En esta búsqueda sin fin de las palabras más adecuadas para definir todos los tipos de mujeres que tenemos en el mundo hoy le llega el turno a los marimachos. Nos movemos por aguas cenagosas ya que se tiende a usar sin pararse a pensar las palabras marimacho y machorra y no debemos confundirlas ya que se trata de conceptos distintos. Recuerdo en mi niñez escuchar a mi abuela llamar marimacho a la menor de sus hijas cuando esta salía a la calle vestida con ropas no femeninas. También en el instituto y en la Universidad calificábamos como marimachos a aquellas que habían renunciado a su feminidad y optaban por parecer un Johnny cualquiera. Son tías que sin razón o motivo aparente buscan el parecer hombres, fundamentalmente con su forma de vestir y en ocasiones con sus acciones. Niegan su sexo y al hacerlo se vejan a ellas mismas. Las hay de todo tipo, altas y bajas, feas y guapas, gordas y flacas y no está muy claro el por qué una mujer en un momento dado de su vida abraza el marimachismo y se pasa un tiempo cual andrógino fantasma paseándose entre nosotros. Son la versión femenina de los travestis, esos hombres que visten con ropas del sexo contrario.
Las marimachos son casi siempre fumadoras empedernidas y agarran el cigarro de la misma forma que han visto hacer a los colegas de la bolera. Su aspecto desgarbado y desaliñado produce desazón en los hombres que inmediatamente las añaden al grupo de las no follables. Resulta muy fácil entrar en ese club pero es muy difícil salir del mismo.
Las jóvenes son las que mayormente reciben el calificativo de marimachos y les cae al llegar a la adolescencia. Mientras unas siguen la línea evolutiva habitual y se transforman en
Rebenques y posteriormente en Petates, otras quedan como retrasadas y pierden el Norte. Sus tormentas interiores las desorientan y un día, al salir el sol, desprecian sus faldas y esos preciosos corpiños con los que calientan a la audiencia y en su lugar se ponen camisas anchas y de oficinista, pantalones vaqueros sueltos y de cuatro tallas más grandes y unas zapatillas deportivas rotas y sucias. Se les tuercen las facciones, se les abren las raíces del pelo y la cara puede poblarse de granos (o no). Su apariencia torcerá el gesto de sus madres que inmediatamente tratarán de hacerlas reaccionar llamándolas por aquello en lo que se han convertido. La mujer le gritará a su hija: Pareces un marimacho y ella no reaccionará y rehuirá la mirada de aquella que la parió. Se irá a la calle con esa pinta y procurará que la gente la vea fumando en todo momento. Es una oveja descarriada que necesita urgentemente ayuda para volver al redil, de lo contrario podrá acabar convertida en algo peor.
En una ocasión escuché al sumo consejo de alcahuetas y noveleras de la Isleta disertar sobre este asunto tras descubrir un marimacho en nuestra calle. Era una chica guapa y modesta con dos tetas como dos carretas que todos suponíamos acabaría casada y con tres hijos y su marido sería estibador en el muelle grande y robaría todo lo que pudiera de los contenedores que llegan a dicho puerto, o sea, lo típico. Ella no tenía pinta de querer ser una Jenny (otro grupo del que tendré que hablar) y su timidez no podía presagiar lo que sucedió. La semana que se transformó y se pasó al reverso marimachoso estuvo en boca de todas las cotillas. Nadie daba crédito a aquello. Su madre andaba desesperada por la calle tratando de encontrar algún consejo útil que la ayudara a salvar a su hija. No hubo manera. La chiquilla renunció a su futuro y a partir de entonces parecía un macho andando por el barrio, sin mostrar ningún interés por los chicos de la zona ni provocarlos para conseguir que se calienten lo suficiente y todas esas tretas que practican con gran descaro las chicas. Ella iba a lo suyo, vestida con unas ropas que eliminaban los contornos con los que Dios la había dotado.
Un par de años más tarde aún seguía en ese pozo sin fondo y no parecía poder salir del mismo. Había caído en el reverso tenebroso y fue cuestión de tiempo el que la recalificaran y la pusieran en el grupo de las bolleras. Un final inesperado y nada deseado en su familia.
Es un caso extremo ya que casi siempre se trata de una fase temporal en la que la joven no se siente preparada para dar el salto y transformarse en Rebenques y queda atrapada en la red de los marimachos. La palabra también se usa con otras mujeres, ya maduras que se comienzan a vestir y actuar como machos a los treinta y tantos. Es un fenómeno extraño y poco documentado. A las holandesas por ejemplo les sucede con frecuencia y por eso siempre se aconseja el conocer a la madre de una chica antes de ir en serio con ella porque ya lo dice el refrán: de tal palo tal guarrilla y no es de recibo el terminar viviendo con otro tío en tu casa, que para eso mejor te quedas en el piso con los colegas de la universidad.
Si conoces algún marimacho intenta ayudarla, muéstrale el camino para que vuelva a la luz y explícale que aunque no es algo normal lo que le sucede, con un poquito de esfuerzo por su parte podrá salvarse.
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