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  • Cartier Shop

    16 de marzo de 2007
    Cartier Shop

    Cartier Shop, originally uploaded by sulaco_rm.

    Ayer veíamos la tienda Tiffany’s y hoy le toca el turno a la de Cartier. En navidades la decoran envolviéndola como un regalo, todos los años la misma decoración, la cual se ha convertido en un clásico celebrado por los habitantes de la ciudad y los turistas como yo que no podemos dejar de fotografiarla.

    Si quieres ver otras fotos del viaje a Nueva York las puedes encontrar en el álbum de fotos de Nueva York y si quieres leer el relato de dicho viaje, comienza en Desde Washington a Nueva York

  • Un viaje turbulento

    15 de marzo de 2007

    Lo normal es que cuando quiero ir a Gran Canaria las cosas salgan rodadas comenzando por el billete, el cual encuentro siempre de último minuto a precio de ganga. Una vez cada dos años todo se tuerce y esa es la que me ha sucedido esta vez. No había forma de encontrar un asiento para viajar en las fechas que yo quería. En una de las compañías me ofrecían salir desde Dusseldorf y volver vía Colonia. Los otros no tenían nada. Mirando las líneas aéreas convencionales es lo de siempre. Los de Iberia te ponen una página web con colorines y cosas parpadeando diciendo que puedes viajar de Europa a España por cuatro perras pero tres clics más tarde el precio es de un mínimo de quinientos euros. En la definición de la palabra ladrones del diccionario deberían poner una foto de su logo. Tras múltiples rastreos y sudores logré un billete, aunque para una estancia diferente a la que yo tenía planeada. No me preocupa porque he comenzado el año con más de cincuenta días de vacaciones y estoy convencido que este es el fin de mi ciclo en la empresa y no gastaré los días antes de irme.

    Sin tiempo para preparativos, todo se basaba en aprovechar la mañana del sábado para comprar un par de cosas, hacer la maleta y dejar algo de contenido para la bitácora. El viernes ya estuve hasta bien entrada la madrugada y el sábado a las ocho de la mañana corría de lado a lado en mi casa amontonando lo que me llevaba, verificando la lista de cosas a no olvidar, programando la calefacción para que no funcione los días que la casa está vacía y esas cosillas. A las diez de la mañana salí escopeteado al centro de Utrecht porque tenía que hacer compras y había quedado con mi amigo el Rubio y familia para darles unas cosas que me encargaron y de paso tomarnos un café juntos. Era un sábado soleado y nos sentamos en una terraza a disfrutar de media hora de paz y felicidad. Para entonces ya tenía todas las cosas de mi lista y solo me quedaba hacer la maleta, algo que no me suele tomar más de cinco minutos ya que básicamente se trata de coger el montón que he organizado en mi casa y lanzarlo dentro. En el mercado de Utrecht un tipo gritaba en alemán histéricamente. Posiblemente estaba borracho o chiflado. La gente lo esquivaba al pasar y el seguía a su bola, en soledad entre una muchedumbre.

    Me despedí de los amigos a las doce y volví a mi casa. hice la maleta y comencé la primera de las tres rondas de comprobación para ver que no me olvido nada. Siempre me dejo algo atrás pero no será porque no lo intento. A la hora prevista fui a la parada de la guagua y me encaminé hacia la estación. Justo antes de salir comprobé los horarios de los trenes y descubrí que el fin de semana no había trenes hacia el aeropuerto por obras en las vías y en su lugar había que ir en guagua. No es algo que me importe mucho, ya sé como funciona. Compré mi billete, fui al lugar donde siempre ponen esos autobuses y me subí al que estaba a punto de salir. Treinta y cinco minutos más tarde llegué al aeropuerto. Mi avión despegaba en tres horas y cuarto. Busqué en los paneles información para sabe en donde debía facturar y el avión tenía un retraso anunciado de dos horas y media. Malo, malo, malo. En facturación había cola y una empleada trataba de calmar los ánimos. Tardé casi una hora en completar el proceso y solo tenía cinco familias delante de mí. Yo creo que iban despacio a postas para hacernos perder tiempo. Cuando me llegó el turno la chica me contó que el Boeing 767 que nos iba a llevar se había escoñado y que a eso se debía el retraso ya que ahora iríamos en un Airbus A320. Como este avión tiene menos capacidad, han dividido al pasaje en dos tandas y yo tenía suerte por facturar pronto y saldría en la primera. Los que llegan al aeropuerto con el tiempo justo tendrían que esperar hasta la una de la mañana para coger su avión. La mujer me dio un vale para comer en el aeropuerto y un papel con mis derechos como viajero. Se disculpó de nuevo, me buscó un buen asiento en el avión y me deseó suerte. Más tarde me dio por pensar en la diferencia entre esta forma de actuar y la de las compañías españolas, que por lo general ocultarán el problema hasta el último momento y después te engañarán, ningunearán y pisotearán como si les debieras dinero cuando te han sableado bien a gusto.

    Con tanto tiempo libre lo primero que hice fue irme a almorzar en el aeropuerto y después pasé el control de seguridad, me senté en un café con vistas hacia las pistas y una pianista a escuchar algo de música mientras tras la ventana veíamos una sinfonía de aviones aterrizando y despegando y cuando me aburrí fui a la zona en donde te puedes sentar con tu portátil y recargar la batería mientras lo usas. En esa parte del aeropuerto hay mesas, butacas, butacones y asientos más normales, todos ellos en configuraciones para dos, tres, cuatro u ocho personas. No he visto ningún otro aeropuerto en el que tengan algo parecido, un área de descanso tan bien preparada y con asientos tan cómodos. Por algo Schiphol gana todos los años el premio a Mejor Aeropuerto Europeo según los pasajeros.

    Aproveché para escribir y ver el último episodio de la serie Heroes y un Videocast de Jamie Oliver en el que cocinó algo que me interesó mucho. Creo que incorporaré el postre que hicieron a mi repertorio porque se ve sencillo y espectacular.

    Una hora antes de la salida del avión me compré una botella de agua y un par de chucherías y me tomé un café en otro bar, uno de cocina mediterránea.

    El embarque se produjo a la hora prevista y salimos en hora. Se disculparon un montón de veces por el problema y el piloto nos explicó que el otro avión no estará listo hasta el día siguiente porque es una avería en uno de sus motores y toma tiempo repararla. A mi lado llevaba una pareja del Pleistoceno y delante otra pareja con hijo de unos cinco años, de esos que les importa un carajo quien tienen detrás. El tipo me ponía nervioso porque movía la cabeza como un péndulo de Foucault, no se estaba quieto el hijoputa. Un rato después de despegar decidieron que era hora de echar los asientos hacia atrás y aplastaron las piernas de la vieja que estaba en mi fila. La mujer le comenzó a golpear el asiento hasta que lo volvieron a poner en su sitio y ahí comenzó la pelea de verduleros. Se dijeron de todo mientras yo miraba desde mi rinconcito. La azafata intentó interceder pero también recibió lo suyo desde ambos bandos. Yo creo que los ganadores fueron los Antiguos porque consiguieron que los asientos no se reclinaran. Después del follón ambas parejas seguían hablando entre ellas y criticando a los otros y todos se podían oír, una situación bien absurda.

    Cuando la azafata repartió la comida se notaba que a todos esos los tenía en su lista negra, sobre todo porque se desvivió en atenciones conmigo y a ellos poco menos que les tiró la bandeja.

    Al cruzar el Golfo de Vizcaya el piloto nos dijo que sobre España hay un temporal de viento y que nosotros también lo notaríamos pese a que estábamos a once mil metros. El avión se comenzó a bambolear mientras yo trataba de terminarme el café para que no echármelo por encima. Cruzamos parte de la península a golpe de sustos y ya en el Océano Atlántico la cosa se tranquilizó. Sin más problemas llegamos a Gran Canaria en donde no pudimos ver nada al aterrizar por la calima que hay en el aire.

    Technorati Tags: Martinair, Viajes

  • Tiffany & Co.

    15 de marzo de 2007
    Tiffany & Co.

    Tiffany & Co., originally uploaded by sulaco_rm.

    Hoy vemos una de las ventanas del escaparate de la legendaria tienda Tiffany & Co., lugar que quedó inmortalizado en la película y el libro Desayuno con diamantes. En Navidades le ponen esos adornos folclórico-florales que imagino son idea de algún decorador con ínfulas de artista. Pasear por la Quinta Avenida es viajar por la historia del cine porque cada esquina, cada rincón ha salido en alguna película y nos resulta vagamente conocido.

    Si quieres ver otras fotos del viaje a Nueva York las puedes encontrar en el álbum de fotos de Nueva York y si quieres leer el relato de dicho viaje, comienza en Desde Washington a Nueva York

  • Pendones Negros

    14 de marzo de 2007

    Cada mes el día once se reunían. Se veían en una de las casas y una vez se completaba el grupo las tres salían a completar su ritual. En un bolso llevaban algo que parecía una pancarta y no solían levantar suspicacias ya que ese mismo día otros grupos iban también a manifestarse. Para ellas esto había sido un golpe de suerte y esperaban que durara mucho tiempo, que la crispación y la guerra entre grupos políticos no se detuviera para poder seguir haciendo aquello que tanto les gustaba.

    Todas iban vestidas de negro, con esas telas finas que desprenden ese olor característico y que gustan de usar algunos grupos musulmanes. Se cubrían la cabeza con un paño negro y sus caras estaban ligeramente maquilladas. Eran amigas desde pequeñas. Habían llegado a España antes de las oleadas de inmigrantes actuales y se habían criado y educado entre dos mundos, en casa con las tradiciones y restricciones musulmanas y en la escuela viendo una sociedad totalmente distinta y mucho más libre y desinhibida. Sabían que eso para ellas estaba negado, que las deudas de honor en su pueblo se pagan con tu propia sangre y aunque ellas estaban dispuestas a renunciar a su fe y abrazar la libertad no era algo que pudieran hacer fácilmente, sus madres y hermanas pagarían también y no sería justo. Por eso lo tenían que hacer en secreto, amparadas por otra causa que no era la suya y que ni siquiera les importaba. Le habían puesto nombre a su grupo, los Pendones Negros porque ese era el color de sus ropas tradicionales y las tres estaban muy orgullosas de lo que hacían, era un acto de reivindicación, de rebeldía que además les aportaba pingües beneficios.

    Salieron a la calle y se fueron a coger el cercanías que las llevaría a la ciudad, a Madrid. Iban cotorreando como cualquier grupo de jóvenes y entre risas y guiños a los jóvenes que se cruzaban llegaron a la ciudad. En el tren venían otros que también acudían cada día once, pero con otro propósito. Eran gente crispada, agitada, cortos de miras y con el cerebro bien lavado a fuerza de oír día tras día la teoría de la conspiración, esa que tiene más agujeros que un queso y que cada vez que uno de ellos es desenmascarado se aprestan a inventar una nueva duda, a desprestigiar a una nueva persona, todo con un único objetivo: no el de saber la verdad sino el de imponer la suya propia. Ellas no eran así, a ellas les daba pena lo que había sucedido aquel once de marzo pero gracias a eso y a todo el revuelo posterior ahora tenían una buena excusa para salir de casa una tarde al mes, ir a la ciudad y hacer aquello a lo que iban.

    Iban hacia el parque del retiro pero antes se pararon a tomar un café y disfrutar del bullicio y el anonimato de la ciudad. Llamaban la atención por sus ropas negras pero eso no lo podían cambiar. Algunos les echaban miradas recelosas, de odio y desprecio porque su aspecto las incluía en un grupo de gente malvado y dañino del que no hemos recibido nada bueno en los últimos años. A ellas les daba igual, habían aprendido a convivir con eso y sabían que no podrían cambiar la forma en la que eran percibidas.

    Después del café enfilaron hacia el parque del Retiro. Ese era su destino. No tardaron mucho en llegar y una vez en el parque buscaron su rincón habitual. Llevaban haciendo esto unos cuantos meses y ya tenían una rutina. Los habituales también sabían que ese día siempre estaban ahí, una vez al mes. Sacaron la pequeña pancarta y la desplegaron. Ahora sí que cotorreaban y se reían, eso era lo que les gustaba, lo que las hacía felices.

    Se sentaron en un banco con la pancarta detrás de ellas. Los que caminaban por allí miraban y sonreían. No pasaron ni quince minutos cuando el primero de los habituales llegó. Señaló a una, pagó y se escondieron entre los matorrales. La pancarta seguía allí, desafiante, con su mensaje:

    COMO CADA 11, MAMADAS POR 11 EUROS

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