No me canso de repetir que Roma es una ciudad llena de maravillas. Están en la calle, en plazas y rincones, en ruinas y dentro de la miriada de iglesias y basílicas que llenan la capital del Cristianismo. En la basílica de San Pietro in Vincoli hay dos hitos que uno no puede perderse. Por una parte están las reliquias de las cadenas con las que ataron a San Pedro durante su encarcelamiento en Jerusalén. Por otra tenemos el Moisés de Miguel Ángel, toda una joya que fue originalmente esculpida para poner en la tumba del Papa Julio II en la basílica de San Pedro. Para ver este Moisés hay que ir a determinadas horas al día porque la iglesia tiene unos horarios algo extraños. Está a medio camino entre el Coliseo y la estación de tren, escondida y sin la espectacularidad exterior de otras basílicas porque su belleza la esconde en su interior.
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Into The Wild – Hacia rutas salvajes
Recuerdo que hace un par de años leí algo sobre una película que estaba preparando Sean Penn
basada en una historia real y me fascinó el asunto. Ahí quedó la cosa porque estas películas pequeñas tardan mucho tiempo en madurar y cuando ya ni te acuerdas, ves el trailer y alguna neurona activa un pequeño aviso para que no se nos pase. Con gran respeto y devoción he ido a ver Into the Wild y me ha encantado. En España se estrenó con el título de Hacia rutas salvajes hace unos meses y no sé si seguirá en cartelera.
Un julay que ha esnifado mucho betún se va p’al campo a vivir la vida boba
El día de la graduación es supuestamente el día más feliz en la vida de Chris McCandless. Lo que no saben sus padres, ni su novia es que ha decidido dejarlo todo atrás e ir hacia Alaska para realizar su sueño. Un joven normal, estudioso, atlético, inteligente, se deshace de todas sus pertenencias, dona todo el dinero que tiene y comienza un gran viaje hacia la tierra que tiene idealizada en sus sueños. Por el camino irá conociendo gente que aprenderá a quererlo tal como es y que lo irán moldeando con sus diferentes visiones de la vida. El chico finalmente llegará a Alaska y allí pasará un invierno en solitario, viviendo de lo que puede cazar y descubriendo que la naturaleza que tenía idealizada es mucho más dura de lo que creía. Junto a él, entraremos en territorio salvaje y veremos el mundo de una forma distinta.
Resulta un ejercicio fascinante ver como el personaje interpretado por Emile Hirsch
va deconstruyendo su vida y la simplifica al máximo. Al mismo tiempo, es terrorífico ver como su cuerpo va encogiéndose y su espíritu ensanchándose. Este hombre ha hecho un trabajo fantástico y solo por verlo interpretar a Chris McCandless merece la pena. Hay una parte de la película en que solo lo tenemos a él y la naturaleza y en esos instantes, cuando no hay interacción con otras personas, tu atención es muchísimo más intensa porque lo que nos cuentan es puro oro. Sean Penn
ha demostrado que tiene una capacidad increíble para crear escenas grandiosas, prácticamente postales en movimiento que hay que ver en el cine, no tiene sentido ver esto en una televisión, es CINE. Con un guión excelente basado en una historia fascinante, con un director en estado de gracia y un actor que borda su papel, solo podía salir una película que bordea la perfección aunque no llega a lograrla. Aún así, es una de esas que hay que ir a ver y paladear tanto como se pueda. Llama a esos buenos amigos que gustan de sentarse después de ver la peli y tomarse un café comentando aquellos momentos que les impactaron más y vete con ellos a esta pequeña joya. No te arrepentirás.
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Santa Maria degli Angeli e dei Martiri
La reutilización de edificios del Imperio Romano por parte de la Iglesia Católica fue algo común. Las Basílicas originales eran edificios públicos romanos que se reconvirtieron en iglesias. Cerca de la estación de tren de Termini está Santa Maria degli Angeli e dei Martiri, la basílica dedicada a los mártires de la Iglesia, la cual fue emplazada en las antiguas termas de Diocleciano, un edificio espectacular que gracias a esto se ha preservado en parte hasta nuestros días. Estas eran las termas más espectaculares de la capital del Imperio. Merece la pena pasar por esta Basílica para admirar su interior.
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Finalizando la visita a Zaragoza
Para leer todo el relato del viaje deberás comenzar por Un exótico viaje de Holanda a Zaragoza
Nuestro último día en Zaragoza era en realidad medio día ya que después de las doce comenzaban las maniobras migratorias. Al llegar al Paseo Independencia nos encontramos con que había una concentración de Fiat 500. Es increíble como el tiempo es capaz de convertir unos coches antiguos y que fueron despreciados como anticuallas según entramos en la década de los setenta en objetos de culto del siglo XXI. Hicimos todas la fotos que pudimos y después nos dirigimos hacia la Basílica del Pilar, en la cual, en un domingo por la mañana, el espectáculo está en su apogeo. A nosotros no nos interesaban los cánticos o esos monaguillos que se pasean por el recinto y que al parecer los padres pueden apuntar para que lo hagan durante unas horas. Nosotros lo que queríamos era subir a la Torre Pilar, la cual cierra los viernes y por eso se nos había quedado atrás. Fuimos los primeros en pagar los dos euros de la entrada y en subir en el ascensor. Después de haber hecho miles de escalones para subir campanarios y cúpulas por todo el mundo, es un lujo del copón que te lleven en ascensor. A ochenta metros de altura, las vistas de Zaragoza desde una e las cuatro torres de la Basílica son increíbles y tuvimos hasta suerte porque el cielo era poco menos que perfecto, con unas nubes blancas que resaltaban sobre un cielo profundamente azul.
Salimos de allí encantados y fuimos hasta el que sería el último lugar que visitamos en Zaragoza, el Museo del Foro. Es tan impresionante como las otras ruinas romanas de la ciudad y el espectáculo audiovisual en su interior está muy conseguido, sobre todo la parte final. Procuramos rellenar los profundos hoyos de nuestra incultura y los bombardeamos con todo tipo de datos y tras tres cuartos de hora concluyó nuestra visita a la ciudad. Nos sentamos en una cafetería a comer algo y un poco más tarde recogí mi pequeño trolley y con ciertas dificultades conseguí un taxi para ir al aeropuerto, ya que el primer autobús que va al mismo los domingos llega al mismo muy tarde y no da tiempo a coger el avión.
Mi impresión sobre Zaragoza es que es un lugar curioso, con algunas cosas excelentes y otras (como los medios de transporte público) que se pueden mejorar. Se come muy bien, la gente es amable y servicial y es perfecto para una de estas escapadas de fin de semana. Ha sido una pena que muchas de las atracciones de la ciudad estén cerradas por reformas aunque supongo que en unos meses la Exposición habrá acabado y todo volverá a la calma.
Y para terminar con el relato de este viaje y descubrir lo complicado que fue el viaje de vuelta a Holanda tendrás que leer Una vuelta a Holanda de película