Desde Washington a Nueva York


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Los aeropuertos son todos distintos. Los hay bonitos, feos, grandes, pequeños, fáciles, difíciles y una cosa es segura, desde hace unos años son un trámite que todo el mundo prefiere evitar. Uno de los de Washington es el Dulles International. Llegar hasta allí es fácil, hay una autopista sin salidas que te garantiza la falta de atascos. Una vez llegas has de acceder a la única terminal para facturar. En los Estados Unidos suelen poner mostradores de facturación fuera del aeropuerto, justo al lado de donde te dejan los coches. Aún no sé muy bien por qué pero es así. Yo prefiero el método tradicional y entro para buscar un empleado normal. Por desgracia ya no se encuentran de esos. Ahora todo está computerizado, en todos lados hay pantallas táctiles y te tienes que hacer tu mismo el servicio. Me dirigí a la zona de United y facturé eligiendo mi asiento. Después vi como introducían mis maletas a través de máquinas para mirar su contenido y las abrían para verificarlas. Cuando pasé por allí en el 2004 las colas eran de escándalo para completar los controles de seguridad. Recuerdo que casi pierdo mi avión. Esta vez no fue una experiencia tan negativa. Han puesto unos veinte equipos a trabajar en paralelo y ahora la humillación dura muy poco. Te quitas los zapatos, el cinto, todo lo que lleves en los bolsillos, cadenas, relojes, abrigos y demás, lo pones todo en bandejas incluyendo los líquidos en una bolsa separada y en las cantidades autorizadas, plantas la mejor de tus sonrisas en tu rostro y ya está. O casi. Delante de mí había un señor que quería pasar un champú normal, crema de afeitar, gomina y colonia, todos en cantidades mayores que las permitidas. Los empleados del aeropuerto le explicaban una y otra vez que debía facturarlos o dejarlos allí y el tipo seguía dale que te pego. Era un hindú y hablaba con el acento ese tan fuerte que tienen y esa falta de musicalidad que hace que sea tan difícil entenderles. En un momento determinado se cansaron, vinieron dos que parecían policías y lo agarraron del brazo para llevárselo. Después miraron hacia mi, yo desplegué mi sonrisa y pasé por sus manos en menos de veinte segundos. La mochila con la cámara y los objetivos no tuvo tanta suerte y tuvo que volver a la cinta de rayos equis porque el tipo vio algo raro (o no vio lo que quería, vete a saber).

Una vez en la zona segura y con tiempo de sobra me fui a uno de los restaurantes de comida rápida, un Wendy’s y me compré el almuerzo. Después esperé a que nos llamaran para el vuelo mientras escribía. A la hora en punto comenzó el embarque. Era un Boeing 737-300. Yo pensaba que esos ya no existían pero parece que aún quedan algunos en activo. El avión iba casi vacío y prácticamente todos teníamos una tira de asientos por persona. Yo estaba en la penúltima fila. Detrás de mí dos azafatas y al frente una maricona vieja encargándose de los de primera clase. El tío perdía más aceite que el Prestige. Cuando se movía por la cabina se agitaba como unas maracas poniendo a prueba los uniformes de la aerolínea. Cerraron las puertas y comenzó una bronca en la parte delantera entre la reinona y una pasajera. Estuvieron unos cinco minutos discutiendo hasta que la cosa se calmó. El piloto nos dio un discurso de bienvenida contándonos que el vuelo hasta Nueva York duraría media hora, que el día estaba despejado e íbamos a llegar a la ciudad por el sur y que tendríamos unas vistas increíbles de la estatua de la Libertad y Manhattan. Cuando terminó las azafatas procedieron a detallar las medidas de seguridad habituales, el rollo de los cinturones, las salidas de emergencia y demás. Al llegar a los chalecos salvavidas situados debajo de sus asientos no los había. Tampoco estaban sobre sus asientos. Los chalecos salvavidas eran el cojín sobre el que te sientas. La azafata agarró uno y lo quitó y nos dijo que en caso de accidente teníamos que hacer lo mismo y salir del avión arrastrándonos sin perder de vista la franja luminosa y llevando nuestro cojín para tirarnos al agua y usarlo como tabla de salvación. ¡Aluciné! Gracias a Dios que todos sabemos que de suceder un accidente no vives para contarlo porque si de verdad tengo que salir de un avión rodeado de gente histérica y todos cargando los cojines seguro que es un desastre. Ya íbamos hacia la pista de despegue cuando el piloto echa mano del freno de mano, aparca el avión en un lado y nos dice que han suspendido los aterrizajes temporalmente en el aeropuerto de la Guardia y que no se nos permite despegar. Procedió a apagar los motores para ahorrar combustible y las azafatas aprovecharon para repartir manices y refrescos a todo el mundo. Después se juntaron detrás de mí para criticar y el azafato les contó lo que había sucedido. Lo hizo en español para que nadie se enterara. Suerte que yo estaba allí. La última en entrar al avión fue una mujer que se sentó directamente en la primera fila, en clase Business. El azafato sabía que ella no tenía billete para esa clase y la invitó a enseñarle su tarjeta de embarque. Ella le dijo que se le había perdido, que posiblemente se le cayó antes de entrar al avión. ?l le pidió que se marchara a su asiento y ella dijo que ese era su asiento, que tenía billete de clase Business. Ahí fue cuando le tocó los huevos y el hombre optó por coger el listado de pasajeros, buscar el nombre y enseñarle cual era su asiento y su clase. Ella entonces le dijo que quería ir allí pero él se negó porque no había pagado un billete para ese asiento. Al final la amenazó con avisar para que la sacaran del avión y de esa forma pudo convencerla. ¡Será puta la tía! ? les dijo a sus compañeras. Yo me reía zorrudamente una fila más adelante. El piloto nos había permitido usar los teléfonos, portátiles y similares así que yo estaba aprovechando para continuar con cierto relato que ya está en la bitácora y que tiene que ver con la planta 33 de un edificio …

Después de media hora nos contó que se había levantado el bloqueo al aeropuerto y que se nos permitía volar. Me gustaría comentar que en los Estados Unidos se puede usar los móviles dentro de los aviones tan pronto como estos aterrizan y salen de la pista de aterrizaje y a la hora de despegar y aterrizar hay diez minutos de prohibición de aparatos electrónicos, con lo que cuando dan el aviso sabes exactamente el tiempo que queda para llegar. Me parece un sistema más lógico que el de las líneas aéreas europeas, donde dependes de la voluntad del piloto. Recuerdo un vuelo de Martinair donde el hombre se olvidó de apagar la señal de los cinturones de seguridad, que es la que usan para avisar a la gente y estuvimos casi cuarenta y cinco minutos hasta que la gente comenzó a quejarse.

Volviendo a este viaje, despegamos y en un suspiro estábamos sobre Nueva York. La vista de la Estatua de la Libertad desde el aire es mágica, lo mismo que Manhattan. Se ve todo tan pequeño que parece que los rascacielos son de juguete. El aterrizaje fue de esos con múltiples rebotes. Salimos del avión y fui a buscar mi equipaje. Había llegado a Nueva York.

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4 respuestas a “Desde Washington a Nueva York”

  1. ¿No sacaste fotos de la terminal? Es un edificio muy famoso de Eero Saarinen.
    Saarinen fue el que consiguió que le dieran el primer premio a Jorn Utzon para construir la Opera de Sidney.

  2. No. Nunca he sido muy seguidor de la arquitectura de los aeropuertos. Por eso me gusta Schiphol. Es un lugar diseñado para el viajero, donde no te tienes que mamar las mariconadas de un cabrón con un ego elefantiásico al que con dinero del erario público se le permiten los excesos. El aeropuerto Dulles es horrible para los viajeros. Primero llegas a esa terminal a facturar y después tienes que usar las putas salas de espera móviles para moverte a tu terminal de salida porque no se les ha ocurrido una forma mejor de comunicación entre edificios. Y cuando estás en la terminal principal, no encuentras nada: ni tiendas, ni bares, nada, porque todo lo escondieron en la planta baja. Pasar el control de pasaportes en ese aeropuerto es también deprimente, sólo comparable a Omán en cutrerío. Y ni te cuento de algo tan básico como buzones de correo o una oficina donde poner cartas. Es casi imposible. De lo único que tengo fotos es de las salas de espera móviles. También tengo malos recuerdos. La segunda vez que visité Washington, cuando íbamos desde el avión hacia la terminal principal, el conductor pegó un frenazo con aquello lleno y todo el mundo de pie cargando sus bolsos y demás y consiguió tumbarnos como a fichas de dominó.

  3. No niego lo que dices, pero estamos hablando de un edificio que tiene casi 50 años. En su época funcionaba bien. Probablemente tenía que estar jubilado.

  4. Es uno de los aeropuertos con más tráfico de los Estados Unidos y con el peor sistema para repartir pasajeros. Por dentro se ve decrépito y como ya he dicho, lo de las salas de espera móviles es una cabronada. Si por ejemplo estás en la terminal de salidas tres y quieres ir a la dos tienes que coger uno de esos trastos, que dependiendo de la hora tienen frecuencias distintas. Si estás en la terminal principal, has de esperar a que salga uno para llevarte a la terminal a la que vas y después correr todo lo que puedas hasta llegar a la puerta de salida, la cual posiblemente esté colapsada porque tampoco pensaron en como organizar a la gente para que entre en el avión. Dentro de dos años quieren poner un tren y creo que hacer otra terminal para aliviar la situación. Yo creo que esa es otra de las razones por la que los políticos prefieren el viejo aeropuerto de la Capital. Es más humano.