Celebramos todo tipo de eventos que marcan nuestras vidas de alguna forma. Cumpleaños, bodas, graduaciones, promociones y aunque pueda parecer extraño, a veces también celebramos cosas que en principio son malas, como divorcios, despidos, rupturas o incluso muertes. Lo único que hace falta es voluntad y que los amigos se presten. Ya sabéis que no hace mucho se produjeron despidos en la multinacional en la que trabajo y entre los afectados estaba el Chino. La semana pasada quedamos con él para despedirlo de manera adecuada, cenando entre amigos y recordando algunos de los grandes momentos que hemos vivido juntos. Esta es la primera de las dos despedidas en las que tomaré parte, la siguiente será la semana que viene y a partir de ese instante el capítulo de mi vida en el que él toma parte es muy probable que quede cerrado. Pese a lo que muchos puedan pensar, siempre he tenido claro que éramos compañeros de oficina y poco más. No compartimos amistades y aunque vivimos en la misma calle y hablábamos casi a diario camino de la oficina, ahí terminaba todo. Por eso sé que nuestra relación está condenada a desaparecer y el protocolo será tan simple como al menos otro encuentro este año, un puñado de correos inferior a diez desde aquí a final de año, una llamada por Navidad y quizás una cena y durante el año que viene silencio en la línea hasta una nueva llamada para felicitar las Navidades. Ese será el último contacto, alrededor del veinte de diciembre del 2010. ¿Cómo puedo saberlo? Pese a lo superficial y acarajotado que os parezco, analizo y asimilo la información de una manera bastante fría e identifico las pautas de comportamiento sociales de aquellos que me rodean. Ha sucedido de esa manera en ocasiones anteriores y salvo que yo intervenga y me proponga mantener algún tipo de contacto de forma activa, volverá a suceder y si hay algo que tengo claro es que no estoy por la labor de mantener falsas amistades con vida.
Sabiendo que es el fin quedamos para cenar con nuestro amigo asiático y la semana pasada vino por la oficina. Por desgracia para él lo hizo un día antes. Nunca dejará de sorprenderme su increíble capacidad para no captar la información que recibe. No es que habláramos junto a la máquina de café para vernos un día a cenar, hubo una invitación para añadir a la agenda de todos los participantes que todos, incluyendo al Chino, aceptaron. Así que fui yo quien le dijo que tendría que volver un día más tarde ya que algunos no tienen la flexibilidad social que tenemos nosotros y han de volver a casa con sus familias.
En esta ocasión no fuimos a cenar al Café Cartouche. El Moreno se niega a ir conmigo porque dice que soy un terrorista y que lo pongo nervioso al controlar a todos los hijosdeputa fumadores y dedicarme a denunciarlos por incumplir la ley, y también por obligar a todos los que van conmigo al lugar a denunciar a esa lacra social que son los mamarrachos que llevan un cigarro en sus manos. Así que, hasta que en ese local comiencen a respetar la normativa legal vigente, iremos a comer a otros sitios y esperamos que noten la crisis y tengan que cerrar pronto. El restaurante elegido fue uno de tapas en Laren, la ciudad que equivale al Beverly Hills holandés, el lugar en donde viven los famosos y los Ferrari y los Maserati son los vehículos usados por las mucamas para ir a recoger a los niños a la puerta de sus colegios. Desde nuestra oficina son unos quince minutos en bici así que quedamos en que el Moreno y Yo iríamos en bici y allí nos reuniríamos con los demás. Con lo que no contábamos fue con la nevada que cayó durante toda la noche anterior y conque la nieve no se derritió. Para cuando salimos del trabajo comenzaba a oscurecer y la temperatura ya estaba a un par de grados bajo cero. La Dolorsi es una máquina fantástica que es capaz de ir por todos los caminos pero yo no sabía que el Moreno se empeñaría en ir a través de de Hei, una zona de bosques y claros situada al noreste de la ciudad y a la que el calificativo de preciosa no le hace justicia, ya que las fotos que uno hace en ese lugar son siempre como postales perfectas.
Los primeros doscientos metros por las calles cerca de la oficina no fueron ningún problema pero tan pronto entramos en el camino de bicicletas que va por el bosque me eché a temblar. Allí no ponen sal y la nieve se estaba convirtiendo en hielo. La Dolorsi tiene unas ruedas pequeñas y daba unos bandazos terribles. El Moreno me repetía una y otra vez que me llevó por allí para que disfrutara con el paisaje idílico y viera la nieve y yo sólo pensaba que si me caía, lo he de hacer hacia atrás para proteger el iPhone ya que no me imagino dos semanas en un hospital sin acceso a Internet. Yo era incapaz de seguir su ritmo, con las dos ruedas de mi bicicleta intentando avanzar en direcciones distintas y siempre a punto de caerme. Los quince minutos se convirtieron en unos veinticinco en los que volví a comprobar lo poderoso que es mi Ángel de la Guarda y lo mucho que me quiere. No me caí y tampoco dejé de quejarme hasta que volvimos a entrar en una carretera convencional.
Al llegar al restaurante ya estaban los otros esperándonos y sin pausa nos dedicamos a discutir las tapas que íbamos a pedir, la mayoría de las cuales os garantizo que no se suelen encontrar en restaurantes de España aunque en Holanda la gente vive creída que esto es así. Cenamos muy bien, en un ambiente libre de humos y le hicimos un regalo muy especial a nuestro amigo para que no nos olvide. Al salir de allí yo fui a lomos de La Dolorsi hasta la estación de Hilversum y allí me volví a encontrar con el Chino sabiendo que quizás era la última vez que hacíamos juntos el recorrido en tren hasta Utrecht.