aquel potaje de restos digestivos se aclaró el cielo y el mar se volvió más tranquilo lo cual permitió a muchos recuperarse. Pronto comenzamos a ver los islotes e islas que nos anunciaban la llegada a Langkawi, superficies totalmente cubiertas de vegetación porque allí llueve a conciencia.
Entramos en el muelle viendo más y más islotes y para cuando atracamos y miré hacia atrás, aquello parecía una escena de un hospital maltrecho tras un bombardeo. Algunos habían perdido el color completamente. El chino estaba cubierto de vómitos y la sonrisa se le había borrado de la cara.
Salté a tierra, recogí mi mochila y me puse a esquivar a los tipos que te intentaban parar para ofrecerte un taxi o un coche de alquiler. Aún así me colocaron un par de mapas de la isla llenos de publicidad y a uno estuve a punto de echarle el insecticida anti-mosquitos para que me dejara en paz. Cuando salí a la terminal de pasajeros me metí en una cafetería y me pedí un café con una magdalena enorme para dejar que se fueran todos y así salir más relajado. En la puerta un taxista me dijo que me cobraba cincuenta ringitt por el viaje hasta el complejo hotelero en el que me quedaba y le dije que era un ladrón y un terrorista musulmán y que esperaba que a las perras de sus hijas se las follaran curas de la Obra y las dejaran preñadas de pedófilos o algo peor. El hombre se ofendió profundamente y me dijo que él de corazón no quería estafarme, que eran las circunstancias de la vida que lo habían hecho así y me llevó hasta una de las empresas de alquiler de coches en la que probablemente trabajaba algún familiar y allí me dijeron que por ciento cincuenta ringitt tenía un cochingo para los tres días que me quedaba y lo podía largar en el aeropuerto sin coste adicional. Como quería moverme por la isla y no me veo conduciendo una vespa con la mochila de mi cámara a la espalda, alquilé el coche que treinta euros por tres días de coche es una ganga.
Me dijeron como llegar hasta la gasolinera más cercana pero de alguna forma conseguí perderme. Gran parte de la culpa la tiene que en Malasia conducen del revés, como los británicos y se me hacía raro el ir por el carril equivocado. Después de llenar el tanque con seis euros y os juro que casi lloro porque era como retroceder hasta el siglo veinte, aquellos maravillosos años en los que la gasolina no era un bien de puro lujo, me puse en ruta por la carretera que iba rodeando la isla hasta mi destino final en Burau Bay. Tardé casi tres cuartos de hora por una carretera que serpenteaba y en la que las vacas se tumbaban a descansar, los chiquillos cruzaban sin mirar, las gallinas se lanzaban contra el parabrisas y cuando pensabas que nada más podía pasar, te topabas con monos sacando la basura de contenedores y tirándola en la carretera. Aunque pueda sonar terrible disfruté como un enano y me reí todo lo que quise cada vez que tenía que poner el intermitente y lo que hacía era limpiar los cristales porque en los coches del revés los mandos también están cambiados y a veces, al ir a meter una marcha, me olvidaba y llevaba la mano derecha a la manilla para abrir la puerta.
Lo mejor estaba por llegar. Cuando entré en el complejo del Mutiara Burau Bay Resort se me escapó un ¡Guau! y pensé que me había equivocado porque el sitio era una pasada. Me acerqué a una especie de cabaña inmensa que en realidad era la recepción y me registré. Ese sería mi hogar durante los tres siguientes días. Era algo más de la una de la tarde.
El relato continúa en Décimo día. Langkawi
3 respuestas a “Décimo día. Desde Penang a Langkawi”
Resort que me parece que me suena de algo. Si es el de la postal, efectivamente, tiene una pinta impresionante.
Después de la descripción del viaje en el super barco, entiendo porqué los asientos parecen recubiertos de plástico.
Si llegan a ser de tela no hay dios que los limpie ;-]
Jc, es el de la postal.
Luis, yo también. Allí ponen la mierda de asientos Carrero de las aerolíneas de bajo costo y precios abusivos como Vueling o Clickair y después de dos viajes no hay quien entre en la cabina. Obviamente, la razón por la que el barco permanece en puerto cuatro horas al llegar es para que entren los ejércitos de limpiadoras y recuperen el ecosistema para el viaje de vuelta.