El comienzo de este relato lo tienes en Un exótico viaje de Holanda a Zaragoza
Creo que de todos los viajes que he hecho, este ha sido el más extraño en lo referente a los desplazamientos. Ya comenté en su día que hice Un exótico viaje de Holanda a Zaragoza y la vuelta fue tan peculiar como la ida. Comenzó pasado el mediodía tratando de conseguir un taxi para ir al aeropuerto en el centro de Zaragoza. O pasaban llenos o directamente no venía ninguno por una de las arterias principales de la ciudad. Era algo un pelín surrealista. Unos días antes había mirado las posibilidades para llegar hasta el aeropuerto usando el transporte público y eran casi nulas, particularmente en domingo. El primer autobús me dejaba allí muy tarde y ni siquiera había garantía alguna ya que todo el mundo sabe que el concepto de horario español es muy avanzado e incluye las horas anterior y posterior. Cuando finalmente paramos un taxi, salí a escape hacia mi viaje de vuelta. De nuevo volvimos a cruzar por varias obras sin acabar y el taxista me iba relatando el dramático estado de cada una de ellas y las medidas que se iban a tomar para solventarlo en unas pocas semanas.
El aeropuerto estrena terminal, un edificio pequeño y coqueto por el que pasa mayormente Ryanair y al que estos llaman aeropuerto de los Pirineos, ya que esa compañía aérea no considera a Zaragoza como un destino turístico relevante. No tenía que facturar y fui directo al control de seguridad, en donde un montón de guardias civiles me recibieron expectantes por ver si pitaba en alguno de sus arcos, lo cual no sucedió porque soy perro viejo y la práctica me ha convertido en una máquina eficiente que cruza los aeropuertos dejando únicamente tras de mi el rastro de la jiñada con la que recupero las abusivas tasas que me obligan a pagar. Después de comprobar que los baños funcionan y de flipar con los urinarios con tapa, primera vez en mi vida que los veo y aún me pregunto la utilidad que puede tener el ponerle tapas a esos artilugios y si alguien con medio dedo de frente osará abrir la tapa de uno de ellos si está cerrada, me acerqué a la puerta de embarque. Nuestro avión ya estaba allí y quince minutos antes de la hora prevista ya nos tenían embarcando. Entré el primero en el avión y me senté en la primera fila, justo al lado de la puerta, enfrente de las dos chochas que iban a ser nuestras camareras las dos horas siguientes. La gente fue llegando y tomando posiciones y casi media hora antes estábamos todos dentro y listos para dejar atrás España. En el aeropuerto había otro avión, el del Real Madrid, que jugaba ese domingo allí.
Una pasajera se acercó a las azafatas bastante alterada y cuando todos pensábamos que iba a denunciar a alguien por tocamientos o algo parecido les dijo que estaba preocupadísima porque se le había caído en la terminal una copia de la tarjeta de embarque y temía que alguien pueda usar la sagrada información que hay en la misma para hacerle pupita cibernética. La azafata hacía desmedidos esfuerzos por no echarse a reír en la cara da la mujer y trataba de explicarle que en la susodicha tarjeta solo aparece su nombre y su número de pasaporte y de ninguna manera esa información se puede usar para el provecho personal. Le tuvieron que jurar a la mujer que avisarían a los que estaban en la terminal para que dieran el parte y buscaran porque ella lo que deseaba es que se retrasara el vuelo hasta que un equipo cualificado de GEOS explorara al completo la terminal y a todos sus ocupantes y localizara ese papel tan importante. Cuando la mujer se fue de vuelta a su sitio, las azafatas se escondieron en un rincón donde solo yo las podía ver y se desbolichaban con los conceptos expresados por aquella mujer, más cercana a la locura que a otra cosa.
Ni dos minutos más tarde cerraron las puertas y nos pusimos en camino. Al despegar pude ver Zaragoza desde el aire y reconocer muchos de los lugares que visité en los días anteriores. Pusimos rumbo hacia Bélgica y me quedé dormido al momento. Me desperté con el inicio de las maniobras para el aterrizaje, mucho antes de la hora prevista. Desde el aire, la zona donde está el aeropuerto de Charleroi se ve cutre con ganas. Aterrizamos y el avión se detuvo frente a la nueva terminal de pasajeros. Me acerqué a los mostradores y compré un billete combinado de autobús y tren por diez euros y medio y con el mismo fui a esperar la guagua que nos iba a llevar hasta la estación de Charleroi Sur. Se llenó con gran parte de los pasajeros de mi vuelo y pronto arrancamos. A nuestro alrededor casas de aspecto cochambroso y urbanizaciones que parecían fuera de lugar en este lugar de Europa y eran más propias de polígonos en ciudades llenas de criminales. La estación de tren está en obras y tiene un aspecto de pena, al que contribuyen los matados que hay en la puerta para darle algo de color. Bélgica no tiene un sistema ferroviario tan sofisticado como Holanda y pese a encontrarnos cerca de Bruselas, tuvimos que esperar cincuenta minutos para el siguiente tren ya que en domingos hay uno por hora (desconozco si entre semana la frecuencia es mayor). Nuestro tren debería salir del andén número dos y allí estábamos todos, incluido el revisor, pero el tren no llegaba. En otro andén había un tren parado y la gente le preguntaba al hombre si no sería ese y él lo negaba vehementemente. Tenía un pelo a lo Juan Tamariz que luchaba contra el gorro de su uniforme y más tatuajes en los brazos que el primo delincuente de Popeye. A la hora en la que debíamos salir contactó usando una emisora que llevaba con alguien y le confirmaron que nuestro tren era el otro. Salimos todos a escape y después de resuelto el entuerto solo tuvimos que esperar cinco minutos más a que llegara el maquinista, el cual no había conseguido alcanzar su puesto de trabajo a la hora debida. Finalmente arrancamos en un tren que se puede usar sin problemas en cualquier película de la Segunda Guerra Mundial y que me recordaba todas esas historias que he visto en las que la gente va a los campos de concentración. Frente a mí se había sentado una chocha del martes que se quitó los zapatos y plantó sus pinreles en el asiento. Esas pezuñas pedían a gritos una palangana con espíritu de sal para limpiarlas. Ella no dejaba de hablar en francés con alguien. Tenía el acento de los belgas, que a mí siempre me ha sonado como a retardados porque alargan las palabras de una forma muy extraña. Cruzamos varios pueblos que parecían llenos de gitanos que vendían sus mercancías desde sus coches en unos mercados de baratijas y cachivaches usados. El tren se paraa de cuando en cuando sin razón aparente y tras unos minutos volvía a arrancar. Ahora entiendo por qué los Flamencos se quieren separar del resto de Bélgica. El lado francófono está a cuatro décadas de la parte norte. Aquello tiene una pinta horrible. Lo mejor que han producido en los últimos años son esos pederastas que entierran todos los niños que liquidan en su jardín. Después de una hora de recorrido por el tercer o cuarto mundo llegamos a la estación de Bruselas Noord en la cual me bajaba, no sin antes pasar previamente por la oscura y acojonante Bruselas Centraal, una estación que es perfecta para rodar una película de terror. Tenía que buscar la terminal de Eurolines, la cual está señalizada a la belga o lo que es lo mismo, con carteles que te llevan hacia distintos lugares y que cuando desaparecen te dejan en el medio de la nada más absoluta. La estación era bastante tétrica y daba miedo por toda la gentuza que caminaba allí dentro mirando tu maleta y tus ropas. Hacía tiempo que no me sentía tan inseguro. Llegué a las oficinas de Eurolines y me dieron la tarjeta para mi autobús. Salí a esperarlo entre delincuentes de todos los países de Europa y una banda de africanos que no parecían trigo limpio. Cuando nuestro conductor abrió las puertas, saltamos todos dentro. Este era mi primer viaje con Eurolines. Le había preguntado a un par de amigos que me habían dicho que está muy bien y es barato. Mi experiencia es que el viaje fue una mierda, mayormente porque el baño del autobús no lo habían limpiado desde la época en que los WHAM aún eran un grupo de éxito y apestaba hasta niveles insoportables. No había forma de no oler aquel hedor, era asqueroso. Camino de Utrecht parábamos en Amberes y allí se bajaron dos personas. Después seguimos y al cruzar la frontera una moto de la policía holandesa se puso delante de nuestro autobús y lo forzó a parar en un área de descanso cercana. Allí entraron varios policías, comenzaron a revisar los pasaportes y se llevaron a la banda de africanos. Vinieron cinco minutos más tarde y empezaron a revisar las bolsas de basura que estos tenían junto a sus asientos y encontraron gafas y otros objetos en ellas.Volvieron a marcharse y veinte minutos más tarde informaron al conductor para que siguiéramos nuestro camino sin ellos, que los mandaban directos a un centro de detención antes de devolverlos a sus países. Durante el tiempo que estuvimos parados salimos todos para respirar aire fresco. Al entrar respiré hondo y traté de contener la respiración durante la hora que me faltaba de ruta pero no lo conseguí. Por suerte no había mucho tráfico y llegamos a Utrecht más o menos a la hora prevista. Salí del autobús de Eurolines en dirección a la parada de guaguas de Utrecht, contento de volver a caminar por el primer mundo y allí tomé el que me llevaría a mi casa. En total fueron nueve horas para ir desde Zaragoza hasta Utrecht usando un taxi, un avión, una guagua, un tren, un autobús de largo recorrido y otro local.
A partir de ahora no iré a ningún lugar al que no se pueda volar directamente desde Holanda.
11 respuestas a “Una vuelta a Holanda de película”
Me muero de la risa porque te imagino jajajajaja.
Besos.
Si quieres un buen consejo, no viajes de esta manera nunca en tu vida.
hola de nuevo!
yo he hecho alguna vez viajes de estos tan surrealistas como el tuyo, y opino como tú ,que es un rollo,
además aquí en España, el tema de los transportes al aeropuerto(por lo menos en los que conozco), está fatal
como ejemplo en el aeropuerto de Murcia, sólo hay 2 autobuses a la ciudad,uno por la mañana y otro por la tarde,y lo peor, que tienen en la terminal, colgadito y enmarcadito el certificado de calidad de Aenor, ¿que te parece?,eso sí, yo me molesté en presentar una queja, que por supuesto no servirá para nada.
anabel, es bueno saber lo de Murcia, así no tropiezo en ese piedrolo.
y además, el pueblo más cercano, está a 1 km y medio o así,pero no puedes ir andando pq es una especie de carretera rural bajo el sol murciano, así que te toca coger un taxi que cobra por kilometro y medio unos 15 euros, y si te ve con cara de giri te mete 20 euros,
otro día si quieres te cuento como está el de Alicante que es mi tierra y también tiene tela
saludos!!
En el aeropuerto de Alicante compartí un taxi con uno que decía conocerme.
Vaya, he escrito un comentario bastante sesudo y me ha dado error. En fin, lo resumiré en una frase: Leyendo tus desventuras turísticas, ahora comprendo mejor porque no me gusta viajar 🙂
hola! eres de Alicante también??,
quizás compartiste el taxi conmigo! jejejejejeje
Jean, a mí me gusta viajar, solo que esta vez llevé las cosas al límite mezclando medios de transporte y jugándomela porque si fallaba algo, me quedaba tirado en algún punto del camino.
Mi viaje a Nueva York es bastante sencillo. Ir a aeropuerto, coger avión, recuperar equipaje, coger taxi, llegar a destino.
Para mí Wham! siempre será un grupo de éxito.
pintor, me refería a la época en la que ocupaban las listas de éxitos con sus nuevas canciones, George Michael era super-hetero y no se dedicaba al chaperismo en baños de parques públicos y el otro callado hacía bulto en los vídeos.